España - Madrid
Esplendores y nostalgias de un eunuco
Pelayo Jardón
De la Apulia a la corte de Felipe V, pasando por Londres y Viena; reflejos y sombras a la incierta luz de la memoria; pelucas empolvadas, sedeños casacones; monarcas que se disputan la posesión del divino eunuco: Yo, Farinelli, el capón es un espectáculo atípico, mezcla de teatro y recital de música barroca, una suerte de caleidoscopio en torno a los recuerdos de Carlo Broschi, uno de los más celebres cantantes del siglo XVIII.
El guión, de Manuel Gutiérrez Aragón, adaptación de la novela homónima de Jesús Ruiz Mantilla, tiene como hilo argumental unas memorias supuestamente escritas por el soprano en el ocaso de su vida, en Bolonia. La representación está a cargo del actor Miguel Rellán y el contratenor Carlos Mena, ambos acompañados por la orquesta Forma Antiqua, bajo la dirección del asturiano Aarón Zapico. Las intervenciones del cantante y los monólogos del actor se alternan, cuando no se superponen: éste narra sus vivencias y aquél interpreta diversas arias de algunas óperas, como Artaserse, de Adolph Hasse, o Rinaldo, de Haendel.
En el plano actoral, el peso de la función recayó, pues, en Miguel Rellán, quien supo dotar de verosimilitud a un Farinelli caduco y consiguió hasta el final mantener en vilo al público con diversas anécdotas bien ensartadas y mejor condimentadas: su aprendizaje juvenil con Nicola Porpora, su rivalidad con otro de los pupilos de éste, Francesco Bernardi, Senesino, y su hipotético amor por la contralto Vittoria Tesi, la Fiorentina.
Con respecto a la parte musical, Carlos Mena interpretó, cual queda dicho, diversas piezas del repertorio que diera fama a Farinelli. El timbre de Mena es, a diferencia de otros contratenores, tierno y cálido, dotado de una encomiable naturalidad, tanto en los registros centrales, como en unos agudos luminosos, carentes de estridencias. Su musicalidad y la sutileza de su fraseo, hasta en las más enrevesadas florituras, tuvieron como telón de fondo la orquesta de instrumentos antiguos de Aarón Zapico, siempre certera y atinada.
El producto final, presentado de forma esmerada y -lo que es más importante- convincente, no cae ni en el fárrago ni en la amalgama, uno de los riesgos de esta clase de espectáculos de nueva hornada. En este sentido, si hemos de destacar uno de los logros, que no son pocos, de este meritorio experimento teatral, probablemente sea el de la coherencia del conjunto. Súmense a ello valores como la amenidad, el sentido del humor, el didacticismo, y concluiremos que ha sido un acierto incluir esta propuesta en el festival escurialense.
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