Alemania

Sexo, mentiras y cortinas venecianas

Juan Carlos Tellechea
jueves, 21 de febrero de 2019
Gabrielle Mouhlen y Gaston Rivero © 2019 by Thilo Beu Gabrielle Mouhlen y Gaston Rivero © 2019 by Thilo Beu
Essen, sábado, 2 de febrero de 2019. Aalto-Musiktheater Essen. Otello, ópera en cuatro actos de Giuseppe Verdi, con libreto en italiano de Arrigo Boito, basada en Otello, el moro de Venecia, de William Shakespeare, estrenada en el Teatro alla Scala de Milán, el 5 de febrero de 1887. Dirección escénica Roland Schwab. Escenografía Piero Vinciguerra. Vestuario Gabriele Rupprecht. Iluminación Manfred Kirst. Dramaturgia Christian Schröder. Otello, moro, general de la armada veneciana (Gastón Rivero), Desdémona, su esposa (Gabrielle Mouhlen), Yago, alférez de Otello (Nikoloz Lagvilava), Emilia, su esposa (Bettina Ranch), Cassio, capitán (Carlos Cardoso), Rodrigo, caballero veneciano (Dmitry Ivanchey), Lodovico, embajador de Venecia (Tijl Faveyts), Montano, predecesor de Otelo en el gobierno de Chipre (Baurzhan Anderzhanov), un heraldo (Karel Martin Ludvik). Coro y coro extra del Aalto Theater, preparado por Jens Bingert. Comparsas del Aalto Theater. Orquesta Essener Philharmoniker. Director invitado Matteo Beltrami. 100% del aforo
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El renombrado director Roland Schwab (Saint-Cloud/Altos del Sena, Francia, 1969) llevó a escena una grandiosa versión de Otello, la penúltima ópera de Giuseppe Verdi, cuyas fuertes imágenes quedarán imborrables en la mente de los millares de espectadores que la presenciaron en el Aalto-Musiktheater de la ciudad de Essen.

Schwab, quien se crió en Múnich, estudió y trabajó con Götz Friedrich, así como con Harry Kupfer y Ruth Berghaus, y fue asistente en las óperas de Hamburgo, Berlín y Zúrich, debuta por partida doble. Es su primera aproximación a una obra tardía de Verdi y es la primera vez asimismo que trabaja en el Aalto Theater de esta ciudad de la Cuenca del Ruhr.

Aquí no hay nada más que loas a su labor. Schwab tiene el don innato del saber hacer. Con un escenario mucho más amplio respecto a los que está acostumbrado a utilizar, su Otello respira a sus anchas, con unos decorados (Piero Vinciguerra) muy ingeniosos, sobrios, armoniosos y efectivos: cortinas venecianas de aluminio por todo lo alto y ancho, y una densa línea de helechos verdes al fondo.

Los enormes tazones de fuente de fuego, nubes de niebla y la iluminación (Manfred Kirst) crean además una atmósfera muy coherente sobre tablas. Hasta se utiliza el gran telón metálico de seguridad contra incendios de más de 40 metros de anchura del Aalto Theater al final del segundo acto.

La puesta tiene gran mordida, precisión, hondura. Fue tan realista que mantuvo en vilo durante tres horas a la platea hasta que el público estalló en vítores, efusivos aplausos y ovaciones incontenibles. La orquesta Essener Philharmoniker dirigida con mucha entrega por Matteo Beltrami (Génova, 1975) tuvo una velada esplendorosa y al más alto nivel. Excelentes asimismo fueron las intervenciones del Coro y de los figurantes del Aalto-Musiktheater, sobresalientemente preparados por el maestro Jens Bingert, un gran trabajo, todo un orgullo para esta casa.

Talentos musicales excepcionales fueron el tenor uruguayo, nacionalizado estadounidense, Gastón Rivero (Montevideo, 1978), en su conmovedora interpretación de Otello, y el barítono georgiano Nikoloz Lagvilaba (Yago), ambos ovacionados en medio y al final de la función. Schwab, quien prescinde por completo de maquillar a Otello para que semeje a un moro, organizó un mundo de pesadilla, de neurósis de guerra, que tiene lugar a muchos niveles en la cabeza del general de la armada veneciana. Detrás de las persianas se trasuntan sus alter ego, personificados por muchos pequeños demonios que maltratan su cerebero hasta convertirlo en un psicópata. Porca miseria.

El pérfido alférez Yago manipula hábilmente a su superior jerárquico, un estúpido pegón de mucho cuidado que piensa solo en las simples dimensiones de un guerrero, especializado en matar y entrenado para ello. Son personajes que, salvo rarísimas excepciones, se convierten en asesinos y, tras las guerras, no con poca frecuencia en su propia familia.

Rivero no solo suena perfecto y poderoso en el papel principal, sino que también tiene muy buena presencia escénica, visual y físicamente hablando. Ella, la excelente soprano neerlandesa Gabrielle Mouhlen hace igualmente una Desdémona impecable, maravillosa en su rol. Si bien con signos antagónicos, el erótico primer dúo de Mouhlen y Rivero y la posterior infame escena de violación fueron memorables (uno no puede más que rememorar los traumas de los retornados de los frentes de batalla).

Los atuendos (Gabriele Rupprecht) destacan sobremanera a los dos personajes femeninos en medio de la soldadesca con sus uniformes de combate que evocan (incluso con sus fusiles y pistolas) a los utilizados por las tropas estadounidenses en Vietnam. El traje de Emilia es el de la típica secretaria de oficina, y el vestido de novia de Desdémona como hecho a medida para ella, no solo por el corte, sino por lo encantadora que se la ve. No es la figura de las producciones tradicionales de Otello ni mucho menos. La régie le asigna otra proyección en un mundo paralelo y la estrategia es muy convincente. Desdemona simboliza a alguien que desempeña un extraño papel ajeno a este ambiente de guerra sucia en el que las mujeres también deben empuñar las armas. Pero al final no tiene escape.

Todo el elenco estuvo electrizante. El tenor portugués Carlos Cardoso en el papel del capitán Cassio; la mezzosoprano alemana Bettina Ranch encarnando a Emilia, la mujer de Yago; el tenor ruso Dmitry Ivanchey como Rodrigo; el bajo belga Tijl Faveyts como Lodovico; y hasta el joven barítono canadiense Karel Martin Ludvik como el heraldo. Todos insuperables en la representación.

Schwab sabe de música, puede leerla y sus ideas son por todos comprensibles. No pretende pronunciar un discurso oscuro ni hacer cosas raras ni erigirse en pedagogo. Yago, siempre educado y halagador, es el verdadero protagonista de la pieza, mefistofélico acelerador del engaño y del fuego que incendia todo de forma aterradora. La luz y la niebla hacen estremecer a la platea. Las cortinas venecianas se cierran casi de forma claustrofóbica y se convierten en una trampa mortal. Esta producción de Otelo, creo no equivocarme, debe ser una de las mejores en estos momentos en Alemania.

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