Bélgica
Grand Opéra sin escena
Jorge Binaghi

Con dos funciones en concierto La Monnaie retomó su intento de recuperación de las obras mayores de Meyerbeer, que comenzó hace pocos años con la excelente versión que ofrecieron Minkowski y Oliver Py de Les huguenots incluso con dos repartos. Esta vez, probablemente con razón, se han limitado a dos funciones en forma de concierto en el recinto más grande – y también muy bello, pero acústicamente menos confortable para las voces individuales- del Palais des Beaux Arts. Si bien ésta fue la ópera que terminó por consagrar a Meyerbeer en París, adonde ya había llegado con considerable fama de su estancia italiana (con óperas en ese idioma), y por ello es importante conocerla y que se la interprete en vivo, seguramente es musicalmente algo menos atractiva que los mencionados Hugonotes, Le Prophète o L’Africaine, pero mucho más interesante que Dinorah (Le pardon de Proërmel como se llama en francés).
Pero ‘algo menos’ significa sólo eso, y como obra es aún más decisiva para el género de ‘grand opéra’ porque su enorme éxito decretó un gusto o una moda que duraría más de treinta años. Los cinco actos (con un total de tres horas de duración por lo que –no he controlado a fondo por falta de tiempo- se trata de una versión prácticamente integral con el ballet incluido) se oyen no sólo con agrado sino que se advierte toda su potencia dramática y la necesidad de la escena, pero bien está que por lo menos se la ejecute en vivo.
El coro de La Monnaie estuvo estupendamente dirigido por Faggiani y se sabe cuánta es la importancia de este cuerpo en una obra de estas características. La orquesta del Teatro sonaba muy bien, aunque la dirección de Pidó (buena en sí misma y muy aplaudida) resultó siempre fuerte sin que pareciera recordar que las voces colocadas delante de orquesta y coro podían perderse un poco con ese criterio. No obstante, la distribución fue entre buena y muy buena incluso en las partes pequeñas (en particular el bajo Patrick Bolleire como Alberti en el primer acto y el Sacerdote en el último). Y se debe notar la actuación del tenor de casa Dran, que ya había impresionado hace dos temporadas en Pénélope, en el no muy largo pero nada fácil papel de Rainbaut, el prometido de Alice, la hermana de leche del protagonista.
Este fue encomendado a Korchak, que lo hizo muy bien, especialmente en ese sector agudo tan exigido por Meyerbeer y en el que hubo esmalte e incisividad (algo menos en los otros registros que sonaron monocromos y algo opacos aunque no hubo quiebres o desigualdades y por fortuna la nasalidad que lo afectaba hace unos años apenas se hizo presente en un par de momentos). Tiene, además, buen francés y dice bien. Lo mismo, y a mayor razón, sucede con el único francófono de los principales, el diablo mismo, Bertram. Courjal es un bajo cantante y no nos ofreció una versión tremendista y de grand guignol del personaje, sino que fue mucho más insidioso y finalmente perverso, aunque con ese amor posesivo por su hijo que hace que finalmente lo pierda. Buen color y buena extensión y fraseo interesante (su gran escena, la invocación a las monjas diabólicas en la iglesia abandonada, que es uno de los fragmentos que se ha salvado gracias a los bajos, fue impecable).
De las dos señoras, Alice, siendo un rol más largo, resulta finalmente menos agradecido que el de Isabelle (pensar que para éste se eligió a Cinti-Damoreau y para el primero a Dorus-Gras deja bastante claras las cosas en cuanto a vocalidad).
Auyanet fue la primera. Supongo que ha abandonado definitivamente empleos más ligeros o líricos vistas sus últimas interpretaciones. Habrá que escucharla más para saber si no es un paso algo precipitado. De momento resultó muy competente, pero algún agudo resultó fijo o descontrolado y el registro grave carece de redondez y suficiente fuerza. Oropesa estuvo magnífica ya que el papel le va como anillo al dedo a su registro de líricoligera (su timbre es bello pero poco personal y el grave no es su fuerte, pero tampoco se le exige) y en especial triunfó en su versión del otro momento que ha resistido en todo este tiempo –que esperemos haya terminado-la cavatina ‘Robert toi que j’aime’. Fue la más aplaudida seguida a corta distancia por los otros en una sala no atestada, pero sí muy atenta y generosa.
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