Alemania
Gloria Swanson, protagonista de La dama de picas
Juan Carlos Tellechea
O estoy en un terrible error o La dama de Picas es realmente mi obra maestra, cavilaba Piotr Chaicovski un día de abril de 1890, ocho meses antes de su estreno el 19 de diciembre en el Teatro Mariinski de San Petersburgo. El compositor ruso no se equivocaba. Esta, la penúltima de sus óperas, en tres actos, basada en el cuento homónimo de Alexander Pushkin es realmente una pieza importante de su pluma; una creación lírica que elabora los fatalismos de la narrativa subyacente con impulsos acústicos ideales.
Una singularísima nueva producción de esta gran ópera que no solo es una obra maestra de Chaikovski, sino también de toda la música rusa en general, fue estrenada con tremendo éxito en la Ópera de Düsseldorf con excelente régie de la estadounidense Lydia Steier (Hartford/Connecticut, 1978) y dirección musical de muy alto nivel del joven uzbeko Aziz Shokhakimov (1988).
Todo el elenco, sin excepción, con la legendaria mezzosoprano alemana Hanna Schwarz (La condesa) y el tenor ruso Serguéi Polyakov (Hermann) a la cabeza, así como el coro de la Deutsche Oper am Rhein, el Coro infantil de la Akademie für Chor und Musiktheate (preparados respectivamente por Gerhard Michalski y Justine Wanat) y la orquesta fueron ovacionados con total merecimiento por el espléndido y arduo trabajo desarrollado en escena y desde el foso.
La pieza convenció sobremanera por su complejidad. Steier traslada la acción al Hollywood de la década de 1920, un asentamiento que creció vertiginosamente hasta alcanzar el sitial que ocupa desde entonces en los sueños y anhelos de millones de estadounidenses, Las estrellas del cine mudo de aquellos tiempos erigían señoriales residencias en sus colinas, como la finca Pickfair que construyeran Mary Pickford y Dounglas Fairbanks y en la que ella viviera hasta su fallecimiento en 1979; las lujosas fiestas que celebraban en las piscinas de sus villas pertenecían al buen gusto de la época.
En esta feria de vanidades, la cuestión era (y lo es hoy todavía) ver y ser visto y tanto mejor si alguien causaba sensación por su forma estrafalaria de ser, de vestir o de provocar. El que fuera invitado a una de esos saraos tenía por seguro que era reconocido en Hollywood, y el estadounidense medio comenzaba a creer que en esa región cualquiera podía darse el lujoso estilo de vida de una de aquellas figuras cinematográficas.
Tri Karti (Tres cartas) se hubiera podido llamar esta pieza de Chaicovski, ante la recurrente repetición de estas dos palabras clave, como una idea fija obsesiva a lo largo de sus casi tres horas de duración. El enigma gira alrededor de esos tres naipes de La dama de picas del relato de Pushkin que la regista, con su interpretación de la materia ha presentado en un trabajo que sintetiza diversas fuentes de inspiración sin dejarse seducir por fáciles argumentos. Hasta aquí lo que cabe desvelar de esta interesante y entretenida versión, compleja en su diseño, aunque sin mengua ni de las imágenes ni de la acción ni de la tensión ni de la dramaturgia de la obra.
El libreto de Modest Chaicovski, semificcional por supuesto, está enfocado desde la visión de la época en que fue estrenada la ópera, en correlación directa con el tema de Pushkin, pero trasladado exprofeso a finales del siglo XVIII; por aquello de que todo tiempo pasado fue mejor. Así lo sentía también su hermano, el compositor Piotr Chaicovski quien tenía una profunda predilección por esa era, muy especialmente por Mozart.
La historia en sí misma es un embrollo; gira alrededor de una misteriosa dama (la condesa), apodada la dama de picas, de su nieta, Lisa (excelente la soprano sueca Elisabet Strid), que en realidad está comprometida con el príncipe Príncipe Yeletski (brillante el tenor ruso Dmitri Lavrov), del pretendiente, el oficial Hermann, cada vez más paranoico, y de una sociedad superficial en decadencia.
El intento de Hermann para arrebatarle a la condesa y abuela el secreto, celosamente guardado, para ganar siempre las partidas de naipes fracasa. La aristócrata muere en su alcoba y se lo lleva a la tumba. El movil del militar se convierte en la perdición de todos y en fantasmal conclusión de esta ópera que solo superficialmente parece tratarse solo de los jueguitos de esos círculos mundanos.
Sin embargo, la régie les permite a Hermann y a Lisa finalmente un final feliz en esta vida. Steier logró aqui una magistral puesta con una multitud de solistas, cantantes y figurantes, y se lució además como una experimentada creadora de atmósferas inquietantes sobre las tablas.
La regista hace la misma jugada de ajedrez que Chaicovski en su momento, toda la acción se desenvuelve desde nuestra fragil perspectiva de que los viejos tiempos siempre fueron buenos; aunque no haya sido así.
La dama de picas aterriza en la década de 1950 en la meca del cine, con sus exuberantes fiestas en el elegante jardín de una mansión que parece la de un magnate o la de un playboy (ingeniosa escenografía Bärbel Hohmann, con piscina, marmoles, que se transforma también en el aposento de la condesa, con el cuadro en gran tamaño de una diva del cine mudo, o en los decorados de un baile de máscaras), preciosos vestuarios (Ursula Kudrna) y muchas historietas al margen de la trama principal, a veces mostradas en cámara lenta.
Después del intervalo el público se ve confrontado con una escenografía que parece extraída de un filme del cine negro; un puente basculante, niebla, tonalidades grisáceas (iluminacion Stefan Bolliger) en lo que parece una mirada introspectiva de la perturbada psique de Hermann.
Éste tiene todos los atributos de uno de esos intelectuales que van a contracorriente, al igual que Lisa, la tonta y ñoña nieta de la condesa. El oficial es flechado desde el vamos por el amor y se siente atraído mágicamente por la abuela, la diva. La mezzosoprano Hanna Schwarz, de 75 años (¡y tan campante!!!), admirada hasta hoy en las grandes casas de ópera de todo el mundo, encarna a la condesa con magistral desempeño, tanto vocal como histriónicamente.
El espíritu de la noble dama aparece después de su fallecimiento hibridado con la figura de sus años más jovenes, como irresistible estrella de la pantalla grande (nos viene a la memoria la deslumbrante Gloria Swanson), que por ende seduce a Hermann. Ha sido realmente todo un acierto la intensidad erótica que presta esta artista y la incontestable dignidad con la que actúa.
Al final, como no podía ser de otra manera, una visión de horror muestra furtivamente sus atermorizantes zarpas en este mundo de tanta banalidad y artificialidad, cuando el conde Tomski (genial el barítono ruso Alexander Krasnov) interpreta una canción sexista y es destripado por dos terroríficas conejitas como las de la promoción de la anacrónica revista Playboy.
El público se levantó unánimente de sus butacas para aclamar de pie la peculiar producción de Lydia Steier que no puedo más que recomendar a quien tenga la oportunidad de visitar la Ópera de Düsseldorf en algún momento. ¡Enhorabuena!
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