Alemania

Postales desde el filo

Jesús Aguado
martes, 16 de julio de 2019
Peter Jolesch y Marlis Petersen © 2019 by W.Hosl Peter Jolesch y Marlis Petersen © 2019 by W.Hosl
Múnich, miércoles, 10 de julio de 2019. Bayerische Staatsoper. Richard Strauss, Salome. Libreto del autor basado en la traducción alemana de la obra homónima de Oscar Wilde. Krzysztof Warlikowski, director de producción. Małgorzata Szczęśniak, escenografía y vestuario. Kamil Pola, vídeo. Felice Ross, iluminación. Claude Bardouil, coreografía. Elenco: Marlis Petersen, Salome. Wolfgang Ablinger-Sperrhacke, Herodes. Wolfgang Koch, Jochanaan. Pavol Breslik, Narraboth. Michaela Schuster, Herodias. Rachael Wilson, Eine Page der Herodias. Scott MacAllister, Erster Jude. Roman Payer, Zweiter Jude. Dritter Jude, Kristofer Lundin. Kevin Conners, Vierter Jude. Peter Lobert, Fünfter Jude. Callum Thorpe, Erster Nazarener. Ulrich Reß, Zweiter Nazarener. Kristof Klorek, Erster Soldat. Alexander Milev, Zweiter Soldat. Milan Siljanov, Ein Cappadocier. Mirjam Mesak, Eine Sklavin. Jutta Bayer, Frau des Cappadociers. Peter Jolesch, Der Tod. Bayerisches Staatsorchester. Director musical, Kirill Petrenko.
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Cómo matar la espera si lo que se espera es la muerte, muerte que será el único alivio posible tras el horror que aguarda. Este vendría a ser el punto de partida de la producción de Krzysztof Warlikowski para la Salome de Richard Strauss estrenada en el Festival de la Ópera Estatal de Baviera. En los años anteriores a la segunda guerra mundial, un grupo de ricos judíos de algún punto de Europa central vive prácticamente encerrado, aguardando lo inevitable y jugando mientras tanto a los teatrillos. La Salome que vemos no es, por lo tanto, la historia de la princesa de Judea, sino una especie de morboso y decadente pasatiempo de ese grupo de ya casi fantasmas suspendidos en un falso tiempo transformado en espera; una manera de evitar mirar al presente o al futuro, pero que en ningún momento consigue borrar de la mente la certeza de lo que está por acontecer.

Desde el punto de vista visual, la propuesta es minuciosa y brillante, deslumbrante la escenografía y el vestuario de Małgorzata Szczęśniak, y espléndida la dirección de actores de Warlikowski. Estamos en una vieja biblioteca, un lugar cerrado ante la amenaza constante de lo que viene del exterior, y que prácticamente se desdobla o más bien se parte por la mitad para mostrar una especie de piscina, la cisterna en la que está encerrado el Bautista, que a su vez será el escenario de la danza de Salome. No todos los detalles ni todos los movimientos escénicos son fáciles de comprender o de integrar en un todo absolutamente lógico, pero es indudable que la propuesta tiene una potencia visual enorme y una gran coherencia interna que la hacen fácilmente disfrutable. En el momento de la danza se proyectan en el fondo del escenario unos dibujos animados que toman motivos del techo de una sinagoga ucraniana destruida durante la segunda guerra mundial y recuperada más tarde. La proyección es muy hermosa, pero tiende a distraer la vista de la danza (una auténtica danza de la muerte), y resulta por momentos un tanto infantil, con sus animalitos correteando, aunque el conjunto es espectacular.

La única objeción que se me ocurre, aún a riesgo de recibir en el buzón de casa el carnet de miembro de honor de algún lobby (o antilobby, ahora que lo pienso) particularmente detestable, es la propia arbitrariedad del concepto; este grupo, esta sociedad cerrada de seres aterrados podría elegir Salome para su representación, tal vez por la presencia en la obra de elementos judíos, pero también podrían decidirse La Traviata poniéndole una kipá a Alfredo o haciendo que los candelabros de la casa de Violeta tengan forma de menorás con sus siete velitas, o cualquier otro título del repertorio operístico distribuyendo estratégicamente un par de estrellas de David y un par de patillas con tirabuzones, y probablemente el concepto funcionaría igualmente.  En fin, no quiero parecer un abuelo Cebolleta refunfuñando por todo, porque insisto en que la producción resulta impecable, es únicamente un apunte para la polémica que seguro que mis tres lectores sabrán apreciar.

En lo puramente musical, en primer lugar es imposible no caer rendido ante Marlis Petersen, una Salome antológica en lo dramático y en lo vocal. Intensidad bien entendida en la interpretación, sensual hasta lo obsceno cuando corresponde, seduciendo a Narraboth para que le permita ver a Jochanaan y aún más cuando intenta seducir al propio profeta, con un lirismo exacerbado que aún resulta más violentamente erótico al intentar librarse de Narraboth, que trata de contenerla, y con el que acabará consumando una relación sexual que desencadenará el suicidio del pobre capitán y provocará evidentes dudas en el Bautista. Ni una sombra tampoco en lo vocal, la voz suena carnosa y plena en la zona central y brillante en los agudos, y su triunfo fue absoluto.

Wolfgang Ablinger-Sperrhacke fue un espléndido Herodes, histérico en la primera parte y desagradablemente lúbrico al mirar e intentar convencer a su hijastra para que baile para él. Vocalmente, además, sonó fantástico, claro y audible, sin recurrir a la caricatura vocal, recurso facilón que no es raro encontrar en el personaje. Y lo mismo se puede decir de la Herodias de Michaela Schuster. Su papel es más breve que el de Herodes, y la tendencia caricaturesca es aún más frecuente, por lo que fue un placer escuchárselo a una gran cantante como ella.

Nada menos que Wolfgang Koch era el profeta, y no acabó de estar a la altura que cabría esperar, al menos en lo vocal. Como actor fue impecable, pero de un Jochanaan en un reparto así se espera una rotundidad que clave al público en el asiento. Es cierto que sus primeras intervenciones son desde fuera de escena, pero cuando por fin pudimos verle le siguió faltando el punto de intensidad deseable, siendo tapado por la orquesta en algunas ocasiones. Lo mismo le ocurrió al Narraboth de Pavol Breslik, al que he visto en este mismo teatro salir más airoso de otros papeles. Su capitán estuvo muy entregado como actor, pero en demasiadas ocasiones costaba escucharle por encima de la orquesta. No le ocurrió lo mismo a Rachael Wilson, el paje de Herodias que intenta evitar que Narraboth caiga en el abismo, papel habitualmente travestido que en esta ocasión no lo era, presentándose en atuendo femenino y cuajando una estupenda actuación pese a lo breve de su rol. Muy bien, en general, el resto de comprimarios, judíos, capadocios, nazarenos, soldados y demás personajes multiculturales que aquí se convertían todos, por la producción, en judíos.

Destacable también el bailarín Peter Jolesch, un hombre de edad considerable caracterizado como la muerte, que será con quien Salome baile su famosa danza, y que terminará la misma suicidándose con el mismo veneno que tomarán todos los miembros del reparto al final de la pieza: cuando Salome consigue que Herodes decapite al bautista, lo que le traen no es una bandeja de plata con la cabeza, sino una caja de metal que es evidente que no puede contener cabeza alguna, y de hecho, vemos al propio Jochanaan sentarse en un sillón, fumando desesperado. Todo ha sido una representación, y en ese último momento la amenaza exterior se materializa, el verdadero mal está a las puertas del escondite y todos los presentes beben del mismo veneno para evitar caer en el abismo que llega.

En el foso, al frente de la Bayerisches Staatsorchester, Kirill Petrenko, que, como de costumbre, hizo que esa máquina portentosa sonase como un ser vivo con su respiración propia. Sonó a sexo, sonó a inocencia perdida, sonó a desesperación, a locura, a muerte, ya disculparán estos arrebatos poéticos, pero me resisto a empezar a decir que las cuerdas sonaron empastadas y cosas así. La danza de Salome fue arrebatadora, el momento de la decapitación del profeta tuvo una tensión brutal, y en todo momento aquello fue una lección más de cómo dirigir Strauss, de cómo dirigir cualquier cosa. La ciudad le adora, y se llevó, junto con Marlis Petersen, la mayor ovación de la noche. 

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