Alemania
La flauta mágica y la guerra de las galaxias
Juan Carlos Tellechea

¡Lo que no habría disfrutado Wolfgang Amadé Mozart con esta moderna puesta en escena de La flauta mágica de Kobie van Rensburg y dirección musical de Diego Martín-Etxebarría en el Theater Mönchengladbach!
Con ese buen humor que lo caracterizaba y con esa actitud positiva ante la vida de que hacía gala pese a todas las adversidades, Mozart, casi con toda seguridad, le hubiera agregado, en medio de tanta diversión, alguno que otro golpe cómico genial a este trabajo de van Rensburg que se sirve de elementos técnicos y digitales casi hasta la exageración.
La flauta mágica, estrenada por el mismo Mozart aquel memorable 30 de septiembre de 1791 en el Theater an der Wien, es una ópera tan mágica, tan seductora y misteriosa que es posible adaptarla a innumerables nuevas situaciones. Van Rensburg la ambienta en otro planeta, tal vez no muy lejano de la Tierra.
Musical y vocalmente impecable, la producción se ha convertido en el mayor éxito de la temporada 2019/2020 de la Comunidad de teatros de Krefeld y Mönchengladbach (Baja Renania) con entradas agotadas desde hace meses. Cada función tiene lugar con lleno total en sus dos salas.
Van Rensburg (Johannesburg, 1969) toma La flauta mágica como un gran cuento de hadas, como siempre lo fue, sin darle a las palabras la categoría de un discurso serio. Pero, si bien de forma subyacente sigue la fabulosa tradición romántica de los hermanos Wilhelm y Jacob Grimm, así como de Wilhelm Hauff, lo hace aquí más con una visión actual, impregnada por Star Wars, ET, Harry Potter y Capitán Futuro, de donde el regista toma prestados a sus personajes.
Para los amantes del género, la puesta es un divertido juego en el que se trata de reconocer esas figuras. Para los demás, una revelación de la universalidad de Mozart y de la vigencia de su música, porque en materia de contenido no hay nada que cambiar; absolutamente nada. En La flauta mágica de van Rensburg el círculo séptuple del sol es el que está en cuestión y sugiere la reinterpretación en un cuento de hadas intergaláctico. Lo esotérico del asunto sigue teniendo mucho que ver con la simbología de la masonería a la que tanto Mozart como su libretista Emanuel Schikaneder rendían homenaje en su versión original. Los jeroglíficos y los sacerdotes egipcios son también una concesión al origen de esas hermandades de constructores de pirámides, grandes templos sagrados oraculares y catedrales que les precedieron.
El entretenimiento está ciento por ciento garantizado y el efecto es excelente. Los atronadores aplausos y aclamaciones de pie del público durante 20 minutos al término de la función son un testimonio de la acertada concepción de van Rensburg (escenificación, vídeos, escenografía, junto con Steven Koop, y vestuario).
Van Rensburg trabaja con el método del croma azul, por el cual los diversos planos de los protagonistas son captados con tres minicámaras de alta resolución instaladas sobre trípodes en el escenario con un fondo de color cielo. Las imágenes se colocan en un paisaje previamente filmado o dibujado (en el presente caso un claro en un bosque encantado) usando una computadora.
La actuación en la mitad inferior de la imagen muestra a los actores con disfraces, pero en gran parte sin accesorios, mientras que sus imágenes están montadas en una pantalla grande en mundos de fantasía con dragones voladores y, sobre todo, muchas naves espaciales.
La técnica de la pantalla azul es tan antigua como el cine y me vienen a la memoría, salvando distancias, argumentos y desarollos técnológicos, por supuesto, las espectaculares realizaciones de Cecil B. DeMille, de William Wyler y hasta de Alfred Hitchcock sobre las gigantescas pantallas de Cinemascope.
Esta técnica crea un contraste muy atractivo, porque el mundo animado de la pantalla superior se rompe al hacer que la tecnología sea visible a continuación. Vista así La flauta mágica es, por lo tanto, un teatro de ilusiones que no niega en ningún momento su género. Algunas de las escenas podrían haberse imaginado con mayor efectividad, en especial las actuaciones en primerísimo plano de La Reina de la Noche que aquí casi caen en el ámbito de la parodia.
Mas, la mayoría de las escenas están muy bien logradas y tienen gran éxito, aunque el proceso, lógicamente, se va agotando; tanta técnica termina por hartar un poco, y se queda en lo superficial; falta la profundidad que solo el verdadero teatro, con su fascinación y sin demasiados fuegos de artificio, es capaz de dar. No es necesariamente una ventaja que Van Rensburg reproduzca mucho texto hablado; algunas líneas podrían ser apropiadas, pero no todas. Aplausos, y merecidos, asimismo para los trabajadores técnicos que hicieron posible el fucionamiento sin fallos de este sistema.
Diego Martin-Etxebarria (Bilbao, 1979, criado en Amurrio, Álava, por más señas), al frente de la orquesta Niederrheinische Sinfoniker, logra una magistral y equilibrada interpretación de la música de Mozart, cuidando mucho de no subir el volumen durante las arias y los momentos más calmos sobre el escenario. La coordinación entre los cantantes y los músicos (desde el foso) es perfecta; se impulsan mutuamente sin pausa durante las casi tres horas de actuación. Dicho sea al margen, a Martín-Etxebarría tendremos ocasión de verlo nuevamente el 15 de marzo cuando estrene en el Teatro de Krefeld esta vez una nueva producción de Rusalka, la ópera de mayor éxito de Antonín Dvořák, con régie de Ansgar Weigner. Será el último estreno que dirija Martín-Etxebarría en Baja Renania, porque parte para el Teatro de Chemnitz (Sajonia), donde asumirá el puesto de primer Konzertmeister y tendrá a su cargo el estreno de El rapto del Serallo, de Mozart, el 8 de mayo próximo. ¡Allí estaremos!
El coro de la Comunidad de teatros de Krefeld y Mönchengladbach, preparado por Michael Preiser, canta con gran exactitud y belleza.
El Sarastro del bajo Matthias Wippich es muy claro, diferenciado e impone al público con su gran presencia escénica. El Papageno de Rafael Bruck histriónica y líricamente perfecto se gana a la platea con su natural gestualidad y buen humor. No menos simpática es la deliciosa Papagena de Gabriele Kuhn, un encanto. La Reina de la noche de Judith Spiesser suena excelentemente bien, con esas infames coloraturas que resuelve con extrema precisión. La Pamina de Sophie Witte es por demás excelente, tanto en las partes líricas como en los diálogos en prosa.
En fin, todo el elenco hace sus diferentes papeles a la perfección. El joven coreano Woongyi Lee (integrante del Opernstudio Niederrhein que promueve nuevos talentos) nos entrega con precioso registro un Tamino excelente, aunque todavía tiene que pulir su dicción en alemán, sobre todo en los diálogos hablados. Alexander Kalina le presta al orador el gran tono adecuado; los dos sacerdotes de James Park y Frank Rammelmüller están sólidamente instalados en sus respectivos roles; y las tres damas de Maya Blaustein, Susanne Seefing y Boshana Milkov (también del Opernstudio Niederrhein) armonizan muy bien con los hermosos y fascinantes niños cantores, Marie Lina Hanke, Claudia Sandig y Luzia Ostermann.
Como todos los cuentos de hadas, este también tiene un final feliz (Ende gut, alles gut). Quiera el gran poder, el arquitecto del universo, estar con vosotros. Quiera Mozart, estar con vosotros (Möge Mozart mit euch zu sein), invocan los titulares sobre la pantalla que ponen término a la función en medio de un irrefrenable alud de aplausos y exclamaciones de aprobación de toda índole desde la sala, colmada a tope de espectadores.
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