Discos
Sin Lady no hay Macbeth
Raúl González Arévalo
Que Macbeth es la ópera de juventud más y mejor grabada lo confirma no solo el hecho de que el lanzamiento de Glossa haya coincidido en el tiempo con el DVD de Naxos que comentaba hace poco en estas páginas: la novedad del sello español es la tercera propuesta de la versión original estrenada en Florencia en 1847. De hecho, si no me fallan los números, se sitúa por delante de Simon Boccanegra, cuya versión original de Venecia en 1857 cuenta con dos grabaciones en Dynamic y Opera Rara, e iguala a La forza del destino en la edición de 1862 con tres (dos en CD en Philips y Opera Rara, una en DVD en Kultur).
Frente a la primera grabación, publicada por Dynamic a partir de las funciones en el Festival de Martina Franca de 1997, y la segunda en Opera Rara, anterior en el tiempo puesto que recoge la producción organizada por John Budden en la BBC en 1979, la nueva propuesta de Glossa destaca por el empleo de una orquesta de instrumentos originales, bregada en el Barroco y con incursiones puntuales en la ópera romántica italiana, como recuerdan las grabaciones de dos títulos de Bellini, Norma (DVD de ArtHaus Musik) e I Capuleti ed i Montecchi, en CD para Glossa, como este Macbeth.
Si la grabación de la ópera de la sacerdotisa gala en 2001 fue recibida con sorpresa y reticencia, en la segunda década del siglo XXI los instrumentos originales son admitidos con mayor normalidad, aunque no se han impuesto en este repertorio, a diferencia del Barroco, y del Clasicismo, en el que conviven habitualmente con las orquestas románticas. La presencia de La Scintilla dirigida por Giovanni Antonini en Norma con Cecilia Bartoli (Decca) o la Orchestra of the Age of the Enlightenment en la reciente Semiramide dirigida por Sir Mark Elder (Opera Rara) han puesto de manifiesto el atractivo que también ofrece la búsqueda de sonoridades más cercanas a las originales a partir de una plantilla más reducida e instrumentos históricos.
En esta ocasión Biondi, sin la ayuda de la suntuosidad sinfónica a la que estamos habituados, logra producir los colores oscuros de la partitura y recrea acertadamente la atmósfera verdiana a partir de sonidos más contrastados y menos redondos. Todo ello con la habitual transparencia de planos sonoros y claridad de texturas, en los que brilla el virtuosismo y la calidad de los solistas de una de las mejores orquestas de su categoría desde hace años. Por su parte, el coro polaco, que no conocía y tiene un papel tan importante, realiza un excelente trabajo, alejado de las sonoridades barrocas que alguno podía temer. Que nadie imagine un Macbeth en formato diminuto, el cambio es más una cuestión estilística que de tamaño. Y para las óperas de la década de 1840 el tamaño no debería importar tanto, ni siquiera en menoscabo de la tradición romántica posterior, que se puede seguir disfrutando igualmente sin renunciar a nada: ninguna de las dos opciones son incompatibles y hay que reconocer lo que esta propuesta aporta al conocimiento del primer Verdi, especialmente porque la dirección de Biondi mantiene en lo más alto su conocido instinto dramático.
Por otra parte, respecto a la versión empleada, las diferencias son realmente pocas en relación con la revisión posterior de 1865: el acto I no ofrece demasiados cambios, salvo en el gran dúo “Fatal mia donna”, privado de las sofisticaciones armónicas de París, pero con la stretta final en la clave mayor original. Por el contrario, el acto II se abre con una brillante cabaletta para Lady Macbeth, “Trionfai! Sicuri al fine”, que musicalmente es considerada unánimemente inferior a su sustituta “La luce langue”, pero está más cercana al brindis “Si colmi il calice”. El acto III no se cierra con el dúo “Ora di morte”, sino con una gran escena centrada en la cabaletta “Vada in fiamme”, más fiel al original shakesperiano. El acto IV concluye con el aria de la muerte, “Mal per me che m’affidai”, omitida en 1865, aunque hoy día se suele incluir en la segunda versión dada la oportunidad dramática que supone para el protagonista. De hecho, es este el acto con más cambios: la versión de “Patria oppressa” es más cercana a otros coros contemporáneos de ardor risorgimentale y el dúo Macduff-Malcolm no concluye con un tiempo más acelerado; por último, no hay fuga de la batalla sino una sucesión de fanfarrias. Habitualmente se da por supuesto que las reelaboraciones de madurez de obras de juventud las mejoraban indiscutiblemente, pero también es indudable la ruptura de la unidad estilística. En consecuencia, la versión de 1847 tiene una coherencia de la que carece la reelaboración posterior. Es el motivo de que Biondi se haya decantado por ella y lo explican claramente las detalladas notas de Stefano Russomano.
Pasando a los cantantes, en consonancia con la intervención de coro y orquesta, no tienen nada que ver con las voces barrocas. Giovanni Meoni es un gran protagonista, matizado en lo vocal y sutil como actor, plenamente en estilo, con un fraseo adecuado y un acento que pone de manifiesto todas las dudas e inseguridades del protagonista. En cada intervención revalida los motivos de su elección como protagonista, culminando en un “Mal per me” realmente bueno. El problema de la grabación, es inútil esconderlo, está en la que muchos consideran el personaje central de la obra, Lady Macbeth. Nadja Michael es una gran artista, mejor actriz que cantante, a la que he admirado en retratos entre notables y sobresalientes de papeles anfibios de soprano corta, como Eboli en el Don Carlos de Verdi, Medea in Corinto de Mayr o Medée de Cherubini. Pero Elektra de Strauss es mucha Elektra para una mezzo que ha pasado a soprano y las consecuencias de un repertorio tan dispar como arriesgado se han hecho presentes. Sin duda, a priori era un opción interesante para Lady Macbeth, más allá de las buenas críticas recibidas de funciones en Europa y América. El color, el timbre y la agresividad de la que es capaz la intérprete eran sus mejores bazas. Sin embargo, la versión de 1847 tiene grandes requerimientos belcantistas y a estas alturas le conviene menos que la de 1865.
Tras años de carrera y un repertorio exigente la voz de Michael suena demasiado pesada en las agilidades, abordadas con prudencia evidente. Las escalas no siempre suenan limpias ni exactas. Pero lo más triste es que la soprano no está bien vocalmente: no es solo que el timbre se haya empobrecido y suene ajado, o que el vibrato haya ensanchado visiblemente: la voz sufre en cada ascenso al agudo, apenas tocado, empujado hasta confinar en el grito y con frecuencia calante. La cavatina y la cabaletta de entrada causan una impresión inicial francamente negativa, aunque por suerte mejora más adelante, sobre todo con la cabaletta “Trionfai!”. Su mejor momento está en la escena del sonambulismo, donde la artista tira de raza para rematar una construcción muy trabajada, a pesar del reb5 en pianissimo que culmina el aria cercano a un maullido y de una pronunciación del italiano muy dura, sobre todo en comparación con la prosodia natural de Meoni. En consecuencia, es difícil justificar su elección, porque sin Lady no hay Macbeth. Tal vez habría estado mejor pensar en una soprano como Saioa Hernández -reciente Odabella de Attila en la Scala- o Angela Meade -con Giselda de I lombardi y Ermione en repertorio-. En todo caso, en esta versión primigenia están mucho mejor Iano Tamar (Dynamic), que llegó a ser una buena Semiramide, y Rita Hunter (Opera Rara), más ágil que otras ilustres wagnerianas como Birgit Nilsson en el papel.
De los demás personajes principales, Fabrizio Beggi es un Banco genérico, a pesar de la adecuación vocal. Por su parte, Giuseppe Valentino Buzza está más acertado como Macduff, y el trémolo en la voz realza el dramatismo que imprime al aria, pero ninguno de los dos llega al trabajo de Meoni. En última instancia, el italiano es lo mejor de la grabación junto con la dirección de Biondi y la estupenda interpretación de coro y orquesta.
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