Alemania

La música de Mozart más allá de las notas

Juan Carlos Tellechea
lunes, 11 de febrero de 2019
Philippe Herreweghe © Michiel Hendryckx, 2018 Philippe Herreweghe © Michiel Hendryckx, 2018
Düsseldorf, domingo, 28 de octubre de 2018. Gran sala auditorio de la Tonhalle de Düsseldorf. Wolfgang Amadé Mozart (1756 – 1791), Sinfonía número 41 en do mayor KV 551 (Jupiter); Requiem en re menor KV 626 (completado por Franz Xaver Süßmayr). Emőke Baráth (soprano), Eva Zaïcik (mezzosoprano), Benjamin Bruns (tenor), Florian Boesch (bajobarítono). Orchestre des Champs - Élysées, Collegium Vocale Gent. Director Philippe Herreweghe. Organizador Heinersdorff Konzerte, Klassik für Düsseldorf. 100% del aforo
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El esplendor de la música de Wolfgang Amadé Mozart recorrió por partida doble esta tarde dominical del 28 de octubre la repleta sala bajo la cúpula de la Tonhalle de Düsseldorf, con su Sinfonía número 41 en do mayor KV 551 (Júpiter) de 1788, y con su Requiem en re menor KV 626, de 1791; respectivamente, la última obra sinfónica y la postrer obra coral del destacado e influyente maestro del clasicismo. El director belga (flamenco) Philippe Herreweghe fue el encargado de conducir con ambas manos (sin batuta) a su afamada Orchestre des Champs-Élysées, fundada por él en 1991, y a su célebre coro Collegium Vocale Gent (creado en 1970) en el recital con el que Heinersdorff Konzerte – Klassik für Düsseldorf inauguró la temporada 2018/2019. Los colectivos fueron acompañados por cuatro prestigiosos solistas: la soprano húngara Emőke Baráth, la mezzosoprano francesa Eva Zaïcik, el tenor alemán Benjamin Bruns (suplantando a Maximilian Schmitt por enfermedad de éste) y el bajo barítono austríaco Florian Boesch. 

Cuerdas y timbales vibran con energía en el Allegro vivace de Júpiter, lo hacen con delicado lirismo y se regocijan con el hermoso y candente fuego de la partitura mozartiana. Tras este contraste inicial, el ardor y la mesura dialogan entre si, intercambian líneas mayores o menores, cultivan la elegancia, la precisión y la meticulosidad bajo el esmerado celo de Herreweghe. 

El director (dicho sea al margen, también médico y psiquiatra) se permite desplegar con soltura temas de amplitud sonora y deliciosa expresión, flexible en el juego cómplice del Andante cantabile. Hay aquí algo así como una respiración muy saludable, colorida que impide caer en la languidez. Contrabajos, maderas y metales cumplen un trabajo extraordinario. Esta presencia rítmica resplandece  asimismo en el Menuetto. Allegreto que sigue y desemboca en una gigantesca explosión en el Molto allegro con movimientos de una precisión milimétrica y brillante fuerza, retribuidos con estruendosas ovaciones por el público al término de la primera parte. 

Tras el intervalo, el contraste gana de nuevo el escenario. La esperanza y el júbilo de la Sinfonía número 41 da paso ahora al Requiem, traído con el ingreso del Collegium Vocale Gent (todos sus integrantes vestidos de negro) que se ubica al fondo del proscenio, y los cuatro solistas al frente: Baráth, Zaïcik, Bruns y Boesch. Herreweghe destila el carácter de cada una de estas joyas en una interpretación sobria, pero muy expresiva de la Orchestre des Champs - Élysées. 

Mozart dejó inconcluso su Requiem poco antes de morir el 5 de diciembre de 1791. Imborrables en nuestras retinas han quedado grabadas las supuestas imágenes de aquellos momentos recreadas e interpretadas por Thomas Edward (Tom) Hulce en la película de culto Amadeus (1984) de Miloš Forman (Confutatis maledictis, /...). La magna obra fue concluida finalmente por cuatro músicos de su círculo más íntimo, entre ellos su discípulo Franz Xaver Süßmayr, a quien le tocó la parte más importante de la labor. Los músicos fueron comisionados por la viuda de Mozart, Constanze, que se encontraba en apuros económicos y deseaba cobrar el resto de la suma de 50 ducados, prometida por quien había encargado la pieza. 

Se sabe ahora que este misterioso personaje fue el conde y coleccionista de música Franz Graf von Walsegg, probablemente a través de un miembro de su bufete de abogados. La pieza iba a ser estrenada al cumplirse el primer aniversario del fallecimiento de su joven esposa, ocurrido en febrero de 1791. Pero Mozart, que alcanzó a recibir un adelanto de aquel dinero, murió sin enterarse de ello. Según la correspondencia de Constanze, investigada mucho tiempo después, esta supo a más tardar en 1800 del encargo de Walsegg, quien acostumbraba a hacer pasar como suyas las obras que adquiría. 

La Orchestre des Champs - Elysées resuena ante el absoluto y respetuoso silencio de la sala (ni una carraspera, ni un estornudo, ni una tos) como si quisiera dejarnos oir la última respiración divina de Mozart. El director cuida al extremo el comportamiento de cada sección y apoya perfectamente a los cantantes con notas más que generosas (Sanctus. Adagio – Fuge: Osanna, compuesto por Süßmayr) o con el eco de las cuerdas en los largos melismas y la magnificencia del Kyrie.Allegro (compuesto por Mozart). Hay mucha cohesión y homogeneidad en el conjunto y una gran expresividad dramática, aunque no por ello lleva al público a derramar lágrimas en la sala. 

La soprano húngara (con el coro) elevó a la platea en el Introitus: Requiem aeternam. Adagio (escrito por Mozart) con gran delicadeza y una voz suavemente ondulada, ligeramente contenida, con sedosos agudos, por momentos prominente cuando cobra mayor intensidad en la expresión. A su lado, la mezzosoprano francesa fue más discreta, pero la acompañaba con pasajes muy armónicos, con agudos claros y frecuencias intermedias muy bien dadas y seguras, El tenor Bruns con voz muy lírica, intensa y refinada, junto con el barítono Boesch, de tonalidades más cavernosas, abismales e imponentes, se destacaron sobremanera en el Tuba mirum. Andante (Mozart: las intervenciones solísticas y parte de la orquesta, violonchelo, bajo y trombón tenor; Süßmayr cuerdas y vientos) con cuidadosa articulación: 

Tuba mirum spargens sonum/ per sepulcra regionum/ Coget omnes ante thronum./ Mors stupebit et natura/ cum resurget creatura/ judicanti responsura./ Liber scriptus proferetur/ in quo totum continetur/ unde mundus judicetur./ Judex ergo cum sedebit/ quidquid latet apparebit, / nil inultum remanebit./ Quid sum miser tunc dicturus,/ quem patronum rogaturus/ cum vix justus sit securus? 

En el Rex tremendae maiestatis (Mozart: coro y orquesta; violonchelo, bajo, órgano, violín I; Süßmayr orquesta: cuerdas, vientos y percusión) el coro sonaba excelso, y en el Recordare Iesu pie (Mozart: todas las partes de la orquesta, excepto el fagot, y de los solistas) las intervenciones fueron memorables por el extraordinario equilibrio y los matices alcanzados. 

Magníficos estuvieron asimismo el coro y los solistas en el Offertorium:  Domine Jesu/ Domine Jesu Christe,/ rex gloriae,/ libera animas defunctorum/ de poenis inferni, / et de profundo lacu,/ de ore leonis,/ ne absorbeat tartarus,/ ne cadant in obscurum,/ sed signifer sanctus Michael/ repreaesentet eas in lucem  sanctam/ quam olim Abrahae promisisti et semini/ eius, cuyas partes de coro, solistas y orquesta (violonchelo, bajo y órgano) fueron escritos por Mozart; y por Süßmayr las de cuerdas y vientos. 

En el Benedictus. Andante – Fuge: Osanna (compuesto por Süßmayr) las voces del coro y de los solistas vuelven a elevarse, salen de aquella oscuridad y crean una atmósfera cálida, suavísima que devuelve la calma y consuela. Finalmente -y a esta altura no había por qué estar tristes, sino más que nada embargados por la emoción- la Communio (Lux aeterna luceat eis, Domine,/...) que repite fragmentos del Introito y del Kyrie, lleva la sangre al máximo de ebullición y no hace más que subrayar la genialidad e inmortalidad de un Mozart que indefectiblemente tuvo que haber subido a los cielos; no hay otra forma. Pasaría un segundo tal vez, hasta que el público pudo salir del extático embeleso y prorrumpir de pie en ovaciones y exclamaciones de aprobación durante largos largos minutos.

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