DVD - Reseñas
Manon de Vil
Raúl González Arévalo
A pesar de la popularidad del título, la Manon de Massenet no conoce muchas grabaciones. Cuatro discos en estudio (De los Ángeles-Legay-Monteux en EMI; Sills-Gedda-Rudel en DG; Cotrubas-Kraus-Plasson y Gheorghiu-Alagna-Plasson, de nuevo en EMI las dos), de obligado conocimiento todos por distintas razones, se suman a otros tres vídeos, el más prescindible el de Gruberova-Araiza-Fischer (DG), indispensables los otros dos por sus protagonistas femeninas, con Fleming-Álvarez-López Cobos (ArtHaus Musik) y Dessay-Villazón-De Billy (Virgin Classics). Así que por una vez hay poca oferta pero de altísimo nivel, lo que nos sitúa en un panorama bien servido.
La reedición de la grabación de Dynamic, aparecida en 2016 y realizada en colaboración con las fuerzas belgas habituales en el sello, amplía la oferta de la obra maestra massenetiana, pero no añade nada de particular a las opciones disponibles. A buen seguro nunca la recomendaría como primera opción porque no me parece que contenga elementos indispensables para el título. Pero musicalmente hay que reconocer que no está mal. La partitura se ofrece con recitativos musicados, con pequeños cortes apreciables en el tercer acto, como el ballet de Cours-la-Reine.
Como es lógico, la atención recae en los dos protagonistas. Tras ser reconocida como una de las mejores sopranos ligeras del repertorio francés desde la década de 1990, a partir de 2010 Annick Massis empezó a asumir partes cada vez más líricas. Desde el punto de vista vocal no cabe duda de que ha esperado el momento oportuno para encarnar a la heroína, lo cual no quiere decir que su voz sea idónea para la parte, que se beneficia siempre de instrumentos más carnosos. Sin embargo, es cierto que otras sopranos de origen ligero como Sills y Dessay la han grabado anteriormente. Con la americana no hay comparación visual posible, pero con su compatriota sí. Y cabe señalar que, desde el punto de vista dramático, esta Massis madura está poco creíble como jovencita de la baja nobleza recién salida del convento, precisamente la cuestión que llevó a Joan Sutherland a rechazar cantarla después de los excelentes resultados con Sîta de Le roi de Lahore y Esclarmonde. Al mismo tiempo, se agradece que no recurra a la sofisticación y al artificio de la Fleming, gloriosa vocalmente por otra parte.
Dejando de lado que parece vestida (¡y peinada! Esa peluca…) por su peor enemigo, inspirado en Cruella De Vil, lo cierto es que su magisterio técnico le permite matizar la parte a placer –los pianissimi son de gran efecto–, con un canto de gran calidad. Bien es cierto que la coloratura de “Je marche sur tous les chemins” tiene un punto de prudencia que la virtuosa más joven habría desdeñado –basta escucharle la tremenda Margherita d’Anjou de Meyerbeer que grabó para Opera Rara– y que algún sobreagudo suena ocasionalmente forzado –el final de “Obéissons quand leur voix appelle”–, pero se trata de cuestiones puntuales. Los momentos más líricos como “Adieu, nôtre petite table”, poseen la dulzura y la melancolía que requiere el momento, cantados con un expresivo hilo de voz. Los otros puntos álgidos de la grabación, y son fundamentales para el título, son los dúos con el tenor, del primero al último.
Me ha sorprendido leer algunas reseñas negativas sobre el Des Grieux de Alessandro Liberatore en el ámbito de la crítica francesa. Bien es cierto que, a diferencia de su compañera, no tiene el personaje rodado porque se trata de su debut. Pero si vamos a hablar de su francés habrá que recordar la pronunciación abierta de Alfredo Kraus, Des Grieux supremo donde los haya; y si el problema es el estilo, qué no habrá que decir de Villazón, que masacra el idioma. Personalmente encuentro esas críticas cortas de memoria fonográfica, por no decir mezquinas. El tenor, a pesar de su nacionalidad, no aborda el papel con un canto italiano como el mexicano o el argentino Álvarez. De hecho, sigue el camino de la tradición y el estilo francés, un lírico con facilidad en el agudo, timbre claro y dicción realmente buena. “En fermant les yeux” tiene toda la ensoñación que requiere la parte, con delicadeza, al igual que el dúo que cierra el acto, “Nous vivrons à Paris”, en la línea de Legay y Gedda, salvando todas las distancias. Y desde luego suena menos desaforado en “Ah, fuyez, douce image” de lo que podían alcanzar Vanzo y Alagna. En definitiva, un caballero entregado y moderadamente apasionado, como corresponde.
El resto del reparto también está acertado: Pierre Doyen es un Lescaut juvenil, de gran belleza vocal; Roger Joakim no tiene toda la autoridad para el conde Des Grieux porque el instrumento suena un tanto ligero (siempre es preferible un bajo) pero canta bien, mientras que Papuna Tchuradze y Patrick Delcour no desmerecen como Guillot de Morfontaine y De Brétigny. Por su parte, Sandra Pastrana (Poussette), Alexise Yerna (Rosette), Sabine Conzen (Javotte) forman un trío de coquetas perfectamente dignas. Concertándolos a todos está la dirección de Patrick Davin, que mantiene el ritmo en general, sin sentimentalismos empalagosos, pero con algún despiste en Saint-Sulpice. La orquesta y el coro muestran un nivel notable, pero nada más.
Probablemente lo más modesto sea la propuesta escénica de Stefano Mazzonis di Pralafera, capaz de ofrecer una buena lectura de una obra tan complicada por la debilidad del libreto como I lombardi alla prima crociata. En esta ocasión la ambientación imprecisa a principios del siglo XX (¿años 20?), sin molestar, no convence por la falta de ideas dramáticas, pero, sobre todo, su punto débil parece ser siempre la dirección de actores: de nuevo los cantantes parecen actuar sin indicaciones muy precisas, más allá de plantarse en el centro de la escena y cantar inmóviles.
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