Rumanía
Un concierto imperdible
Maruxa Baliñas
Como ya comenté en mi primer artículo sobre la programación del Festival Enescu 2019, la agenda de conciertos puede llegar a ser muy estresante. El mismo día que finalizábamos nuestra estancia en Bucarest y teníamos que preparar el equipaje y coger el avión, el festival ofreció cinco conciertos, de los cuales por lo menos tres eran 'imperdibles': a las 11 de la mañana un recital de Marc-André Hamelin, un pianista al que no es nada fácil ver en Europa; a las 16.30 a Antonacci haciendo La voz humana de Poulenc, antecedida por el pianista Denis Kozhukhin como solista de las Variaciones Paganini de Lutoslawski y la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmaninov; y por la noche el segundo concierto de la Filarmónica de Oslo dirigida por Petrenko, quienes en su primera intervención el día anterior habían demostrado estar a la altura de cualquiera de las grandes orquestas que visitaron este Festival Enescu. Imposible ya asistir por la noche a una versión en concierto de Arminio de Haendel con los contratenores Cencic y DQ Lee, y Sandrine Piau como solistas.
Estresados llegamos entonces al segundo concierto de esa jornada, pero la primera obra cambió ya nuestro humor. Nunca había escuchado en directo las Variaciones sobre un tema de Paganini (1941) de Lutoslawski y en cualquier caso no me imaginaba que sonaran tan similares a las de Rachmaninov. Aparentemente Lutoslawski usa un lenguaje más disonante, pero en el fondo es menos innovador, un "mucho ruido y pocas nueces". La explicación es fácil, se trata de una pieza compuesta por Lutoslawski en un momento difícil para él: en plena segunda guerra mundial, tras escapar de los soldados soviéticos que lo habían capturado, intentó sobrevivir en Varsovia tocando en grupos de cabaret y haciendo un dúo con su amigo el compositor Andrzej Panufnik. Entre la multitud de arreglos que hizo está esta adaptación para dos pianos del Capricho en la menor nº 24 de Paganini, una obra llena de virtuosismo que hizo carrera posteriormente en las salas de concierto y se grabó en varias ocasiones.
La Real Orquesta Filarmónica de Lieja (OPRL) presentó la versión para piano solista y orquesta de estas Variaciones Paganini, en una orquestación realizada por Lutoslawski en 1977 para la pianista y compositora polaca Felicja Blumental (1908-1991), quien la estrenó en Miami en 1979. Esta versión concertante me pareció de gran calidad, superior incluso a la versión de dos pianos, y Denis Kozhukhin hizo una interpretación prodigiosa. La orquesta sin embargo se quedó corta para las necesidades de Kozhukhin y el director Tiberiu Soare -aunque atento y pendiente- creo que se vió un poco superado por la obra.
Escuchar a continuación la Rapsodia sobre un tema de Paganini (1934) de Rachmaninov, basada en el mismo Capricho, aunque alejándose mucho más del original, fue una experiencia muy interesante. Kozhukhin enfrentó una segunda obra de virtuosismo sin tiempo para haberse recuperado de la primera, pero no pareció que eso afectara a su rendimiento (aunque se le veía francamente sudoroso). La Filarmónica de Lieja parecía incómoda por momentos, dado que estaban muy apretados en el escenario, y esta Rapsodia, como antes las Variaciones, requiere una orquesta bastante amplia. Pero como la obra de Rachmaninov es mucho más habitual en el repertorio, los resultados fueron mejores y parecieron responder mejor a Kozhukhin.
Tras el descanso llegó el 'plato fuerte', la versión de Antonacci de La voz humana de Poulenc, que en los últimos meses ha presentado en varios escenarios (Brescia, Milán, etc.), y con diferentes montajes. En el Ateneul, aunque se anunciaba una versión 'de concierto', hubo un cierto atrezzo -un teléfono rojo muy gracioso, una mesita, un sillón, una lámpara- pero sobre todo una constante actuación de Antonacci, que le dió una gran variedad a una obra donde el drama se apoya en un sólo personaje, que de algún modo suple al resto, sobre todo a ese amante que no llegamos a conocer ni a saber exactamente de qué va. Creo que fue la propia Antonacci la que organizó esta pequeña representación, aprovechando que conoce muy bien la obra e incluso parece que se identifica personalmente con ella. Y si en realidad Antonacci nunca se sintió engañada o abandonada ... ¡qué bien nos engañó!
Nuevamente el punto más débil estuvo en la orquesta y el director. Mientras Antonacci variaba continuamente su interpretación, hablaba al teléfono como si fuera su propio amante o lo rechazaba, se abrazaba a sí misma o estrujaba las manos casi violentamente, se movía nerviosa por el escenario y musicalmente cambiaba frecuentemente de dinámicas y fraseos, Soare se movió casi exclusivamente en el mf y el f, sonó repetitivo y careció de sutileza, tapando a veces a Antonacci, lo que resultó especialmente fastidioso cuando al final de la obra ella canta su desesperación y la orquesta no nos permite oír bien lo que canta.
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