DVD - Reseñas
Macbeth en las tierras de Poniente
Raúl González Arévalo

De todas las óperas de juventud de Verdi, Macbeth es, sin duda, la más popular y la que más y mejores grabaciones en CD y DVD ha recibido. No hay barítono ni soprano spinto que se le resista. Solo en lo que va de siglo XXI tenemos registros audiovisuales encabezados por Thomas Hampson, Carlos Álvarez, Leo Nucci, Giuseppe Altomare, Simon Keenlyside, Dimitri Tiliakos, Željko Lučić y Plácido Domingo, acompañados respectivamente por Paoletta Marrocu, Maria Guleghina, Sylvie Valayre, Olha Zhuravel, Lyudmila Monastyrska, Violetta Urmana, Anna Netrebko y Ekaterina Semenchuk. Ahí es nada. Por delante de todos ellos se sitúa la película referencial con Leo Nucci y Shirley Verrett, dirigidos por Riccardo Chailly. En consecuencia, toda propuesta nueva tiene que tener las credenciales en regla para tener alguna oportunidad entre tanta competencia.
El nuevo lanzamiento de Naxos desde el Teatro Massimo de Palermo sobre el papel resultaba atractivo. El protagonista, Roberto Frontali, es un buen barítono de la escuela italiana, bregado en Verdi, y en los últimos años ha recibido buenas críticas en el papel. Sin duda tiene los medios para afrontarlo con solvencia. Sin embargo, la grabación le llega algo tarde, y aunque los medios un tanto gastados sientan bien al retrato de un Macbeth al que el trono coge algo mayor, al instrumento le falta brillo y al intérprete sutileza e introspección psicológica. Sin duda frasea conforme al estilo, pero el acento resulta genérico y el canto entre el forte y el mezzoforte perennes no ayuda a ofrecer un retrato más complejo y desarrollado, de modo que al final el trabajo es solvente pero no sobresaliente.
Lady Macbeth es un papel tramposo, al que se han acercado tanto sopranos wagnerianas (Nilsson) como mezzos que se pasaron a la cuerda de soprano (Verrett, Urmana, Cossotto en disco). Anna Pirozzi también tenía las cartas en regla a priori. A propósito de su Lucrezia Contarini en I due Foscari escribía hace justo un año que “El descubrimiento del lanzamiento es ella, una voz spinto, poderosa en la proyección a la vez que dúctil, con una gran agilidad y seguridad en el agudo, que por momentos recordaba a la Caballé que, en esta ocasión, pudo ser y no fue. (…) Anna Pirozzi se reivindica como la mejor candidata con el joven Verdi, de Lady Macbeth a Abigaille pasando por Odabella y Luisa Miller. Es impresionante la seguridad y el dominio técnico que tiene de su instrumento, como deja claro desde su aria de entrada”. Desafortunadamente, en esta ocasión la expectativa solo se ha materializado parcialmente. La tesitura no le plantea problemas, no fuerza el centro ni el grave, suficientes, y brilla con seguridad en el agudo. Donde tantas sudan sangre, en la coloratura del aria de entrada, el dúo siguiente con su marido, y el brindis que finaliza el segundo acto, la italiana muestra una flexibilidad envidiable. ¿Qué falta entonces? Pirozzi no tiene ni el color, ni el timbre, ni los modos de la Lady, su voz es demasiado dulce para la parte y no hay agresividad en la interpretación vocal, a pesar de la potencia. El aria de entrada suena novedosa entre medias voces y piani, pero por más que “La luce langue” y sobre todo “Una macchia è qui tuttora” estén vocalmente perfectas, hace falta otra fuerza para un personaje que es la encarnación del mal.
Marko Mimica impresiona por su imponente voz de autentico bajo como Banco, canta el aria con la amplitud y el color que requiere la parte y causa una magnífica impresión. Menos particular el Macduff de Vincenzo Costanzo, que cumple notablemente con su papel. El coro, muy demandado en esta ópera, ofrece una intervención correcta, con su mejor momento en “Patria oppressa”, mientras que la orquesta se ve lastrada en su prestación por la dirección genérica, poco sutil y por momentos lenta de Gabriele Ferro. Una pena porque la producción escénica dirigida por Emma Dante es atractiva, no carece de persuasión dramática y está cuidada hasta en sus detalles más pequeños. El vestuario se remite a una Escocia bárbara, la que recrea el imaginario medieval, mientras que la escenografía, muy escueta, tiene indudables referencias en su diseño al conocido trono de hierro de Juego de Tronos. La atmósfera ideada no tiene problema en presentar imágenes grotescas, con Macbeth entrando en escena a lomos del esqueleto de un caballo, o provocadoras, como el rey Duncan asesinado, tratado como Cristo muerto, crucificado y santificado. En definitiva, una producción que, partiendo de elementos tradicionales, no renuncia a la modernidad en sus planteamientos dramáticos.
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