Rusia
Una obsesión demasiado elegante
Maruxa Baliñas

Cada vez que escucho La dama de picas de Chaicovsqui, me indigna el egoísmo, o quizá simple estupidez, de los personajes masculinos. Tampoco se puede decir que la Condesa se caracterice por su amabilidad, pero a ella se le disculpa en parte porque es vieja y está amargada. Pero la actitud de Herman, que posee salud, amor y dinero (o lo tendrá cuando se case con Lisa) y lo desprecia por una obsesión que ni siquiera es tal, me da mucha rabia. Debo decir sin embargo que en esta ocasión no salí tan indignada como otras veces, porque la representación fue buena pero no excepcional, y el montaje era bastante 'soso'. O sea, faltó el pathos trágico
Esta producción de La dama de picas fue creada por Alexei Stepaniuk específicamente para el Mariinski II, donde se estrenó en mayo de 2015. Desde entonces ha estado en el repertorio de esta sala y se repite regularmente, sin crear grandes pasiones pero tampoco rechazo. Plásticamente es bonita, no atenta contra la música, cuida los detalles, pero echo de menos el trabajo de un auténtico director de escena, capaz de mostrarte o resaltar nuevos aspectos de la narración. Comparando con otros montajes que he visto de esta misma ópera, Stepaniuk no contó ninguna 'historia'. Su Hermann no tiene ese toque faustiano de quien ha vendido su alma a una obsesión y no razona, tampoco parece enamorado de Lisa, ni siquiera al comienzo de la ópera, no está amargado por ser más pobre que sus amigos, etc. O sea, musicalmente se cuenta una historia pero teatralmente no. Como ejemplo, y por seguir con Herman, un detalle pequeño pero muy significativo para mí: su traje es pobre, incluso desaliñado, cuando todos visten muy bien, incluso fastuosamente; si lo que quiere destacar Stepaniuk es que Herman es más pobre que sus compañeros, debería hacerle cuidar mucho más su vestimenta, que es lo que ocurre en la realidad: todos hemos visto qué bien viste la gente que tiene que moverse por encima de su 'nivel' y hasta qué punto el desaliño es un lujo que sólo pueden permitirse los que realmente tienen dinero o poder.
Decorados, vestuario, iluminación, etc. estan muy bien trabajados. Las localizaciones concretas -Jardines de Verano, Canal de Invierno- se reconocen perfectamente si bien sólo se muestra algún detalle alusivo, pero donde realmente el equipo del teatro se explayó fue en los bellísimos interiores del palacio del Príncipe, tanto en lo decorativo como en el trabajo de vestuario y figurantes. La ventaja de que el Teatro Mariinski tenga una compañía de ballet tan destacada es que números como los del baile de máscaras o la pastoral, y en general todas las escenas multitudinarias, están perfectamente coreografiados, que se cuenta con muchos niños para realizar cualquier escena de relleno y que el resultado final es absolutamente impecable. De hecho, casi demasiado impecable y elegante para lo que requiere esta ópera.
Pavel Smelkov es un director efectivo y que conoce muy bien la obra. Lleva casi veinte años vinculado al Teatro Mariinski, tras haberse formado como compositor y director de orquesta enfrente, en el Conservatorio Rimski-Korsakov. Y nada se le puede reprochar, acompañó bien a los cantantes, estuvo atento al escenario, fraseó bien, supo ser dramático o frívolo según conviniera, y demás cosas necesarias. Pero -como en el caso del director de escena- no me entusiasmó. También él hizo una versión más pulida que trágica.
En estas circunstancias fueron los cantantes los que cargaron con el peso del drama y lo hicieron más convincentemente que Stepaniuk. No hay que olvidar que La dama de picas fue estrenada precisamente en este teatro Mariinski en 1890 y que desde entonces estuvo casi siempre en repertorio, lo que significa una tradición más que centenaria que nunca se cortó. Esto fue muy evidente en el caso del coro, abundante y entusiasta, que parecía salirse de la tónica elegante pero fría del director de escena.
El rol de Lisa estuvo a cargo de Irina Churilova, la misma soprano que estrenó este montaje de Stepaniuk en 2015 y que desde entonces lo ha presentado en Baden-Baden, Met de Nueva York, Shanghai, etc. en diversas giras del Mariinski. La voz es bella y conoce muy bien el papel, que es uno de sus roles identitarios. Todas sus intervenciones fueron impecables, pero a veces eché de menos un poco más de pasión en el aspecto actoral, sobre todo en los dos primeros actos. Sin embargo consiguió hacernos vivir su angustia por la muerte de su abuela y el no poder dilucidar si Hermann era culpable o no, y aunque su suicidio fue muy discreto, Churilova fue uno de los puntales de la representación.
También la Condesa resultó impresionante. Elena Vitman lleva como solista del Mariinski desde 1996 y ha cantado mucho este papel. Acaso por haberlo cantado en otros montajes (Churilova está muy vinculada al de Stepaniuk), se la vió más suelta, menos contenida. Stepaniuk la plantea como una figura mítica, una estatua andante, pero Vitman consiguió aparecer como una persona real cuando cantaba, no tan amargada como otras Condesas que he visto, pero igualmente cruel en su 'broma' final. Vocalmente es una cantante muy buena.
Mikhail Vekua tiene una voz poco potente, algo extraño en los cantantes rusos, y que no corre bien. Es lírico, hace bien los agudos -algo no demasiado importante en La dama de picas- y sobre todo afina, algo que no siempre se puede disfrutar con los tenores rusos. No fue el mejor Hermann posible, pero tampoco impidió el disfrute de una música tan preciosa como la que le destina Chaicovsqui.
Vladimir Moroz, como el Príncipe Yeletski, fue de los mejores intérpretes. Actúa bien -quizá resulta demasiado 'pasota' en su interés por Lisa- pero sobre todo canta muy bien. Su canción de amor al comienzo del segundo acto fue uno de los mejores momentos de toda la representación y a menudo sus intervenciones breves sirvieron para elevar el nivel musical de sus compañeros. También destacó su intervención actoral en la Pastoral del segundo acto.
El resto de los personajes fue de lujo. Como pasa a menudo en las representaciones del Mariinski, cantantes solistas se hacen cargo de papeles secundarios, por lo que el nivel musical se eleva muy considerablemente. Nadie espera escuchar cantantes de primera categoría en la Pastoral, y los hubo, como también fueron de lujo la Polina a cargo de Yekaterina Sergeyeva, o el Tomski de Roman Burdenko, uno de mis cantantes favoritos en el Mariinski (aunque siempre le encuentre fallos).
Y termino esta reseña con una cita de Chaicovsqui sobre La dama de picas, escrita -eso sí- antes de componer Iolanta, la única ópera de Chaicovsqui que puede competir en belleza con esta: Confieso que la considero también como la mejor de mis óperas, y que hay en ella muchos pasajes que no puedo interpretar adecuadamente porque me siento abrumado por la emoción. Y es precisamente esa emoción casi exageradamente romántica la que faltó en este montaje, aunque sí asomó ocasionalmente en los cantantes.
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