Obituario
Un artista trascendental
Antonio Baciero
Paul Badura-Skoda!!! Un artista integral, vertido en el concertismo como en la investigación y en el cuidado integral de todo lo que fuera música, nos ha dejado hoy después de legarnos una inacabable cadena de generosidades ejemplares. Qué cúmulo de sensaciones y recuerdos despiertan estas palabras cuando uno ve culminar una vida como la suya, en una imbatible gran línea de logros y éxitos, y dice adiós a la vida con una sonrisa. Ya lo hizo en noviembre pasado en una despedida con las tres Sonatas póstumas de Schubert en el Musikverein, en un dechado de energía creadora, fe y entrega hasta el último trecho, bien probado en una lucha contra los sinsabores de dolencias insalvables y fuerza de superación.
Sería difícil sopesar esta colosal figura de la historia de la música, vertida en todos los campos fundamentales de una total entrega a un arte que no separaba la sensibilidad y la intuición de los rigores y exigencias de la investigación. Con increíble espíritu analítico y una entrega sin pausa nos lo fue mostrando a lo largo de incontables años de militancia en la gran escena concertística y didáctica. Porque ¿qué temas importantes en música no ha trabajado, publicado o trasmitido desde el podio Paul Badura-Skoda?
Tenía fácil la comunicación un personaje de su simpatía y don de gentes que llevó su existencia musical hasta las más alejadas salas de conciertos del mundo, no sólo como representante de la gran escuela de Viena, sus principales y más queridos campos de trabajo, testigos de su amor a la autenticidad y a la verdad en el arte. Una vida continuada de éxitos y consecuciones.
En muchos de sus programas después de terminar la colosal Sonata 32, op.111 de Beethoven (generalmente al terminar una sesión) le gustaba tocar el Adagio en Do mayor para una Armónica de cristal de Mozart después de explicar que mientras que Beethoven, en su dramatismo y fuerza de superación tiende siempre un camino hacia arriba, este Adagio, por el contrario, viene y nos cae directamente del cielo. Un maridaje perfecto y elucidador como final de concierto.
Podría definirse bien la línea de una vida entregada al arte y a los demás a través de su fuerte vocación pedagógica, dedicación que mantuvo a lo largo de 91 años de laboriosidad y exigencia. Será difícil sopesar esta colosal figura de la historia de la música, vertida en todos los campos fundamentales de la entrega a un arte que no separaba la sensibilidad y la fantasía del rigor y exigencia de la investigación. Con increíble espíritu analítico y una entrega sin pausa nos lo fue mostrando a lo largo de incontables años de militancia en la gran escena musical internacional
En vísperas de una tournée en América yo le escuche una conferencia-concierto de la Sonata Hammerklavier, dominada y a la vez diseccionada, en análisis, formas y elementos, coronada luego por una versión insuperable de toda ella. Interpretando las grandes obras de Beethoven hasta le cambiaba la expresión de la cara.
“Pasar la antorcha” era una de sus frases favoritas de los últimos tiempos. Difícil cometido para un artista que no dejó terreno importante sin indagar, el querer y saber trasmitir aquella vivida sabiduría y cosas aprendidas de maestros de la era de oro del pianismo, principalmente de aquel otro maestro “puente” que fue Edwin Fischer en Lucerna o en Berlin, iluminador de ideas y caminos, para quien Paul Badura fue como un hijo.
Y su sentido del humor. “Un día sin sonrisa es un día perdido”, una frase de Chaplin, otro gran fan suyo, que le gustaba poner en algunos autógrafos. Personalmente siempre admiré su vitalidad y simpatía natural como su propensión a regalar su tiempo y su saber a los demás. Le admiré hasta su manera de hablar el alemán. Hablaba ocho idiomas, pero aquel alemán suyo tenía un especial acento personal que me parecía tan bien rimado, de palabras exactas y con un ocasional ligero tinte local vienés, verdaderamente exquisito. Un estilo de comunicación hecho de sencillez y afabilidad, sus clases eran prodigiosas que produjo en Conservatorios y Universidades de Europa y América donde lo raro era verle mirar el reloj. Hay que decir también que era un inveterado gourmet, esquiador y jugador de ajedrez. Había empezado tocando el acordeón. ¿Qué no había hecho Badura-Skoda?
“Los grandes artistas son como niños y cuando mueren dejan su gran niñez al mundo” escribió Tagore. Nunca mejor aplicado que en este caso. Querido Paul, no nos abandones en este valle de lágrimas, porque sí sentimos con tu despedida actual aquella conocida frase de “el mundo se ha hecho más pobre”.
Aquella sensación de cercanía suya fue otra de sus virtudes como premisa de vida. A todos sus discípulos nos encantaba llamarle por su nombre de pila que él nos imponía y ese vocablo corto y biensonante se convirtió en sinónimo de confianza y de cariño. Empedernido mozartiano, escribió el primer libro sobre su Ornamentación a los 28 años, a quien se le oyó dirigir en aquel emblemático año 56, en el segundo Centenario del genio de Salzburgo, la Sinfonía 40 y tocar después dirigiendo a la vez el Concierto en Fa Mayor en la Sala Mozart. Fue en aquella vibrante conmemoración del genio de Salzburgo en una Austria recién salida de una larga posguerra y fuerzas de ocupación, cuya celebración llevaba como consigna “Siempre la luz…”
Allá por los años sesenta había hecho cerca de cien discos para Westmister posteriormente convertidos en múltiples firmas, tanto en versiones pianísticas como en instrumentos históricos. Últimamente ha causado especial atención la reedición de los Estudios de Chopin y un libro, publicado en español, sobre las Sonatas de Beethoven, originario en el Centenario de 1970, conjuntamente con Jörg Demus, su inseparable amigo y compañero de Dúo pianístico, recientemente fallecido.
Recuerdo hoy más que nunca unas palabras recientes suyas para el Instituto Furtwängler de Tokio sobre uno de sus personajes más queridos: “En Mozart, la percepción del misterio de la vida y la muerte se nos hace más visible expresado en su inmensa abundancia vital y extraordinaria riqueza afectiva. Aun muerto tan joven, vivió mayores experiencias que una persona normal con 100 años. Su música tiene un efecto terapéutico que proporciona armonía a la confusión, suavidad a la violencia, libre de toda afectación y esfuerzo, como una creación misma de la Naturaleza. Ésta es la razón por la que es tan difícil tocar a Mozart. Cada nota tiene su significación, su expresión específica y tiene que discurrir de un modo natural, como si surgiera de ella misma. Un personaje para todas las situaciones en la vida dándote fortaleza para ellas…”
La que tú hoy nos dejas para siempre de tu persona y de tu obra.
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