Memoria viva
“Entre! et que mon vin te réconforte...” (Tres minutos con Heather Harper)
Enrique Sacau

“¡Entra! Y que mi vino te de conforto”. Es ésta una frase que asocio irremediablemente a la soprano británica Heather Harper. La conocí, como a su entonces marido Eduardo Benarroch, en otoño de 2003 y disfruté de su amistad y hospitalidad durante años; a Eduardo lo veo aún regularmente.
Cuando poco después de conocerla mencioné esta relación a mi querido amigo y entonces tutor de mi doctorado Emanuele Senici, éste dio un respingo: “¿no sabes que su Sherezade de Ravel es uno de mis dos o tres discos preferidos?” Puso inmediatamente el CD y escuché pasmado la voz de Heather, a quién yo conocía más como bien una mujer de 73 años un poco renqueante, pesada de piernas, inteligente, que me hacía repetirle siempre el mismo chiste sobre el Opus Dei y que comía tarta Victoria en su casa de Willesden Green.
Me quedé boquiabierto con su versión de L’indifferent. La canción habla de un extranjero de rasgos femeninos al que se invita a entrar y no entra. El cambio de tonalidad rompe la canción en dos y señala la decepción de la partida. En la premiada grabación, que se hizo en una sola toma con los minutos que sobraban del alquiler del estudio, Pierre Boulez y Heather parecen ir cada uno por su lado: él es bastante rígido, como poniendo puertas al campo (yo diría, más bien, poniendo y cerrando las puertas del armario).
Heather es, por el contrario, todo rubato, languidez y melancolía: con un francés exquisito, no canta, susurra, y parece haber eliminado las barras del compás. Lo invita a entrar pero sabe que no debe gritar ni alertar al mundo de un amor que se me antoja ilícito, secreto. Implacable, Boulez no da tiempo al “jeune étranger” a pasar; Heather intenta seducirlo, pero el joven se va y quien narra se sume en un sobrio duelo. Juntos la bordan.
No la escuché en directo y esta canción es lo que más me gusta de su discografía (seguida de cerca por su Webern increíble, así como Britten y Strauss, que otros han glosado). Y lo es porque muestra una enorme inteligencia teatral, un contar la historia con el sonido de la voz y con el fraseo como sucede pocas veces. Apenas unas líneas, unas pocas notas y hay dos personajes y un mundo entero a nuestra disposición para interpretar. Excepcional.
Cuando cambió de casa en 2008 me regaló su Bluthner de media cola, y acordamos que yo lo donaría a St Catherine’s College en Oxford. Allí lo llamaron “the Heather Harper piano”. Los estudiantes, que aprecian su suavidad como alternativa al contundente y brillante Steinway, saben que fue tocado por todos los grandes repetidores, pianistas acompañantes y directores británicos del siglo XX, desde Beecham hasta Rattle.
El sonido de ese Bluthner, nada estridente, casi melancólico evoca un piano sin martillos que hace las esfumaturas y el legato sin que el pianista deba casi esforzarse. Suena, en fin, como la voz de Heather en L’indifferent, “plus séduisante encor de ligne”.
Comentarios