España - Navarra
Estela de Europa
Teresa Cascudo
El pianista europeo András Schiff toca esta temporada sólo en dos ciudades del norte de España: Pamplona y Barcelona. Podríamos pensar que el programa que ha elegido para la ocasión, enteramente dedicado a Bach, es una especie de manifiesto que defiende cierta idea cultural de Europa que la música clásica ha representado, y sigue representando, a la perfección. Es también un manifiesto personal. Schiff suele comentar que tocar Bach es para él una actividad cotidiana: de hecho, es, según ha afirmado en alguna entrevista, aquella con la que que da inicio a todos sus días. La música de Bach le “limpia el cuerpo, la mente y el espíritu.” El recital que dio el pasado día 2 en Pamplona, por lo tanto, actualiza una red cultural y simbólica, de la que también forman parte la simbiosis del cuerpo del pianista con el piano, así como el acto comunitario de escuchar en silencio el resultado de esa simbiosis.
Quizá precisamente por todo esto, me embargó durante el recital -que, de resto, como era seguramente de esperar, fue memorable- la sensación de que estaba disfrutando de un momento de la estela de una aspiración o de un ideal cultural amenazado. Acepto que la sensación se corresponde con un punto de vista que podría ser considerado elitista, eurocentrado y, a todas luces, minoritario; esto último, incluso literalmente, dada la considerable cantidad de asientos vacíos que había en la sala.
Al mismo tiempo, sin embargo, la excentricidad de desplazarse a un lugar especial (en este caso, un verdadero baluarte) donde dedicar toda la atención a escuchar música, quizá, después de un día de trabajo y cuando, al día siguiente, espera algo parecido, tiene otras implicaciones adicionales más positivas. Por un lado, Schiff y Bach, en esas circunstancias, nos ofrecen una temporalidad propia y paralela a lo que llamamos habitualmente realidad. Por otro lado, ambos "juegan", a casi tres siglos de distancia, al teclado, y crean y nos proponen, de esa forma, un espacio-tiempo de ligereza y libertad. Soy consciente del peso histórico que tiene lo que acabo de escribir, pero, de forma igualmente consciente, lo reivindico.
Schiff aborda este repertorio de memoria. Y, a pesar de la íntima familiaridad que tiene con él, de las innumerables veces que lo ha tocado, nos lo muestra con frescura y facilidad. Suele mencionarse a Glenn Gould entre sus referentes, pero casi diría que otro de los modelos que Schiff también cita, Edwin Fischer, tenía un tipo de pianismo más cercano a lo que se escuchó en Pamplona.
En una perspectiva global, es esa referida frescura y la aparente facilidad lo que primeramente asombra al escuchar a Schiff en directo. Más en detalle, lo que destaca igualmente son los colores que obtiene del instrumento, absolutamente asombrosos. Ninguna grabación le hace justicia a la paleta del directo de Schiff, resultante de un dominio absoluto del mecanismo del piano. Su concepción sonora de Bach pasa por un uso muy discreto del pedal y se corresponde con texturas siempre limpias y transparentes. Por supuesto, el piano de Schiff siempre canta, tanto en la parte de la mano derecha como de la izquierda. Su articulación es precisa, pero nunca rígida ni amanerada.
Hay, finalmente, otro aspecto de su estilo, que es ese equilibrio, alcanzado solo por los grandes intérpretes, entre el control de la estructura global, que solemos representar con la metáfora del arco (incluso en obras, como las Goldberg, que no tienen por qué ser consideradas como una unidad), y la variedad del pormenor, no sólo colorístico, sino también rítmico.
Sir András, continue, por favor, manteniendo viva, viviendo y haciéndonos vivir la cultura europea.
Comentarios