Austria

Un napolitano en Viena

Riccardo Muti © 2019 by Wiener Musikverein Riccardo Muti © 2019 by Wiener Musikverein
Viena, lunes, 9 de diciembre de 2019. Groβer Musikvereinsaal de Viena. Rudolf Buchbinder, piano. Orquesta Filarmónica de Viena. Riccardo Muti, director. Ludwig van Beethoven: Concierto para piano y orquesta nº 5, “Emperador”. Igor Stravinsky: Le Baiser de La Fée, divertimento para orquesta. Ottorino Respighi: Pini di Roma.
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Bien sabido es que los filarmónicos de Viena consideran desde hace, en este mes de enero, justo 160 años desde su inicio bajo la batuta de Carl Eckter, a sus Abonnementkonzert, que tienen lugar en la Gran Sala del Musikverein, como algo muy suyo – tanto como el Concierto de Año Nuevo -- y que controlan sin interferencias de terceros. A estos conciertos de abono tradicionales, que suelen ser una serie de 10 por partida doble por temporada, la orquesta añadió las Soiréen—como tercer concierto con el mismo programa y director que los de abono—a partir de octubre de 1999 (la primera la dirigió Pierre Boulez; estás son menos: unas 6 o 7 por temporada). Los directores de estos conciertos son, sin duda alguna, la crème de la crème del selecto grupo de grandes batutas de cada época. La primera Soirée que dirigió Ricardo Muti fue en abril de 2000—mientras que el primero de los de abono fue en 1975—y desde entonces, rara es la temporada que no se pone al frente de la Filarmónica de Viena en tan prestigiosos conciertos.

Esta temporada 2019/2020 Muti fue el encargado de dirigir los dos conciertos de abono de la quinta serie y la tercera Soirée que es la que se reseña en estas líneas.

El Maestro italiano se ha autoproclamado el campeón y embajador por excelencia de la música italiana, tanto la lírica como la sinfónica. Libre de compromisos artísticos y administrativos con los grandes teatros de ópera italianos tras su guerra con los directores artísticos y, sobre todo, con los registas à la mode -desde 2005 ha dejado la dirección de la ópera (excepto en el Festival de Salzburgo y algún montaje en el San Carlo si su hija Chiara es la regista)- y está dedicándose a difundir y promover la música italiana mediante dos instituciones creadas por él: la Orchestra Giovanile Luigi Cherubini (fundada en 2004) y la Academia de ópera italiana Riccardo Muti (fundada en 2005), ambas en Italia, y la inclusión en sus conciertos con la Orquesta Sinfónica de Chicago y la Filarmónica de Viena de obras poco conocidas del sinfonismo italiano.

Además de obras orquestales y religiosas de Cimarosa (principalmente, fragmentos extraídos de Il ritorno di Don Calandrino), Cherubini, Pergolesi y sobre todo, las de los compositores de la Escuela Napolitana de Alessandro Scarlatti, Muti tiene una pasión especial por los compositores italianos de finales del siglo XIX y principios del XX, como Martucci, su discípulo Respighi, Sgambati, Busoni etc., que intentaron llevar a Italia de vuelta a la tradición orquestal europea. Precisamente, el director napolitano eligió una obra de Ottorino Respighi, Pini di Roma para concluir el programa de la 3ª Soirée de la temporada en curso de la Wiener Philharmoniker.

Sostiene Muti que se trata de una composición muy subestimada, pese a que directores de la talla de Toscanini, Stokowski, Reiner, Celebidache, Ormandy, Karajan y Maazel, todos ellos, en mayor o menor medida, hedonistas se la suntuosidad sonora de las grandes orquestas, la interpretaron con cierta frecuencia y dejaron interpretaciones que son ya leyenda del sonido grabado.

A pesar de que se trata de una partitura que la Filarmónica de Viena no suele tener en los atriles, es difícil interpretarla igual o mejor. Tanto en los delicados y afiligranados juegos instrumentales camerísticos como en los tutti en fortísimo, la famosa Sala Dorada vienesa se inundó de sonidos que podríamos caracterizar con la metáfora “de tecnicolor de Visconti y cinemascope de Kubrick”. El clímax de belleza y colorido se alcanzó en “Los pinos de la via Appia”, cuyo final resultó una orgía de sonido que pocas veces es dado escuchar a los oyentes en una sala sinfónica. Cierto que el milagro que deja estupefacto y embriagado al espectador se debe en gran parte a la conjunción entre el director, la orquesta y su sala por antonomasia, la del Musikverein de Viena. Los minutos finales, con las notas graves (el pedal del órgano y la poderosa sonoridad de los contrabajos de la Filarmónica, ubicados en su lugar tradicional, esto es, en el escenario, en una fila detrás de los metales), vibrando y expandiéndose por el suelo, las butacas y las paredes de la sala-se podían sentir en el cuerpo-; con el brillo y esplendor de los metales (diez de ellos situados en los laterales traseros del parterre) tocados con gran intensidad pero con total trasparencia y claridad de planos estereofónicos, esos pocos minutos finales, repito, fueron inolvidables para los que tuvimos la fortuna de estar presentes esa tarde en el Musikverein (Respighi quería que el suelo temblara bajo las pisadas del ejército consular desfilando por la via Apia hacia la Colina Capitolina).

El programa se inició con una gran interpretación del Emperador de Beethoven, con Rudolf Buchbinder como solista. Extraordinario, ya desde el arranque, el Allegro inicial, con la gloriosa Wiener Philharmoniker desplegándose con elegante precisión y firmeza y con el pianista lleno de intensidad, claridad y virtuosismo, alternando tensión y relajación, con tempi vivos contrastando con delicado y reposado lirismo cantabile. En el segundo movimiento se pudo disfrutar de un pianismo echte Wiener de Buchbinder sustentado por el nervio dramático lleno de italianitá mozartiana de Muti. Ambos artistas captaron con la complicidad de la Wiener Philharmoniker, el carácter ensoñador de este bellísimo Adagio. La forma en que Buchbinder y Muti enlazan, tras la coda, con el tema principal del tercer movimiento, con un ritardando muy expresivo de ambos, es sencillamente magistral. Dicho movimiento, que es un típico Rondo italiano fue la ocasión más propicia para apreciar la bella fusión entre la danzabile música vienesa y la cantabile italiana, algo en lo que Mozart fue un maestro único.

Una acotación marginal para los discófilos que conozcan la grabación de este mismo concierto de Rudolf Buchbinder, como pianista y director, y la Filarmónica de Viena. Baste un simple juicio: Buchbinder, como pianista, sí; como director de orquesta, no.

Entre medias pudimos escuchar una obra poco interpretada de Stravinsky pero que en la versión de Muti y la Filarmónica de Viena fue excelente y muy idiomática: Le Baiser de la Fée, divertimento para orquesta, que fue mismamente muy divertida y de una gran alegría intrascendentemente feérica.

Cuando se escribe esta reseña, se ha conocido que Riccardo Muti dirigirá el próximo Concierto de Año Nuevo, lo que muestra la larga, intensa y fructífera relación entre la orquesta vienesa y el director napolitano, algo que nos puede recordar los tiempos de Leopoldo II de Austria y Domenico Cimarosa.

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