España - Cataluña
De Roma a Dallas
Jorge Binaghi
Son raras las vicisitudes que tienen que ver con la programación de un título operístico. Esta maravilla de Haendel sólo llegó al Liceu hace seis años. Nadie hubiera apostado -pese al éxito- por una reaparición tan rápida, pero había una gira de DiDonato, a quien público y dirección aman por igual, y se produjo el milagro, bien es cierto que con sólo una función y en forma de concierto (poco importa, actuaron con manos y ojos aunque algunos un tanto aferrados a la partitura, pero la parte teatral estuvo). El teatro -era una función de abono- estaba lleno aunque sin llegar a las localidades agotadas. El público siguió con atención, no hubo bajas, se aplaudió mucho al final y también algunas arias (no todas lo merecían, y algunas que sí, pasaron en silencio). En general se ofreció completa sin algunos da capo o variaciones. Como sucede con las empresas humanas, del reparto anunciado en su momento se produjeron dos cambios de importancia, primero en Poppea, bien explicado hace tiempo, y luego en Ottone (silencio).
El grupo Il Pomo d’Oro ya había actuado aquí con la mezzo en un recital de arias muy interesante y la impresión había sido muy buena. Lamento decir que en una ópera completa de esta importancia no la confirmó. Por supuesto fue correcta, y algunos solistas se lucieron, pero no tuvo relevancia en sí sino como acompañamiento, y más bien apagado. Por otra parte los pocos números o recitativos al unísono casi nunca sonaron así y alguien siempre se adelantó.
La protagonista estuvo estupenda salvo algún que otro agudo tirante (’Un certo non so che’) pero su versión de la gran escena ‘Pensieri, voi mi tormentate’ resultó aún mejor que en el concierto antes mencionado. Como intérprete prefiere -como algunos otros- mantenerse en el plano semicómico o cínico y su emperatriz parece más bien una de esas arpías más o menos simpáticas de series norteamericanas tipo ‘Dallas’. Habría que ser Antonacci para poder dar ese aspecto -que es sólo uno- o recordando al mismo tiempo la majestuosidad de una figura femenina importantísima en la historia de Roma.
Por eso a mi juicio quien resultó el mejor fue Fagioli con su timbre algo peculiar pero penetrante, su emisión perfecta, sus coloraturas fabulosas y siempre en carácter, con un Nerón sometido, neurótico, más hipócrita pero menos genial que su madre, y si su aria final ‘Come nube’ arrancó una ovación bien merecida (la extensión que exhibió fue apabullante) lo mismo puede decirse de cada recitativo siempre con intención.
Pisaroni canta bien, o muy bien, y aunque no se esforzó mucho en la expresión, su Claudio estuvo bien, pero en las tres últimas ocasiones en que lo he oído este año me resulta cada vez más baritonal y clara su voz (como quedó demostrado en el decepcionante inicio de su segunda aria, ‘Cade il mondo’).
La Poppea de Benoit fue correcta, pero la voz es de escasa calidad e importancia, aunque se esfuerza mucho, y su idea de estilo y técnica es loable. No desentonó, pero no brilló. Se trata de una soubrette y habría que ser una de las grandes en todo caso para lograr que el personaje resulte el exacto contrapunto de la protagonista, como debería ser, ya que esta es una ópera en que claramente son las mujeres las que conducen y encausan la acción.
El rol de Ottone fue asignado en el estreno absoluto de una obra a una contralto por lo que la elección de Lhemieux parecía ideal. Como no vino a saber por qué, se prefirió -correctamente, hoy es más fácil buscar un contratenor que una contralto- la variante hoy más habitual. Sabata tiene su nutrido grupo de admiradores, y sin duda es sobresaliente como actor y loable como cantante y estilista, pero tampoco en su caso los medios son los necesarios para tan importante papel, ni en calidad, ni en extensión, ni en volumen (por primera vez escuché a una orquesta barroca cubrir una voz en la magnífica aria ‘Catene fortunate’; la voz carece casi por completo de color, el grave es inexistente y el agudo cambia de color sin ser brillante). Si alguien aún -lo dudo- recuerda la interpretación de David Daniels pese a encontrarse ya al final de su carrera entenderá mejor lo que digo.
Fueron muy buenos los dos ministros fieles-infieles, el bajo Mastroni (Pallante), que sí es un bajo, y el tenor Vistoli en Narciso, aunque resultó menos brillante, por comparación, que en su reciente actuación en la maravillosa Semele que en el Palau nos regaló Gardiner. Muy adecuado Pizzuti en el personaje menos comprometido de Lesbo.
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