España - Andalucía

Amores y revolución

Pedro Coco
jueves, 11 de julio de 2019
Ainhoa Arteta y Alfred Kim © 2019 by Guillermo Mendo Ainhoa Arteta y Alfred Kim © 2019 by Guillermo Mendo
Sevilla, viernes, 14 de junio de 2019. Teatro de la Maestranza. Umberto Giordano: Andrea Chénier. Drama de ambiente histórico en cuatro cuadros con libreto de Luigi Illica. Alfonso Romero Mora, dirección escénica; Ricardo Sánchez Cuerda, escenografía; Gabriela Salaverri, vestuario. Félix Garma, iluminación. Alfred Kim (Andrea Chénier), Ainhoa Arteta (Maddalena di Coigny), Juan Jesús Rodríguez (Carlo Gérard), Mireia Pintó (Bersi), Marina Pinchuk (Condesa de Coigny y Madelon), Moisés Marín (Indredibile y Abate), Alberto Arrabal (Mathieu), Fernando Latorre (Roucher), David Lagares (Fléville y Fouquier Tinville), Cristian Díaz (Dumas, Schmidt y mayordomo). Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza. Director: Pedro Halffter Caro. Coproducción del Festival Castell de Peralada y ABAO-OLBE.
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Dos décadas aproximadamente, con sus excepciones, suele ser el periodo de tiempo que el Maestranza establece entre títulos ya vistos para proponer una revisión a su público, y es este periodo precisamente el que, año arriba o año abajo, cumple Andrea Chénier, ópera con que se cerraba no solo la temporada 2018-2019, sino la última de Pedro Halffter Caro al frente del teatro. Fue muy habitual durante estos años concluir el curso con un título italiano de finales del XIX o inicios del siglo XX (recordamos ahora las recientes Tosca, Adriana Lecouvreur o La Bohème), por lo que la elección de obra de Giordano suponía una lógica continuación.

De la evolución vocal de Ainhoa Arteta a lo largo de los últimos años, Sevilla ha podido ser testigo directa, ya que del nuevo rumbo de su carrera ha dejado aquí numerosas muestras desde 2010. Así, desde la Mimì a esta Maddalena, pasando por Manon Lescaut o Adriana Lecouvreur, hemos podido asistir a un progreso, tanto musical como escénico, que parece culminar, por ahora, en una heroína a la que llenó de matices y cuya escritura dominó en líneas generales con entrega total y más que buenas intenciones.

Por su parte, con un rol quizás menos exigente para sus mimbres que el anterior Radamès con que nos visitó en 2013, el tenor coreano Alfred Kim, aún sobrado de medios y con una dicción más pulida, dejó un buen recuerdo como Chénier. El juego dinámico podría haberse trabajado más, pero poco se puede reprochar a su entrega y trabajo técnico.

E irreprochable desde cualquier punto de vista fue el Gérard de Juan Jesús Rodríguez, cuya presencia en roles como el que nos ocupa es un verdadero regalo para el Maestranza. Supo bien dosificar su imponente instrumento, que llenaba con un espléndido trabajo de proyección cada rincón de la sala, para llegar sobrado al exigente tercer acto y ofrecer un redondo “Nemico de la patria”.

Muy estudiado y, por lo tanto, de grandes resultados, el plantel de secundarios, de entre los que destacó por implicación y material vocal el tenor granadino Moisés Marín. Supo bien contrastar los dos personajes que le tocó interpretar, aunque, obviamente, brilló más en el Incredibile. Esperemos que el teatro le tome en cuenta para roles de mayor enjundia en un futuro próximo. También merece mención la sensible Maddelon de Marina Pinchuk, que aprovechó bien el regalo que es su breve intervención ante Gérard.

La lectura de Halffter, más detallista que teatral, encontró su más lustroso momento en el tercer acto, con cada una de las intervenciones solistas bien contrastadas según su carga dramática. De la Sinfónica de Sevilla consiguió sacar, como de costumbre, y exceptuando algún desajuste con las cuerdas al inicio del segundo acto, un espléndido sonido. También el coro se mantuvo al buen nivel habitual.

Para terminar, y al igual que en la anterior ocasión, la puesta en escena de este Andrea Chénier, tradicional y detallista, gustó a la mayoría por su claridad en la exposición, la ingeniosa economía de los elementos escénicos, que se iban transformando con el devenir de la trama, y los no pocos matices o guiños de gran sensibilidad dramática.

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