España - Madrid

Dejen volar al pájaro

Germán García Tomás
viernes, 17 de enero de 2020
C. del Campo: 'El pájaro de dos colores' © 2020 by Fundación Juan March C. del Campo: 'El pájaro de dos colores' © 2020 by Fundación Juan March
Madrid, miércoles, 8 de enero de 2020. Fundación Juan March. El pájaro de dos colores. Ópera de cámara en un acto con música de Conrado del Campo y libreto de Tomás Borrás. Estreno absoluto. Orquestación parcial y dirección musical: Miquel Ortega. Dirección de escena: Rita Cosentino. Escenografía: Carmen Castañón. Vestuario: Gabriela Salaverri. Iluminación: Lía Alves. Vídeo: Mario Domínguez. Reparto: Sonia de Munck (El Pájaro / Ella), Borja Quiza (Don Tigre / El Clon), Gerardo Bullón (El Mono / El Augusto), Aarón Martín (actor y bailarín). Grupo de cámara de la JONDE (Joven Orquesta Nacional de España). Primer maestro repetidor y piano: Borja Mariño. Segundo maestro repetidor: Sergio Kulhmann. Nueva producción de la Fundación Juan March y el Teatro de la Zarzuela. Ocupación: 99%.
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El modernismo en el estricto ámbito del teatro lírico español es, aún hoy en día, un movimiento artístico menos reconocido de lo que debiera. La labor en defensa de esta tendencia, liderada por la figura de Gregorio Martínez Sierra y su esposa María Lejárraga, dio muy buenos frutos gracias a ambos, aunque no especialmente abundantes para la música escénica nacional. La zarzuela de 1914 Las golondrinas del malogrado José María Usandizaga, posteriormente reconvertida en ópera por el hermano del compositor, es quizá el mejor y más refinado ejemplo de estas inquietudes músico-teatrales de principios del siglo XX, cuyo germen parte de la pieza teatral Saltimbanquis de Martínez Sierra y del más desarrollado drama Ocells de pas de Santiago Rusiñol, con el mundo del circo como telón de fondo argumental.  

Esta senda renovadora y ciertamente experimental del teatro español (dejando a un lado la reivindicación del Siglo de Oro que supone la arcaizante ópera El retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla), definido por estéticas modernistas o simbolistas y el gusto por los temas circenses, la siguen de cerca por un lado el madrileño Conrado del Campo -cuyo buen oficio vierte en los ámbitos de la música sinfónica y de cámara pero que no desdeña los ansiados laureles del teatro lírico- como su más fiel colaborador literario, el libretista Tomás Borrás, creadores ambos en 1923 de la ópera Fantochines, que supuso un descubrimiento en tiempos modernos cuando la Fundación Juan March la presentó en 2015 dentro de su ciclo dedicado al Teatro Musical de Cámara, que lleva a cabo desde 2014. Precisamente, en ese redoblado afán de recuperación de la música teatral española, la Juan March, en coproducción con el Teatro de la Zarzuela, ha propuesto ahora en este ciclo de óperas de pequeño formato el estreno absoluto de otra ópera de cámara de Conrado del Campo, El pájaro de dos colores, una alegoría sobre el amor ideal y el amor carnal, cuya orquestación el músico madrileño dejó a medio terminar en 1951, dos años antes de su fallecimiento, y que el director y compositor barcelonés Miquel Ortega ha sido el encargado de concluir.

Pero no debemos llevarnos a engaño con la calidad artística de la obra que se nos quiere reivindicar. Si esta ópera con únicamente tres personajes cantados posee algún tipo de interés desde el punto de vista musical es sencillamente por el trabajo llevado a cabo por el propio Ortega, que se ha plegado de forma escrupulosa a los materiales originales dejados por el autor a la hora de brindar una orquestación parcial de casi dos tercios de la obra no sólo con oficio e intuición, sino con creatividad. Miquel Ortega ha restaurado el continuum musical de una ópera iniciada en 1929 con un perfil orquestal donde armonías de gran cromatismo y detalles armónicos de la Segunda Escuela de Viena son bañados esporádicamente por aires de foxtrot o ragtime. Una orquestación de cámara que saca adelante con eficacia su meticulosa dirección al frente de los diez instrumentistas de la JONDE, de los que consigue un resultado muy aceptable. 

Aun así, el declamado reiterativo de las partes vocales, salvo contadas excepciones como el terceto de los tres personajes (“Que Amor cambia de color”), no ameniza particularmente el hecho de seguir una ópera corta pero bastante indigesta donde tampoco lo hace el texto trivial de Borrás, que, aparte de guiños teatrales a la Commedia dell’Arte, el universo clown o a I pagliacci, se regodea en adjudicar, por medio del misógino personaje de El Mono (¿trasunto de Schopenhauer?), defectos a la Mujer (yendo más lejos que en la romanza de Fernando de Los claveles de José Serrano), relegándola a puro objeto de deseo, a condición de animal peligroso o destacando la frivolidad y la búsqueda del placer en el género femenino como paradigma de la “mujer moderna”, algo que el maestro Francisco Alonso ya había subrayado en 1935 con muchísima más inteligencia en uno de los deliciosos foxtrots de su zarzuela urbana Me llaman la presumida. Así, esta alegoría neorrubeniana de componenda abiertamente machista, se convierte en una fábula sin moraleja. El astuto y manipulador Mono no cejará en su empeño de abortar la relación entre Ella (el pájaro al que mantenía enjaulado con celo) y Don Tigre, que se ha prendado tanto de los atributos como de los defectos de la Mujer. El controlador Mono conseguirá al fin sus retorcidos propósitos, al inventar para ellos la Filosofía. 

Los tres intérpretes vocales no tienen ninguna culpa de que una obra no concebida para el lucimiento vocal les maltrate tanto, especialmente a la soprano Sonia de Munck, una artista plena en todo lo que lleva a cabo en el campo de la lírica española, cuyo buen hacer tiene que enfrentarse aquí a una tesitura aguda muy incómoda como el Pájaro bicolor y la Mujer. Junto a ella, los solventes barítonos Borja Quiza en El Tigre y Gerardo Bullón en El Mono comparten partes vocales que no les llevan más que a intervenciones muy forzadas y exageradas. A ellos se une la acertada prestación del actor y bailarín Aarón Martín, que con sus movimientos realza el aspecto de pantomima burlesca que tiene la pieza en su conjunto. Al carácter de entremés contribuye la puesta en escena de Rita Cosentino y la fantasiosa escenografía de Carmen Castañón con apenas unos pocos elementos, así como el pintoresco vestuario de Gabriela Salaverri, que han puesto todo su empeño, al igual que los intérpretes musicales, en sacar adelante una obra cuya intrascendencia quizá no merecía tanto interés en restituirla del olvido. Háganme caso, dejen volar al pájaro.

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