Italia
Empacho conceptual
Anibal E. Cetrángolo
El marco incomparable de un lugar tan ligado a Verdi, en el que un público muy particular es siempre protagonista, hace de este encuentro con la ópera, el festival verdiano de los octubres, algo que para mí es irrenunciable. No soy el único a sentir así; a juzgar por lo visto en estos días en Parma, el Festival adquiere cada vez más las características de cita imprescindible para los amantes de la musica. Se trata de un evento sin duda internacional que consigue convocar artistas de gran nivel y adentrarse en propuestas novedosas lo que no es simple en un entorno tan determinado por la tradición. Resulta, en efecto, curiosa esta co-presencia de espectadores que, en altísimo porcentaje concurren para asistir al Festival desde muy diferentes sitios del mundo, con un público tan caracterizado y local como es el del Regio. Eso, se me presenta como metáfora clara de la personalidad de un compositor que en vida fue conocido internacionalmente pero que jamás renunció a cultivar la tierra de su lugar de origen.
En esta ocasión presencié tres de las cuatro operas que el evento proponía: Nabucco, Luisa Miller y Foscari. Me quedó fuera una reposición de la Aida en versión Franco Zeffirelli que se representó en Busseto. En realidad el Festival de Parma no se limita en absoluto a las representaciones de las óperas sino que estas están acompañadas por un muy nutrido conjunto de eventos. Aquí nos ocuparemos de los espectáculos liricos y ahora damos inicio con la reseña de Nabucco que presencié el jueves 3 de octubre con un teatro rebosante de público.
Nabucco
Obviamente, se trata de una ópera densa de significados. Es bien conocida la situación tan compleja de su gestación, con un Verdi tremendamente castigado por situaciones trágicas familiares – la muerte de su mujer y de sus hijos - y profesionales – fracasos de público de sus primeros pasos como compositor- que lo habían hecho dudar de sus posibilidades como músico. Fue gracias a la insistencia del empresario Bartolomeo Merelli que el compositor afrontó la composición de una ópera que habría de franquearle el camino que conocemos. En cuanto a lo social, lo político, Nabucco fue y es para los italianos un objeto de fortísima identificación. El fervor palpable entre las butacas del Regio bien mostraba que los particulares perfiles de esta ópera perseveran más allá de los modernos estudios históricos revisionistas.
Nabucco, fue presentada en estreno en marzo de 1842 en la Scala y para la ocasión subió a escena con escenografía y vestuario de Filippo Peroni, un artista amado por Verdi y que terminó sus días, escapando de sus acreedores, en Buenos Aires. Se conservan los hermosos bocetos de Peroni que, como se verá no fueron de inspiración para esta puesta: la dirección del teatro decidió articular un cast musical de excepción con una puesta muy audaz de Stefano Ricci según un proyecto creativo que este artista, como le es habitual comparte con Gianni Forte.
Siguiendo las directivas de esos artistas, la acción se desarrolla en un imaginario 2046, un futuro, obviamente apocalíptico, Nos encontramos en el universo post bélico y destruido que la literatura y el cine nos prometen habitualmente. En esa situación, una nave militar recoge prófugos que son tratados con violencia por la tripulación del barco. Los militares destruyen tanto los documentos como los libros de los forajidos.
Obviamente uno se imagina que los prófugos son los hebreos del libreto de Temistocle Solera. El gran jefe del régimen es Nabucco y Abigaille su ministra de propaganda, la Goebels de la situación. Nabucco, después de peripecias que ocasionalmente tienen que ver con el libreto original, salva a los prófugos; se pacifica con ellos y con su Divinidad. (“Dio di Giuda”). Por supuesto, tal propuesta causó reacciones muy encontradas en la crítica y el público.
En algunos momentos, en efecto, lo que se vio resulto excesivo, abigarrado en un terror vacui que llegaba a ser empalagoso. Hubo patinadores, proyecciones, obreros vestidos de amarillo – Salgo già sul trono aurato-, un gran árbol de Navidad para significar una propaganda del poder que proclama una paz falaz. Durante el primer acto, recordé la irreverente frase pronunciada por Gabriele D’Annunzio cuando el Poeta se enteró de la muerte de Leoncavallo: “morí' soffocato nell'adipe melodico”. Pues bien, percibí que en ese comienzo de ópera, que los autores de la regia perecían sofocados de empacho visual. Subrayo que no fueron los elementos elegidos lo que me distrajo sino su empleo y resultó que cuando hubo momentos más austeros las cosas funcionaron bien como en la escena de “Va pensiero”, aunque en tal momento sagrado para los italianos hemos visto al coro de hebreos vistiendo ropa interior. El director de la puesta decidió que, en ocasión de los conjuntos vocales, los solistas cantasen enfrentados al maestro, sin gestualidad prevista, lo que evidentemente habrá resultado funcional a las necesidades musicales.
Los colaboradores visuales de la regie fueron excelentes profesionales: en la escenografía Nicolas Bovey, en el vestuario Gianlucca Sbicca y en las luces Alessandro Carletti. Todos, muy eficazmente secundaron las complejas propuestas de los Ricci/Forte.
Un Nabucco excelso en lo musical
La soprano Saoia Hernández afronto la temible responsabilidad que supone cantar Abigaille. A pesar del anuncio de su estado de saludo precario, esta artista encarnó la parte de forma egregia. Hernández resulto perfecta vocal y escénicamente en su tarea de encarnar a uno de los papeles más atribulados que el gran dramaturgo musical reserva a la cuerda de soprano. Se movió con absoluta autoridad y su técnica vocal permitió salvar sin dificultad alguna las insidias de la parte. Posee un agudo seguro aunque cuando en la región alta se pide sonido intenso la emisión resulta demasiado abierta. La inteligente cantante fue capaz de convencer en el momento de fuerza pero también mostró bella y mórbidamente el aria del segundo acto “Anch’io dischiuso un giorno” en el que la temible Abigaille trata de convencernos que es capaz de “santo amore”. Si esta artista persevera por esta vía llegará a madurar una interpretación memorable de Abigaille.
El barítono Amartuvshin Enkhbat fue Nabucco. Se trata de un artista completo. Voz hermosa y redonda; timbrada, de caudaloso sonido. Su actuación fue impecable. Él es capaz, cosa no descontada, de una dicción italiana inobjetable. No se puede pretender más; un gran Nabucco. Enkhbat mostró con profundidad expresiva las melódicas frases que prevé la parte y fue impecable en el célebre “Dio di Giuda”
El rol de Zaccaria fue el único que se confió confiado a dos bajos que se alternaban en las representaciones. Supimos que, en realidad el rol estaba previsto para Rubén Amoretti pero a último momento se consiguió que el célebre Michele Pertusi inaugurase la opera. Escuché a Amoretti. Debo decir que a pesar de algunos momentos en que aprecié su estilo y su vena expresiva, el artista no consiguió absolver lo que el rol pide. Su voz con vibrato, más evidente en el recitativo, no es homogénea y en eso resiente la línea de canto.
Muy bueno el desempeño de otros artistas, como Ivan Magri que fue un Ismael de hermosa voz que cantó bien la ingrata parte y resultó muy digno el desempeño de Annalisa Stroppa en Fenena. Ambos pudieron presentar con la Hernández una excelente versión de la tan hermosa seccion que introduce el tenor con “Fenena! O mia diletta”.
Muy correctos en sus responsabilidades menores Gianluca Breda y Manuel Pierattelli, que fueron, respectivamente el Gran Sacerdote de Belo y Abdallo y también muy bien Elisabetta Zizzo, que cantó la parte de Anna.
El coro del Regio que dirige Martino Faggiani es un grupo de excelencia y, por cierto, es esta ópera ideal para el lucimiento de un buen conjunto vocal. La performance del grupo fue estupenda. Pocas veces fue dable escuchar tal redondez de sonido, tal calidad de timbre, y sobre todo, tal maleabilidad. El coro fue capaz de algunos pianissimo infinitos que el director musical impuso al final del famoso “Va pensiero”.
El director Ciampa, nacido en Avellino, fue vigoroso y consiguió también momentos de mórbida expresividad. Consiguió concertar de forma brillante al grupo estupendo de colaboradores que están sobre la escena. Como antes se decía, su “Va pensiero” fue muy especial. Escuché este momento celebre en una de las mejores versiones que recuerde. Fue afrontado con tempi inusuales. El público consiguió que se repitiese y en ese lugar tan particular para la lírica fue comprensible que no pocos de los espectadores hayan exultado en “Grazie!”, “Viva Verdi!”, “Viva Italia!”
Reitero, la compañía vocal fue de primerísimo nivel y la puesta, con las salvedades indicadas, resultó comprometida, generadora de reflexiones y adecuada a lo experimental que se asocia con la idea de un festival. Un estupendo Nabucco.
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