España - Andalucía
Samson visual
Pedro Coco
La segunda ópera de la temporada 2019-2020 del Teatro de la Maestranza se anticipaba impactante, por una propuesta de Paco Azorín que reflexionaba sobre el odio que generan los conflictos religiosos y, sobre todo, la actualidad que aún tiene dicha situación.
Así, la producción, que ya pudo verse en el Festival de Mérida el pasado verano con un reparto diferente, se trasladaba a la presente realidad entre Israel y Palestina, regada de vídeos y mensajes que, anteponiendo la denuncia a la trama, invitaban a la reflexión. Esta intención se amplificaba durante la bacanal del tercer acto y números posteriores, con simuladas ejecuciones incluidas y la presencia de una incómoda periodista, testigo de todas las intrigas.
Celebramos sin reservas la vuelta de Gregory Kunde al Teatro de la Maestranza, donde, desde su Argirio rossiniano en uno de los mejores Tancredi de los últimos años, hemos podido disfrutarle también un excelente Otello: genial muestra de su evolución vocal y su talento dramático. No es sencillo convencer en Sansón, pero en esta ocasión fue posible gracias a su entrega, su homogeneidad en todos los registros y una proyección a prueba de escenarios completamente abiertos, como era el caso de la producción que nos ocupa.
Y precisamente fue este factor el que penalizó la interpretación de la coprotagonista, la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera, que, afín al rol y muy desenvuelta escénicamente, supo paliar con tablas los inconvenientes; especialmente un registro grave que a veces no resultaba tan envolvente como precisa Dalila. Su mejor momento llegó en el segundo acto, donde fue de menos a más, especialmente a partir de “Mon coeur s’ouvre a ta voix”.
La tercera voz por destacar, sin desmerecer a un plantel de secundarios muy implicados tanto vocal como escénicamente, es la del joven barítono Damián del Castillo, ideal Gran Sacerdote. Con un rotundo timbre y una gran seguridad en todo momento, se perfila como una de las más sólidas voces graves españolas de los próximos años.
Para finalizar, una espléndida prestación del coro en una nada fácil obra, que requiere un gran trabajo de coordinación y atención al matiz. Con una labor siempre ascendente, el conjunto, de voces cada vez más sólidas, nos regaló una velada irreprochable de la que, sin duda, deben estar orgullosos todos y cada uno de los integrantes.
Por su parte, la lectura del director Jacques Lacombe, buen conciliador de foso y escena, fue desvelándose más variada y matizada a medida que avanzaba la velada, consiguiendo de la Sinfónica de Sevilla un sonido que ganaba en intensidad y brillo en todas sus secciones.
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