Artes visuales y exposiciones
Else Lasker-Schüler, el elogio de la terquedad
Juan Carlos Tellechea

Deslumbrante y excéntrica figura de la bohemia de Berlín a comienzos del siglo XX, la brillante poetisa judía alemana Else Lasker-Schüler, muy poco conocida como dibujante e ilustradora dentro y fuera de fronteras, es objeto en estos meses de una extraordinaria exposición del renombrado Museo von der Heydt de Wuppertal para conmemorar el 150º aniversario de su nacimiento, el 11 de febrero de 1869, en esta ciudad.
Comisariada por la historiadora de arte Antje Birthälmer, directora interina de esta institución, la muestra que va desde el 6 de octubre hasta 16 de febrero de 2020 reune más de 200 obras, entre trabajos propios de Lasker-Schüler, así como de artistas con los que mantuvo una muy estrecha y fructífera relación, entre ellos el pintor expresionista alemán Franz Marc, fundador en 1911 del famoso movimiento Der Blaue Reiter, junto al ruso Vasili Kandinski.
Con Marc, Else Lasker-Schüler se carteaba muy a menudo y una de las tarjetas postales que le enviara él con motivo del Año Nuevo de 1913 mostraba un esbozo a lapiz y coloreado de Der Turm der blauen Pferde [La torre de los caballos azules], un cuadro lamentablemente desaparecido de este pintor, caído en 1916 en el frente de batalla de Verdún durante la Primera Guerra Mundial (1914 - 1918).
Hay aquí óleos de Alekséi von Jawlensky, Edvard Munch, Oskar Kokoschka, Emil Nolde (pese a su ferviente antisemitismo y adhesión al nazismo), Otto Dix y Karl Schmidt-Rottluff, además de Marc y Kandinski, esculturas de Renée Sintenis y Milly Steeger, trabajos sobre papel de George Grosz, Ernst Ludwig Kirchner, Paul Klee y Christian Rohlfs, entre otros. De esta forma, cobra vida toda una época cultural que tuvo un cruento final en 1933 con el ascenso al poder del régimen genocida de Adolf Hitler.
Hija de un banquero de Wuppertal, Else pasó una infancia sin preocupaciones económicas en el seno de una familia burguesa y su madre, quien solo leía obras de Johann Wolfgang von Goethe, fue una figura central en su inspiración. Con su poesía, textos en prosa, obras de teatro, lecturas y performances, así como dibujos e ilustraciones de libros y postales, Lasker-Schüler siempre adhirió a la vanguardia y supo afrontar, gracias a su compleja personalidad, la burla, la pobreza, la persecución y el exilio. Su volumen de poemas Meine Wunder, publicado en 1911, la convertiría en una de las más destacadas representantes del expresionismo alemán.
Sin duda, no lo tenía muy facil. A las mujeres emancipadas no se las tomaba en serio en aquellos tiempos y pronto se las desterraba a la gaveta de las excentricidades y de la exaltación. Así le ocurrió en gran medida a Lasker-Schüler, especialmente cuando utilizaba en sus escritos y en sus presentaciones públicas el seudónimo de Príncipe Yussef de Tebas. Solo con la fuerza de su poesía y la terquedad de su carácter pudo abrirse camino y conseguir un merecido reconocimiento.
Elisabeth Schüler, su nombre oficial de soltera, se casó dos veces; en 1894 con el médico Berthold Lasker, con quien se mudó a Berlín, donde cambió su vida, se conectó con círculos artísticos y se separó de su marido. En 1899 dió a luz a su único hijo, Paul (de padre desconocido), objeto de sus desvelos, quien murió de turberculosis a los 28 años. Tras su divorcio se casó en 1903 con el escritor Georg Levin, diez años menor que ella, a quien, como ocurriera con tantos otros que conoció y amó, le propuso cambiar su nombre por el seudónimo de Herwarth Walden, con el que se hizo famoso.
Desde entonces Else Lasker-Schüler trataba de parecer más joven, en una de esas frívolas travesuras con la edad, irrelevantes para la inspiración y el arte. Walden fundó, entre otras, la Asociación para el Arte y la revista Der Sturm, en la que presentaba la nueva literatura y el arte de aquel tiempo, incluidas las creaciones de su propia esposa. Ella, sin embargo, no dependía de él y, tras el segundo divorcio, se ganó un sitial, junto con su hijo, como escritora beligerante y dibujante independiente, más mal que bien, en la época previa a la Gran Guerra y en la República de Weimar (1918-1933) su época dorada, con la publicación de buena parte de sus obras, entre ellas dos volumenes de sus poesías (editorial Cassirer), en 1920.
Los dibujos de esta poetisa son fascinantes. No fue solo con sus rimas y versos libres que Lasker-Schüler dió vida a todo un universo. Sus láminas a lapiz de grafito y de color, mezcladas con papel tintado y dorado, muestran el mundo de su alter ego, el príncipe Yussef, con mujeres indias, bailarinas danzando con serpientes, elefantes, dromedarios, caciques, así como vistas imaginarias de la anhelante ciudad de Tebas.
Estas obras fueron realizadas mucho antes de que los nazis la forzaran a ir al exilio. No son una reacción a los acontecimientos políticos, sino un esbozo autónomo de un mundo poético opuesto, tanto con textos como con imágenes. Por supuesto, Else Lasker-Schüler fue La expulsada (Die Verscheuchte), como se retrató en uno de sus más famosos versos, porque uno no es solo un emigrante, cuando se es emigrante. Aquí es donde yace toda la humillación, el abandono y la miseria, escribiría en una carta desde el desarraigo en 1935.
Else Lasker-Schüler tenía ojos y oídos muy atentos para la creatividad de otros artistas. Se ganó muchos admiradores y amigos, entre ellos el escritor y dramaturgo austríaco Karl Kraus, quien le brindó valioso apoyo. Amó a muchos, escribiría uno de sus íntimos, el médico, poeta y ensayista alemán Gottfried Benn, a quien ella apodó Giselheer. Benn la consideraba como la mejor escritora lírica que haya tenido Alemania.
He traído amor al mundo / Que cada corazón florezca de azul, decía de sí misma Lasker-Schüler que entendía el amor, en general, como el mandamiento de Jesús (el judío Divino). Al mundo hay que animarlo y embellecerlo. En su novela epistolar Der Malik (1919) habla de un mundo frío, nada maravilloso (…) cuyo pecado capital era la sobriedad, el pez muerto en el corazón. El libro fue su testamento de la época previa a la Gran Guerra que parecía próxima la renovación a través del arte.
En la década de 1930 la poetisa de las Baladas hebreas (Hebräische Balladen), de 1913, emigró primero a Zurich y después a Jerusalén, donde falleció a los 76 años, el 22 de enero de 1945 en el hospital Hadassah, tras una isquemia miocárdica. La intolerancia y la persecución que sufrió por parte de las autoridades de Suiza merecen un capítulo aparte.
Por lo visto Lasker-Schüler era demasiado moderna, incómoda, conflictiva y pobre para los suizos. Dos veces llegó a ese país y pese a todos sus intentos se le negó cualquier posibilidad de trabajar y de tener un refugio en medio del destierro, contrariamente a lo que cualquiera pudiera suponer sobre la democracia y la observancia de las libertades fundamentales en la Confederación Helvética, fundada en 1291.
Uno de sus últimos amigos y admiradores, el escritor y literato Werner Kraft, escribiría en 1942 sobre la solitaria y un poco descuidada anciana errante: No puede vivir y no puede morir, solo puede enojarse y ha olvidado la razón de ello, y nunca la recordará. Incluso siendo joven, los poemas de Else Lasker-Schüler trataban a menudo de la muerte. Sin embargo, ella procuraba siempre superarla con sus versos: Me muero de la vida y respiro la imagen de nuevo, recitaba.
Sin embargo, en 1943, un año después de la Conferencia de Wannsee en la que los nazis planificaran hasta en sus más mínimos y siniestros detalles el Holocausto, Lasker-Schüler creó uno de sus poemas más íntimos y hermosos, Mi piano azul (Mein blaues Klavier), ese que... se encuentra en la oscuridad de la puerta del sótano, / Desde que el mundo se ha embrutecido (…) el teclado del piano está roto, y uno llora por los muertos azules.
Else Lasker-Schüler fue siempre muy generosa con los más desvalidos. No es cierto que pasara hambre en Palestina, su Tierra Hebrea (título de su obra en prosa de 1937, publicada por la editorial Oprecht de Zúrich) que le había dado techo y cobijo (aunque se sintiera frustrada por el sionismo que no se correspondía con su ideal de integración con el pueblo árabe. O sea la oposición entre la existencia mesiánica y la histórica, como lo describiera el historiador judío Gershom Scholem).
A menudo Lasker-Schüler entregaba a los pobres buena parte de los honorarios mensuales que percibía de su editor Salman Schocken o de la Sección Alemana de la Jewish Agency. Cuando no tenía más dinero pedía prestado a sus amigos o éstos le daban de comer. Ella no aceptaba regalos, sino créditos, y siempre pagaba sus deudas. Su tumba, en el Monte de los Olivos se ha perdido. Con la división de Jerusalén en 1948 el sector quedó bajo administración jordana. Cuando llegaron los israelíes en 1967 (Guerra de los seis días) encontraron la lápida con su nombre en el arcén de una carretera. Presumiblemente el sepulcro quedó cubierto por el pavimento de asfalto de esa autovía.
La exposición de Wuppertal, la primera sobre Else Lasker-Schüler desde la que tuvo lugar en el Museo judío de Francfort en 2010, y la primera como artista visual, la presenta no como una víctima de las circunstancias políticas o económicas que le tocó vivir, sino como una mujer segura de sí misma que diseñó su vida acorde con su pensamiento y sus posibilidades.
La excelente colección del Museo von der Heydt y el respaldo de la fundación para el fomento de la cultura Dr. Werner Jackstädt-Stiftung hacen posible un mejor conocimiento de este doble talento que fue Else Lasker-Schüler en el mundo que la rodeaba...y dónde mejor si no en su propia ciudad natal para celebrar este sesquicentenario.
Comentarios