Artes visuales y exposiciones

La quimérica pretensión de Paula Modersohn-Becker

Juan Carlos Tellechea
viernes, 2 de noviembre de 2018
Paula Modersohn-Becker © 2018 by Waanders & Kunst Paula Modersohn-Becker © 2018 by Waanders & Kunst
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Que una mujer aspirara en los siglos pasados a ser pintora era una pretensión quimérica que solo podía ser alcanzada con mucha cabezonería, tozudez, porfía y con darse repetidamente contra la pared hasta casi sucumbir. La exquisita formación y la profesión de pintor estaban exclusivamente en manos masculinas. Las puertas de las academias oficiales de arte permanecieron durante centurias clausuradas para ellas. Muchas féminas desistieron en el empeño a lo largo de la historia y quedaron por el camino con sus sueños hechos añicos.

Pero, en el caso de la pertinaz alemana Paula Modersohn-Becker (Dresde, 1876 –Worpswede, colonia de artistas cerca de Bremen, 1907) fueron los muros que se interpusieron a su férrea voluntad los que no resistieron los embates y se desmororaron sin más. Modersohn-Becker, nacida en el seno de una familia acomodada con siete hijos (padre ingeniero ferroviario, madre de origen aristocrático), podría haber sido una gran figura del mundo de la pintura a comienzos del siglo XX, si no hubiera muerto prematura y trágicamente a los 31 años. Una embolia acabó con su vida pocos días después de haber dado a luz a su única hija, Mathilde (1907

–1998), quien llevaría el nombre de su abuela materna y que finalmente no siguió los derroteros artísticos de sus progenitores (fue trabajadora social; falleció sin dejar descendencia), aunque se ocupó de preservar sus obras.

Una exposición, titulada Paula Modersohn-Becker – Zwischen Worpswede y París, abierta el pasado 9 de septiembre y que se extiende hasta el 6 de enero de 2019 en el Museo von der Heydt de Wuppertal, evoca con fascinación la biografía y la obra poco conocida fuera de fronteras de esta joven precursora del expresionismo. Consciente de su propia valía, segura de sí misma, emancipada de los juicios de maestros, colegas y críticos, consiguió crear algo nuevo en la pintura. Su obra, hoy un clásico moderno, quedó situada en un escalón intermedio, después del impresionismo y el postimpresionismo.

Su mayor inspiración la obtuvo Modersohn-Becker en París, la refinada metrópolis del arte de aquel entonces. Llegada desde la provinciana Worpswede (noroeste de Alemania, cerca de Bremen), donde un grupo de artistas, entre ellos su marido, el paisajista Otto Modersohn (1865 – 1943), había fundado una colonia de creadores en artes plásticas, Paula visitó cuatro veces la capital francesa, donde vivió durante períodos más o menos prolongados asistió a cursos en academias privadas, se ejercitó en el Louvre copiando a los clásicos, recorrió galerías de arte, conoció personalmente al escultor Auguste Rodin (por la amistosa intercesión del escritor y poeta Rainer Maria Rilke), y se confrontó directamente con las obras de Paul Cézanne, Paul Gauguin y Vincent van Gogh.

La preciosa muestra, realizada en cooperación con el Rijksmuseum Twenthe de Enschede (Países Bajos) y comisariada por la historiadora de arte Beate Eickhoff, reune retratos y autorretratos, naturalezas muertas y paisajes en el contexto de la vanguardia parisina. En sus casi 14 años de vida artística, Paula Modersohn-Becker, quien creó 750 cuadros, cerca de 1.000 dibujos y 13 aguafuertes que reunen los aspectos más importantes del arte de comienzos del siglo XX, no llegó a vender personalmente ninguno de sus trabajos.

Fue el banquero August von der Heydt, de Wuppertal, uno de los visionarios que a partir de 1909 comenzaron a adquirier obras de esta pintora dos años después de su muerte. El primer cuadro que compró este acaudalado financista para su colección de arte moderno fue el cartón Naturaleza muerta con rododendro (1905), expuesto en esta muestra junto a otros 20 óleos, retratos al carbón y al pastel del Museo von der Heydt, así como otras creaciones pertenecientes a los fondos de la Fundación Paula-Modersohn-Becker, de Bremen, y a acervos de personas privadas.

Uno de los grandes atractivos centrales aquí es el subyugante lienzo Retrato de una niña con sombrero de paja (1904) que ilustra bellamente la tapa del catálogo de 82 páginas de esta exposición, publicado por la editorial Waanders & Kunst, Zwolle, Países Bajos. La jovencita, en primer plano, se aproxima al espectador con su bello rostro y sus encantadores, grandes ojos azules de mirada profunda. Paula Modersohn-Becker la pintó con gran plasticidad; los colores de su tersa piel fueron dados con numerosas pinceladas breves y rápidas. La chica posa ante un paisaje de superficies en marrón y gris azulado, pero como el lugar no era lo más importante para la artista ésta lo pone fuera de foco.

Ocho salas en total abarca la exhibición, en la que Eickhoff, entre otros aspectos, repasa la vida, la correspondencia epistolar y los trabajos de Modersohn-Becker, la rodea con pinturas y dibujos de los coetáneos que admiraba y la inspiraban en Francia: Cézanne, van Gogh, Gauguin, Rodin, pero también el postimpresionista Émil Bernard y principalmente el realista Gustav Courbet, así como de los primeros maestros que tuvo en Alemania, los artistas con los que trabó conocimiento en la colonia de Worpswede, y de su mejor amiga, la escultora Clara Rilke-Westhoff, esposa del célebre literato alemán. El busto en bronce (1908) de Paula creado por Clara es otro de los puntos principales de esta exhibición, museisticamente excelente.

El Bodegón con pecera (1906/1907), la Naturaleza muerta con castañas (1905) o el Bodegón con calabaza (1905) de Modersohn-Becker llevan a todas luces los númenes de Cézanne y de Henri Matisse, pero en sus cuadros (óleos sobre cartón) Madre amamantando a su niño (1906) y Madre sentada con niño sobre su regazo (1906) es ella quien rompe valientemente con todas las convenciones de su tiempo al mostrar con unción casi religiosa el tema de la maternidad con figuras desnudas y de incontenible fuerza expresionista. Es una pena que en la muestra no haya sido presentada también la tela Madre recostada con niño (1906), aunque algunos otros brillantes trabajos suyos compensan de cierta forma este déficit, como el es caso del lienzo Joven sentada con floreros (1907), también insertado ya de pleno en el naciente expresionismo (con los fauvistas en Francia, así como los expresionistas de Die Brücke y Blaue Reiter en Alemania, entre otros).

Así de radical fue siempre Paula, desde un comienzo, tal como lo podemos apreciar en su paisaje sobre cartón Avenida de abedules en otoño (1900), con los blancos troncos de esta variedad de betuláceas coronados por gruesas manchas de tonalidades marrón rojizo y verdoso. Su visión de la belleza era asimismo para nada convencional. La vejez, las arrugas, una nariz pronunciadamente larga y curvada, un mentón huidizo resultan majestuosos, exquisitos, deliciosos, de una hermosura sin parangón y de impactante realismo, como el retrato de la Anciana con sombrero negro (1905) que con un pañuelo en su mano derecha seca la transpiración en su cuello, o la conmovedora tela de gran formato Mujer pobre en un asilo de ancianos (1905), en el que vemos a una robusta dama entrada en años, vestida con sencillez, un sombrero adornado con flores sobre su cabeza, sentada sobre una modesta silla, erguida y con inconmovible dignidad señorial.

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