Alemania
El ciclo de vida de una rosa
Juan Carlos Tellechea

La afamada compañía Aalto Ballett Essen que dirige el coreógrafo belga Ben Van Cauwenbergh abrió la temporada 2018/2019 con Onegin, un clásico moderno del británico (de origen sudafricano) John Cranko (1927 - 1973), con música de Piotr Chaikovski, ovacionada apoteósicamente en la tarde de este sábado 10 de noviembre. La puesta de Cranko (preparada por Agneta Valcu y Victor Valcu, y supervisada por Reid Anderson) es maravillosa, una verdadera filigrana, y la interpretación del cuerpo de baile excelente.
La orquesta Essener Philharmoniker, dirigida por Johannes Witt, cumplió una labor extraordinaria, acompañando y respaldando con gran precisión a bailarinas y bailarines en el complicado flujo dramático de la obra. Los arreglos de la música de Onegin fueron realizados por Karl-Heinz Stolze a partir de composiciones para piano menos conocidas de Chaicovski.
Todo el elenco impresiona a la platea. Los números en los que interviene el conjunto por entero destilan mucha energía. Hasta los más mínimos detalles se corresponden con milimétrica exactitud: los flirteos, el anciano tembloroso que busca sus gafas. Cada uno hace suyo su papel con extrema concentración y todos crean un complejo cuadro de la sociedad rusa de comienzos del siglo XIX, muy íntimo, muy humano, tal como lo pintara Alexander Pushkin en su célebre poética novela homónima.
El maestro de ballet Reid Anderson, quien trabajó desde muy joven con Cranko en esta pieza, supervisó los ensayos y presenció personalmente el estreno de esta producción en Essen. En su calidad de experimentado conocedor de la obra, Anderson acompañó desde 1984 presentaciones similares en otros 25 escenarios de todo el mundo.
La atractiva e interesante puesta de Cranko (segunda versión, de 1967, que fuera coprotagonizada en su momento por la legendaria bailarina brasileña, hoy coreógrafa, Marcia Haydéee) es sobria, pero impresiona por sus amplios espacios y por sus colores que emulan el ciclo de vida de una rosa, desde el blanco de la pureza e inocencia hasta el rojo oscuro del marchitamiento. Bellísimas imágenes. La historia cobra vida con la intervención de excelentes bailarines. Amor y odio son temas de permanente actualidad en la Humanidad y los frustrantes hechos aquí relatados no son una excepción. Hay mucha accion y tensión en esta magistral escenificación sobre la realidad y la ficción, sobre la sustantividad y la ilusión.
En el primer pas seule de Yurie Matsuura (Tatjana), en el segundo acto, la música vibra con gran sensibilidad. La bailarina va creciendo permanentemente en su papel hasta la última escena, cuando Tatjana, que entretanto se ha casado con otro, reniega de Onegin (Liam Blair). Es conmovedor y da gusto verla. Matsuura desarrolla su personaje con mucha entrega y pasa de ser la jovencita amable y crédula del principio, para convertirse en la mujer que al final muestra su dolorosa determinación con sus múltiples facetas y límites. Por el contrario, el pas de deux con el príncipe Gremin (Yehor Hordiyenko), amigo de la familia, esboza el carácter de un matrimonio basado en el respeto mutuo.
El personaje de Olga, la otra hija de la viuda Madame Larina (Yulia Tsoi), fue encarnado excelentemente por la cubana Yanelis Rodríguez. A la superficial chica le encantan los flirteos, y la bailarina la hace exhibir su imprudente coquetería con rapidísimos giros y elegantes saltos. Es un bello contraste el que establece con la figura de su soñadora hermana, cuando muestra su amor y sigue con breves y ágiles movimientos a Lenski (Davit Jeyranyan), el incondicional del presumido Onegin, en el pas de deux en el que se lucen ambos.
Liam Blair, un maravilloso bailarín solista, hace suyo a la perfección asimismo el fastidioso y arrogante personaje de Onegin, a través de una excelente utilización de recursos mímicos con manos, torso y gestos faciales muy claros; histriónica y danzísticamente sensacional. En el último acto es él quien se convierte en un personaje iluso y poco realista, con cabello encanecido, como un rey venido a menos en un cuento de hadas. Así se cierra, como Pushkin lo hiciera con su desolado héroe, el ciclo de esta coreografía sobre un amor no correspondido y sus consecuencias que fue estruendosamente ovacionada durante prolongados minutos por millares de espectadores que colmaban la sala del Aalto Theater de Essen.
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