Discos

Barbara Strozzi y el 8M

Raúl González Arévalo
viernes, 19 de abril de 2019
Voglio cantar. Arias de Barbara Strozzi, Francesco Cavalli, Biagi Marini, Antonio Cesti y Tarquinio Merula. Emőke Baráth, soprano. Il Pomo d’oro. Francesco Corti. Un CD (DDD) de 80 minutos de duración. Grabado en la Villa San Fermo de Lonigo (Italia), del 17 al 20 de julio de 2018. ERATO 0190295632212. Distribuidor en España: Warner Classics Spain.
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Imposible no pensar en el último 8-M, más multitudinario aún que el de 2018, con cientos de miles de mujeres reclamando igualdad en las calles. La lucha de la mujer por acceder a la igualdad es secular. No podía dejar de darle vueltas escuchando este magnífico disco en el que descuella con fuerza Barbara Strozzi. El reconocimiento de las mujeres compositoras en el ámbito de la música clásica es muy limitado, más allá de grandes nombres conocidos: Hildegard von Bingen, Nannerl Mozart, Clara Schumann, Fanny Mendelssohn o Pauline Viardot-García. En el barroco el nombre propio de nuestros días es el de Barbara Strozzi, cada vez más presente en programaciones y grabaciones.

Hija no reconocida de un noble veneciano, que sin embargo le procuró una espléndida educación humanista –no solo solo musical–, reservada entonces entre las mujeres a las famosas cortesanas –imposible no recordar aquí el nombre de Veronica Franco– Barbara Strozzi no tuvo que dedicarse a un oficio respetado en la ciudad de los canales por el alto nivel intelectual que alcanzaban sus mentes más brillantes. Su padre aseguró su pervivencia, lo que le dio una libertad al alcance de muy pocas mujeres del siglo XVII.

Su formación musical estuvo guiada por Francesco Cavalli, discípulo a su vez de Claudio Monteverdi. A tenor de la música vocal que la Strozzi ha dejado, es una auténtica pérdida que no compusiera ninguna ópera. Los lamentos (ese “Lagrime mie”) están a la altura de los más célebres de su maestro, respecto al que desarrolla en mayor medida los pasajes de virtuosismo vocal. La idea de alternar música de ambos es excelente en la medida en que permite apreciar la alta calidad, la influencia, pero también la voz propia de esta mujer, respecto a Cavalli y a otros contemporáneos incluidos como Marini, Merula y el más conocido Cesti. El programa, en torno a compositores venecianos del siglo XVII, no podía ser más redondo.

La otra protagonista del disco, la soprano húngara Emőke Baráth, hace menos de un año escribía en estas mismas páginas a propósito de la grabación de la versión napolitana de 1774 del Orfeo ed Euridice de Gluck encabezada por Philippe Jaroussky (Erato): “La gran sorpresa del registro la constituye el Amore de Emőke Baráth, que acaba de firmar un contrato en exclusiva con Erato. La húngara es una ligera con cuerpo aunque de timbre cristalino, en vez de la típica soubrette que se asigna normalmente al papel. Está magnífica en su aria. Atentos al debut con el recital anunciado, dedicado a Barbara Strozzi”.

El lanzamiento de su primer disco en solitario está sobradamente justificado por el magisterio artístico de la cantante. Vocalmente es una delicia escucharla. A pesar de que prefiero es una voz más lírica en Cavalli (como en Monteverdi, Frescobaldi y otros del primer barroco) porque puede dar más juego en la paleta de colores, la musicalidad, la brillantez de la emisión y la precisión de las agilidades son magníficas. Pero además hay una dicción perfecta, intención dramática en el acento y sentido apropiado de la palabra, algo indispensable en este primer barroco italiano, en el que además la calidad literaria de los textos exige intérpretes a su altura.

Il Pomo d’oro continua ofreciendo grabaciones referenciales, no me extraña que esté tan requerido últimamente, como muestran el reciente recital de Orliński, Anima Sacra o el espectacular Serse de Handel del otoño pasado, o los recitales In War and Peace de DiDonato y el dedicado a Porpora por Cenčić. Desde luego, se sitúa a la altura de los grandes conjuntos de instrumentos antiguos.

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