Artes visuales y exposiciones

Los aztecas desembarcan en Stuttgart [2]

Juan Carlos Tellechea
martes, 14 de enero de 2020
Azteken © 2019 by Hirmer Verlag Azteken © 2019 by Hirmer Verlag
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El joven dios de la música, el canto y la danza, Xochipilli (en náhuatl Príncipe Flor), de la mitología mexica, nos sale providencialmente al encuentro desde una vitrina tenuemente iluminada, mientras recorremos la maravillosa exposición Azteken en el Linden Museum de Stuttgart, didáctica y museísticamente sobresaliente.

También conocido como Macuilxóchitl (Cinco Flor), Xochipilli, venerado entre las deidades de la fertilidad en este vasto panteón, rige asimismo el amor, la escritura, las fiestas y los juegos (incluidos los de azar) y se lo relaciona con Centéotl (Mazorca de Maíz Seco), el dios dual (masculino y femenino a la vez) de esta gramínea y sus nutritivos granos, patrón de la ebriedad y de la bebida en los rituales sagrados.

La estatuilla de piedra volcánica de Xochipilli-Macuilxóchitl en posición sedente se exhibe en el referido escaparate junto a un cetro (chicahuaztli) de travertino que representa los rayos solares y la fecundidad. Las dos piezas son mostradas cerca de un conjunto de utensilios colocados dentro de otra cristalera y relacionados con el juego de pelota mesoamericano (en náhuatl: tlachtli o ōllamalīztli), deporte con connotaciones litúrgicas practicado desde el 1400 aC por estos pueblos precolombinos (y aún hoy en algunos lugares de México y Guatemala).

No se conocen sus reglas, pero a juzgar por su descendiente, ulama, eran probablemente similares a las del raquetbol, cuyo objetivo es mantener la bola en juego. Si se llegaba a caer era una mala señal. La pelota era un símbolo que hacía alusión al sol y en movimiento representaba las trayectorias de éste y otros dos astros sagrados, la Luna y Venus.

Sobre el importante hallazgo y la investigación de los restos de una cancha de juego de pelota en la antigua Tenochtitlán (hoy centro histórico de Ciudad de México), entre otros temas, se hablará los días 23 y 24 de marzo próximos en el Linden Museum durante un importante congreso internacional, titulado New Perspectives on the Aztecs, sobre las proyecciones en el campo de los conocimientos sobre la vida y la cultura de los aztecas, al que acudirán destacados arqueólogos, etnólogos y antropólogos de varios países. Entre los científicos figuran Leonardo López Luján, Raúl Barrera Rodríguez, Eduardo Matos Moctezuma, Laura Filloy Nadal y Davide Domenici.

Se trata de la primera exposición sobre los aztecas con contexto cultural, afirma la connotada directora del museo, Inés de Castro. No es una exposición que solo habla de la belleza de los objetos, de su estética, sino que los presenta dando un contexto cultural al visitante, el signiificado de las ofrendas a los dioses, el papel que jugaron estas deidades en la sociedad, agrega.

La danza tuvo siempre un papel importante en la vida cotidiana de los habitantes del valle de México. Entre los mexicas o aztecas la música se enseñaba junto con la danza en las escuelas denominadas cuicacalli (casa del canto), y los numerosos instrumentos musicales (aerófonos y de percusión, varios de ellos mostrados aquí) se guardaban en el mixcoacalli (casa del dios del fuego).

Una de las características principales de la danza mesoamericana, y que le da un rasgo peculiar respecto a otras danzas de civilizaciones antiguas, es la participación conjunta del sexo femenino y masculino. En las danzas donde participaban los dos géneros, éstos se colocaban de manera alternada en el círculo de danza o en columnas, es decir, un hombre, una mujer, y así sucesivamente. Podían danzar entrelazados de las manos o abrazados, o sueltos. Este tipo de danza mixta, parece haber sido la forma más común; pero, por supuesto, también hubo danzas en las que solo participaban hombres.

La música, el canto, la poesía y el baile acompañaban todas las ceremonias de carácter religioso (sacrificios, penitencias, ofrendas, ingestión de alucinógenos para entrar en contacto directo con las divinidades), las bodas, los funerales, los sacrificios, los actos solemnes de carácter político, como la ascensión de un nuevo dirigente, e incluso las festividades relacionadas con los ciclos calendáricos.

Uno de los rasgos más característicos de la política musical azteca fueron los privilegios civiles, como la exención de tributos de la que gozaban los músicos profesionales, y las jerarquías que ocupaban en los templos. Los artistas, aun cuando recibiesen honores y riquezas, formaban parte del servicio doméstico de los señores.

Los filarmónicos de aquel entonces, quienes portaban un cordel distintivo en sus cabezas, heredaron por línea directa el instrumental de la cultura tolteca (entre el 900 y el 1200 dC, que influyó desde Zacatecas, centro norte, hasta la península de Yucatán, en el sureste) y ésta de la teotihuacana (desde el 150 al 750 dC, en el centro del país) asimilando el legado de las civilizaciones contemporáneas de toda Mesoamérica.

Al canto y a la danza se las denominaba en esos pretéritos tiempos prehispánico In Cuicatl InXochitl (el Canto y la Flor), porque eran una forma de ofrenda que permitía estar en ese contacto estrecho y extático con las deidades que se manifestaban en la naturaleza. A la danza se le consideraba como una forma de concentración en movimiento con lo cual al ofrendar y pedir podían canalizar su fuerza al logro de los objetivos.

A la danza ritual se le llamaba Macehualiztli (merecimiento) y a la danza popular se la denominaba Netotiliztli. Cada movimiento en la coreografía de la danza tenía un significado especifico. Las sentadillas y los movimientos serpentinos representaaban la fertilidad; los pasos asentados en el suelo la tierra y la siembra; las vueltas el aire y el espíritu; los pasos avanzados y retrocedidos el fuego; y los pasos zigzagueantes el agua.

Por lo que se ha podido investigar hasta el presente, había siempre en todas estas actividades una relación con los cuatro elementos: agua, fuego, viento, tierra. Este número era prevalente asimismo en la cultura mexica, ya que, entre otras interpretaciones, también habría representado los puntos cardinales.

La cultura azteca logró desarrollar una escritura jeroglífica o ideográfica, aunque hasta ahora no se ha podido comprobar si representaban los sonidos con letras. Al momento de la llegada de los conquistadores españoles, los aztecas se encontraban en una etapa fonética.

Muchos de los registros literarios de los mexicas o aztecas fueron destruidos por los europeos; la aniquilación fue nefasta. Sin embargo, varios relatos lograron trascender en el tiempo a través de la tradición oral y por medio de los misioneros. Los poemas, llamados cuicatl, incluían cantos y bailes. Sus textos solían presentar una significación religiosa e incluían historias sobre la vida y la muerte; también desarrollaban cantos divinos (teocuícatl) y guerreros (yaocuícatl). Los jóvenes de las clases privilegiadas acudían a colegios denominados calmecac para aprender a escribir poesía.

Una copia a tamaño natural del calendario solar (que no difiere mucho del nuestro) de los aztecas, la Piedra del Sol, domina el recinto de la exposición y atrae a millares de visitantes (hasta ahora unos 100.000 han acudido a la muestra). El monolito original (basalto de olivino con inscripciones alusivas a la cosmogonía mexica y los cultos solares) mide 3,60 metros diámetro, 122 centímetros de grosor y pesa más de 24 toneladas.

Los aztecas usaban dos calendarios para computar los días del año. Xiuhpohualli (el primer calendario, o el calendario solar) constaba de 365 días, divididos en 18 meses de 20 unidades cada uno, más un período adicional de cinco días inútiles o aciagos al final del año, llamados Nemontemi. Tonalpohualli (el segundo calendario o el que cuenta los días) se componía de 260 días, combinaciones de 13 números y 20 símbolos. Ambos calendarios se alineaban cada 52 años.

Para los pueblos mesoamericanos el tiempo era un aspecto fundamental en su vida cotidiana, los rituales, la ciencia y la filosofía. Llevaban cuenta de los días, las eras, los ciclos, las fiestas, las ceremonias públicas, los rituales, los ruegos a los dioses y a los ancestros, así como los días de mercado, de trueque, los dedicados a determinadas labores agrícolas, los plazos de las obligaciones impositivas; les daban nombre a las personas, y recomendaban las mejores fechas para los viajes, los nuevos negocios y hasta para las guerras.

Más allá aún, sentaban la base para las observaciones astronómicas y estaban íntimamente ligados con la concepción del espacio. La comprensión del transcurso del tiempo y de sus períodos era esencial para el funcionamiento del mundo y del más allá. El orden del tiempo estaba, y está aún, tan profundamente anclado en la ontología que sigue todavía vivo, pese a la invasión de los europeos, el genocidio y los saqueos perpetrados.

Dentro de la Piedra del Sol están descritos los movimientos de los astros y algunos ciclos en donde los meses duraban veinte días, los años dieciocho meses y los siglos 52 años, los cuales se renovaban. La escultura tiene un estado de conservación estable, sin embargo su coloración original se fue perdiendo por los siglos de exposición al aire libre. Además, por la parte central, presenta daños por múltiples impactos de bala (soldados estadounidenses practicaban tiro al blanco sobre este monumento, durante la intervención de Estados Unidos en México entre 1846 y 1848), los cuales han desfigurado el rostro central.

Según algunos investigadores, esa figura representa la cara del dios solar Toatiuh; y dentro del glifo “movimiento“ (ollin), un cuchillo sacrificatorio de piedra (Tecpatl) simboliza su lengua, bajo la forma de un cuchillo de pedernal. Además en cada mano, sus garras apresan un corazón humano.

Sin embargo, las interpretaciones sobre la función y el significado de esta piedra monumental son diversas entre los especialistas desde que fue redescubierta en el siglo XVIII. Se cree que pudo haber sido una plataforma para el combate gladiatorio involucrado en la festividad mexica de Tlacaxipehualiztli (desolladura de hombres), en honor al dios Xipe Tótec (de la vida, la muerte y la resurrección, así como de la agricultura y la vegetación).

Xipe Tótec es asimismo el nombre del segundo mes del Xiuhpohualli, el calendario solar, durante el que se celebraba dicha ceremonia, sacrificando, descuartizando y desollando a los cautivos y esclavos de las guerras, con los cuales se celebraban aquí combates a muerte. La fiesta contemplaba también ritos de fertilidad, dependiendo del ciclo agrícola.

La descripción horroriza a nuestros contemporáneos. Pero no vayamos a pensar que la Humanidad ha cambiado mucho desde entonces. Las guerras que nos han escandalizado y nos escandalizan hasta hoy, incluso por motivos aparentemente religiosos, siguen cobrando millones de víctimas. Los sacrificios de nuestros días son para aplacar la ira de los dioses del dinero, de la codicia (verbigracia, por la posesión de petróleo y otras materias primas) y de la ambición de poder sobre una región (por ejemplo, el Medio Oriente).

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