Alemania
La traviata al microscopio de Andreas Homoki
Juan Carlos Tellechea
El célebre director Andreas Homoki (Marl, 1960) ha legado una excelente y conmovedora versión de La traviata, de Giuseppe Verdi, repuesta ahora entre aclamaciones por la Deutsche Oper am Rhein en Düsseldorf, con la extraordinaria soprano rumana Adela Zaharia debutando en el papel protagónico.
La trágica historia sobre el infeliz final de la cortesana Violetta Valéry, alcanza aquí no solo un nivel excepcional desde el punto de vista escénico, sino también musical, con un reparto de voces impecable, un coro magníficamente preparado por Patrick Francis Chestnut, y una maravillosa ejecución de la orquesta Düsseldorfer Symphoniker, dirigida de forma magistral por el italiano David Crescenzi.
Zaharia, en su debut como Violetta, tuvo un desempeño impecable, tanto desde el punto de vista vocal como histriónico, que satisfizo con creces todas las expectativas que se tenían sobre ella en esta constelación, junto al estupendo Alfredo Germont del tenor kosovar Rame Lahaj y al Giorgio Germont del legendario barítono italiano Lucio Gallo (luciendo chistera y un atuendo parecido al de Verdi en uno de sus famosos retratos). De más está decir, casi, que la soprano rumana tiene por delante una carrera internacional muy promisoria.
Es ésta una versión de Homoki que no deja absolutamente nada que desear y que resulta muy recomendable, incluso para los no fanáticos de Verdi.
Todo está perfectamente coordinado, desde la ingeniosa escenografía minimalista (Frank Philipp Schlößmann) sobre cuyo piso inclinado y reluciente como un espejo crecen hermosas rosas blancas, pasando por el elegantísimo vestuario (Gabriele Jaenecke) diseñado en blanco y negro, hasta la iluminación bajo un cielo que por momentos se tiñe de un bello azul noche y en otros instantes, más dramáticos, de un deprimente gris plomizo con leves tonalidades rosáceas.
La puesta conmueve a tal grado a la platea que desde el primer acto se oye por lo bajo en la sala cómo las damas asistentes se apresuran a sacar pañuelos de sus bolsos para secarse las lágrimas que asoman a sus ojos y ruedan por sus mejillas.
El amor entrañable, pero frágil de Violetta, enferma de tuberculosis, fracasará por los prejuicios, el resentimiento, la hipocresía de la sociedad, y culminará con su inevitable muerte un día de carnaval en París.
El libretista de Verdi, Francesco Maria Piave, se basó para su texto en la versión teatral de Le dame aux camélias (1852), la novela de Alexandre Dumas (hijo) inspirada en la vida de Rose-Alphonsine Plessis (1824-1847), alias Marie Duplessis, condesa de Perregaux por matrimonio, uno de los mayores exponentes del denominado Romanticismo francés.
El célebre compositor italiano se encontraba aquel año en París y tuvo que haber visto la obra junto con la cantante Giuseppina Strepponi, quien se convertiría en su segunda esposa siete años más tarde. Ambos debieron soportar entonces en carne propia el desprecio de la sociedad de su país por mantener una relación sentimental sin estar casados. De alguna forma, la obra de Dumas debe de haber inspirado a Verdi para amonestar a la gente de la época por su comportamiento hipócrita. Tal vez haya sido éste el motivo por el cual La traviata no alcanzó gran éxito al comienzo, cuando fue estrenada en La Fenice el 6 de marzo de 1853.
El bullicio de los carnavaleros suena afuera con estruendo, mientras Violetta yace moribunda sobre ese suelo en el que se juega su destino y aguarda una señal de su amado Alfredo Germont para sostener un postrer encuentro. ¡Cuán acertada es el aria que interpreta en esos momentos (Ah, nel comun tripudio, sallo il cielo / Quanti infelici soffron!), porque ahí donde hay una alegría desbordante tambien hay personas ignoradas que sufren y que han rodado sobre el resbaladizo parqué de la vida en la alta sociedad.
Una de las geniales campanadas de esta escenificación fue la de conjugar la sublime sobriedad del vestuario con el momento psicológico en el que pone énfasis la dirección personal de Homoki. Esto funcionó a las mil maravillas. Las merecidas palmas fueron dirigidas a todo el elenco (la Annina de la joven mezzosoprano Felicitas Brunke; la Flora Bervoix de la mezzosoprano británica Anna Harvey; el Gastone del tenor Johannes Preißinger; el Barone Douphoi del barítono Bruno Balmelli; el Marchese d'Obigny del bajo armenio Sargis Bazhbeuk-Melikyan; el Dottore Grenvil del bajo David Jerusalem; el Giuseppe del tenor Ingmar Klusmann) y a la calidad musical demostrada.
No fue ningún milagro que el público se pusiera de pie extasiado para estallar en aplausos y exclamaciones de aprobación al término de la función. Cabe insistir en que no se trataba de un estreno absoluto. Éste fue el 8 de octubre de 2013 en el Theater Duisburg y el 22 de febrero de 2014 en la Opernhaus Düsseldorf. Pero antes todavía había sido escenificada por primera vez por Homoki a mediados de la década de 1990 en la Ópera de Leipzig.
Adela Zaharia, vitoreada por el público, deslumbró con su presencia escénica e irradió en todo momento un carisma fascinante, penetrante. Supo traducir con su preciosa voz, todas las tonalidades que demanda la complejidad de su papel, la alegría, el apasionamiento, el dramatismo y el dolor. A través de ella fue posible analizar a su personaje como bajo un microscopio, hasta en lo más hondo de su interacción emocional. Así, en el primer acto, Violetta la cortesana anhelante de amor; en el segundo, la amante desesperada y sacrificada; y por último la mujer seductora que en su amargo combate contra la muerte va desvaneciéndose y termina yéndose de este mundo para entrar en la eternidad: Cessarono / Gli spasmi del dolore./ In me rinasce... m'agita / Insolito vigore! / Ah! io ritorno a vivere / trasalendo / Oh gioia!
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