Ópera y Teatro musical
De animalejos y escenas nocturnas
Silvia Pujalte
Los bestiarios modernos han inspirado algunos de los ciclos más imprescindibles del repertorio francés; las descripciones de animales, que a menudo esconden comportamientos humanos, atrajeron a diversos compositores entre finales del siglo XIX y principios del XX. Christopher Maltman articuló su programa "Carnaval de los animales" en torno a uno de estos ciclos, Histoires naturelles de Maurice Ravel, según explicó él mismo al comenzar el recital con Malcolm Martineau en la Sala Domènech i Montaner de Sant Pau Recinte Modernista el martes 20 de noviembre. Benjamin Appl, que actuó al día siguiente en el Foyer del Gran Teatre del Liceu acompañado por Graham Johnson, eligió un tema mucho más clásico, la noche, como eje conductor de un recital que incluía a casi todos los compositores más apreciados por los aficionados. Una vez acabada la sexta edición del LIFE Victoria Barcelona (hubo un último recital dos días después), hay que dar la enhorabuena por el excelente trabajo realizado a todo el equipo que lo ha hecho posible.
Empecemos por el concierto del martes. Previamente al recital de los titulares disfrutamos del de un dúo de LIFE New Artists, el único que he tenido ocasión de escuchar en esta edición, que confirmó una vez más la solidez de la formación que reciben en Catalunya los jóvenes intérpretes de lied y su dedicación. La soprano Sofía Esparza Jáuregui y el pianista Michel Reynoso interpretaron las seis Ariettes oubliées de Claude Debussy y tres de las Cinco cançoes nordestinas de Francisco Ernani Braga; repertorio "de toda la vida" y repertorio desconocido (al menos para mí) en su debut. Sofía Esparza cantó con refinamiento las piezas de Debussy y con mucha expresividad las canciones brasileñas, de origen popular, mientras que Michel Reynoso la acompañó con prudencia e inteligencia, sin caer en las trampas de la acústica de la sala.
Con los últimos ecos de la música de Francisco Ernani Braga todavía sonando subieron Christopher Maltman y Malcolm Martineau al escenario para comenzar su recital con Le Bestiaire ou Cortège d'Orphée de Francis Poulenc, que puso música a seis de los poemas de la colección homónima de Guillaume Apollinaire. Hacía mucho tiempo que Maltman no cantaba en Barcelona y que no cantaba lied y mientras pasaban las brevísimas canciones pensaba que le había echado de menos. Sí, es una confesión; hay cantantes que al principio de su carrera cantan mucho lied y con el paso del tiempo van tendiendo a la ópera y no puedo evitar pensar que es una lástima perder estos buenos cantantes, por más que pueda entender sus motivos. Maltman está en un gran momento de voz, ha corregido algunos peros que se le podían poner años atrás y conserva intacta la capacidad de comunicación, que siempre ha sido su mejor baza; los cinco minutos que dura el ciclo de Poulenc fueron suficiente para hacerlo patente. Y de Malcolm Martineau, ¿qué podemos decir? Que es un maestro y lo demuestra tanto en las canciones grandes como en las numerosas canciones pequeñas que el programa incluía; La carpe, por ejemplo, la última del Bestiario de Poulenc, fue como para pedir un bis, si aquello fuera ópera y no canción.
Siguieron dos baladas de Schumann; como pueden ver, teníamos anímales políglotas. Con Die Löwenbraut, una de las historias de amor más extrañas del género, y Der Handschuh, Maltman demostró que es un excelente narrador, transmitiendo perfectamente la inocencia de la doncella y la violencia del león en la primera canción y la frivolidad y la ironía del entretenimiento cortesano en la segunda.
Los cinco animales del ciclo de Ravel cerraron la primera parte del recital. Maltman y Martineau hicieron una versión impecable; hacía sólo unas semanas que habíamos escuchado el mismo ciclo con Simon Keenlyside y Martineau, que también hicieron una versión impecable, y este es uno de los lujos que podemos disfrutar de vez en cuando los aficionados: mismo ciclo, dos cantantes, un pianista, dos maneras de interpretarlo, ambas excelentes. Maltman adoptó más claramente la posición de observador para describir las cinco escenas, fue el "cazador de imágenes" que describe al principio de su obra el autor de los textos, Jules Renard, y su sentido de la narración hizo lucir especialmente Le martin-pêcheur; no debí de ser la única que retuvo el aliento para no asustar a la pequeña ave.
La música de Max Reger tenía fama de ser complicada de escuchar; las Schlichte Weisen ("Melodías sencillas") son su respuesta a este infundio: seis volúmenes de canciones muy breves, a menudo inspiradas en el mundo infantil, de las que pudimos escuchar cinco, ligeras y encantadoras, que daban paso al tercer bestiario francés de la tarde, el de Emanuel Chabrier, tan delicioso como las piezas de Reger. Escuchamos tres de los cuatro Romances zoologiques (sólo faltó la Pastorale des cochons roses). Confieso (segunda confesión de la crónica) que yo tenía Les cigales por una canción amable y divertida, sólo eso (que no es poco), pero la redescubrí con la interpretación sensacional de Maltman y Martineau; de hecho, sobre todo de Martineau.
Hugo Wolf fue el último compositor dentro de la ortodoxia, que contribuyó al bestiario de aquella noche con cigüeñas, golondrinas (Der Schwalben Heimkehr es una rareza poco escuchada), abejas y ratas. Si bien eché de menos la ternura marca de la casa Mörike en Storchenbotschaft y Der Knabe und das Immlein, Maltman volvió a hacer una gran interpretación con Der Rattenfänger, domador de ratas, niños y doncellas.
Así llegamos a los infiltrados Michael Flanders (actor y cantante) y Donald Swann (compositor y pianista), un dúo británico que a mediados del siglo XX triunfó con sus canciones cómicas. Flanders y Swann también tienen un Bestiary, y Maltman y Martineau cambiaron de estilo para regalarnos, porque realmente fue un regalo, tres canciones que comenzaron con la irónica The Armadillo y terminaron con la divertidísima The Gnu. En medio, The Warthog, una nueva demostración de cómo se narra una historia. ¡Por fin sé lo que es un facoquero!
El último detalle de calidad fueron las propinas. Parece imposible que después de hacernos reír con estas historias insólitas pudiera aparecer Schubert y hacerlo en condiciones, pero así fue: dos animales schubertianos, Die Forelle y sobre todo Die Krähe nos borraron la sonrisa, como debe ser.
En una publicación digital no hay problema de espacio, pero la paciencia del lector no es infinita así que intento darme prisa al hablar del segundo concierto, el de Benjamin Appl y Graham Johnson, que tuvo lugar el miércoles 21. De hecho, el recital fue breve, con un programa que enfilaba nocturnos; para ser precisos, las canciones iban desde el atardecer de Abendempfindung hasta el amanecer de Ständchen, D. 889. Pese a reunir un puñado de lieder casi todos muy conocidos, el programa tenía una coherencia interna que lo situaba mucho más allá de la pura colección de highlights; por todo ello, era una programa ideal para iniciarse en el género.
Benjamin Appl está ahora, más o menos, en el punto en el que estaba Christopher Maltman en aquella época que mencionaba al principio. Parece, sin embargo, que él continuará dedicándose al lied y lo celebro porque, como ya tuvimos ocasión de comprobar hace un año, tiene talento y sensibilidad. Esta vez lo acompañó Graham Johnson, que no tuvo su mejor noche. Son cosas que pasan, pero cuando el pianista no tiene la noche, tampoco la tiene el cantante, una muestra más del papel fundamental del pianista en un recital. Costó que las vacilaciones y las imprecisiones quedaran atrás, hasta el último lied de Schubert, Die Sterne; en el siguiente grupo, tres lieder de Schumann, Appl hizo versiones notables de canciones de carácter tan diferentes como las del gondolero y la tremenda Belsazar. En general, se echaron en falta detalles y colores imprescindibles, con alguna excepción como la bellísima Verschwiegene Liebe de Hugo Wolf. La materia prima está, y habrá más ocasiones para disfrutar de ella.
Y hasta aquí mis impresiones del LIFE Victoria 2018. ¡Gracias por su paciencia, queridos lectores!
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