España - Cataluña
Una rareza barroca
Jorge Binaghi
El Auditori de Barcelona ha presentado en forma de concierto una serenata de 1725, Marc’Antonio e Cleopatra, resultado de los estudios en Nápoles de su autor con Porpora y Alessandro Scarlatti, de quien fuera último discípulo. Este tipo de composición era siempre para algún acontecimiento, sobre temas mitológicos o históricos del mundo grecolatino, y en este caso fue encargo del consejero real Carlo Carmignano y ejecutada por primera vez en su finca campestre nada menos que por un Farinelli de escasos veinte años (Cleopatra) y la también célebre contralto Vittoria Tesi (Marc’Antonio). Corresponde que se haya hecho de este modo porque no se trata de una ópera sino de un concierto encomendado por un poderoso para ejecución privada (o pública; esta vez en la propia residencia de campo del mencionado mecenas). No hay acción dramática propiamente dicho, sino que ambos personajes interactúan (si es que lo hacen) para expresar una serie de ‘afectos’ tras la derrota por Octaviano Augusto de la famosa pareja en la batalla naval de Actium. El texto pertenece a Francesco Ricciardi que al año siguiente escribiría el texto de otra serenata de Hasse, La Semele o la richiesta fatale.
Hay una estructura casi simétrica que permite una división en dos partes. Los dos primeros números pertenecen a la orquesta sola (sinfonía) y los demás son recitativos (en su mayor parte secos) y cuatro arias (dos para cada uno de los solistas) con un dúo final. En la segunda parte, ya sin la sinfonía introductoria, hay una reproducción en espejo, cuyo final es la típica -y hoy no muy agradable, creo, aunque a lo mejor volvamos pronto a eso- alabanza del mecenas y su musa. Con una duración de alrededor de hora y cuarto la audición se sigue con agrado e interés (más o menos relativo: ciertamente no se trata de un gran Haendel, pero merece tener una oportunidad). Hay momentos en que suena a Scarlatti (lo que es lógico visto la fecha de composición y ningún desdoro) y es importante ver otro ejemplo de obra italiana escrita al modo italiano por un compositor que pasaría la mayor parte de su vida en ambiente germánico (para profundizar más en esta cuestión consúltese con González Arévalo que hace poco ha hecho una enjundiosa exposición del tema y tal vez nos lo comente en alguna próxima reseña discográfica).
Por otro lado, aunque hay espacio para las agilidades y exhibiciones las arias suelen ser algo más breves, y en algunos de los recitativos empieza a verse algo más que la conexión entre arias o el relato de hechos que dan lugar a la expansión cantada solista en forma de aria (el ejemplo mejor se da al inicio de la segunda parte en el final del recitativo número 13, fundamentalmente de Cleopatra que da lugar a un aria de notable vigor, ‘A Dio trono, impero a dio’, número 14).
Mientras que a Marc’Antonio se le destinan prácticamente todos los momentos tristes, nostálgicos o melancólicos (un buen ejemplo es su última aria,, núm.20, ‘Là tra i mirti degl’Elisi’), Cleopatra tiene una tipología más rica y compleja ya que pasa por casi todos los estados de ánimo, por lo que el canto resulta más variado y elaborado y los recitativos más expresivos (véase, en contraposición al ejemplo citado anteriormente, su siguiente aria, tal vez el fragmento que goza de un cierto reconocimiento fuera de este contexto, núm.18, ‘Quel candido armellino’)
La versión de la Accademia Bizantina, el prestigioso conjunto creado en 1983 y del que forma parte Ottavio Dantone desde 1989 para pasar a ser su director en 1996, fue sobresaliente desde cualquier punto de vista en lo que concierne a la parte puramente orquestal. Sobre las dos solistas tengo algunos reparos. Delphine Galou (Marc’Antonio) figura en el programa como ‘contralto’. La cuerda ha sido siempre escasa, y hoy particularmente avara. La pertinencia estilística es obvia, por supuesto, pero justamente en el grave la emisión pierde color, calidad, peso porque suena invariablemente ‘atrás’. En el resto es de color atractivo, extensión no muy puesta a prueba en este papel (y algún extremo es destemplado) y volumen pequeño. Sophie Rennert es definida mezzosoprano (en los recitativos es claramente una soprano y en alguna de las arias también; sólo a veces en el registro central en particular se advierte un timbre más oscuro; no presento más objeciones porque algún aria ha sido grabada por Bartoli, que yo considero una soprano corta aunque haya cantado como mezzosoprano y soprano, y haya sido sucesivamente Despina y Fiordiligi y haya cantado algún rol Colbran como la Elena de La donna del lago). Canta muy bien aunque algunas de las agilidades y trinos resulten más esbozados que claramente marcados, pero al menos no suenan como una metralla o metralleta; muy buena su articulación del italiano y también posee el estilo y una gran competencia técnica, una vez registradas las anteriores reservas.
Como suele ocurrir han intentado, mediante gestos y miradas, dar una carga dramática a una obra que no la tiene ni la busca porque su objetivo es otro. En ese sentido creo que se le hace un flaco favor aunque el público parezca desearlo y agradecerlo (está claro que cada vez se busca más ‘ver’ que ‘escuchar’ -y pongo ‘escuchar’, que no ‘oír’), pero seguramente estoy equivocado y esto proviene de haber escuchado en los orígenes del mundo (1960 a 1968) a antigüallas más o menos ignotas como Marga Hoeffgen dirigida por Karl Richter (algo así como la noche de los tiempos en materia de interpretación del barroco).
La sala no estaba abarrotada aunque un barroco convoca más que un clásico o romántico si hay alguna luminaria (internacional o local) en el canto o la orquesta, pero el resultado puede calificarse de buen suceso, con aplausos que consiguieron el bis del primero de los dos dúos (evidentemente el mejor de los dos).
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