Ópera y Teatro musical

El punto de vista

Enrique Sacau
miércoles, 20 de mayo de 2020
La Bohème según Claus Guth © 2017 by Opéra Bastille La Bohème según Claus Guth © 2017 by Opéra Bastille
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La producción de La Bohème que Claus Guth hizo para Paris en 2017, que vi el sábado en televisión,  me hizo pensar en el punto de vista del director escénico cuando se saca la ópera del contexto temporal. Esta producción sucede en el espacio: todo pasa por los ojos de Rodolfo, un astronauta sobre el que se cierne la muerte por frío e hipoxia en una nave espacial averiada. Se imagina a Mimì, se imagina el Café Momus, se lo imagina todo. Confieso que al principio tardé en meterme en la pomada, mientras me preguntaba en qué modo esta producción me hacía ver Bohème de forma distinta. Pero acabé entrando.

Mi ángulo, o mi ventana de entrada (diría Larry Kramer: mi “ventana hermenéutica”) fue que, al recordar Rodolfo la muerte de Mimí como la muerte de su propia inocencia, me llevó directamente al fallecimiento de mi abuelo. Crecí sin padre y mi abuelo y tocayo fue muy importante. Murió cuando yo tenía 25 años y fue la primera muerte que me importó y, suerte que he tenido, hasta el momento la última. Perdí la inocencia ese año: la muerte sucede a otros, no a mi, podía pensar hasta entonces. Ahora todas las muertes me recuerdan a la suya. Pero las muertes ajenas siempre son, naturalmente, oportunidades de pensar en la propia: asistir a un entierro y ver un cuerpo en una caja nos recuerda, inapelable (o “impitoyable”, que diría Carmen) que estaremos nosotros también encajados, antes o después. Así fue que acabé fascinado con esta producción y decepcionado de que en el acto cuarto Guth arranque por un camino que me resultó distinto y me hizo perder el hilo.

Una cosa lleva a la otra, y recordé el sábado otra muerte operística que presencié en la producción de Rosenkavalier que hizo Robert Carsen. La vi en Covent Garden al tiempo que leía simultáneamente Clarissa de Stefan Zweig y To hell and back*, la historia de Europa entre 1914 y 1945 que escribió Ian Kershaw (2015). Tanto el ensayo como la ficción narran la ruina moral y muerte sucesiva del Imperio Austro-Húngaro, su papanatiamo beligerante y su pasión por la jerarquía y la autoridad.

Carsen situó la acción en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial y nos presentó a Faninal como un tratante de armas. Hay soldados por todas partes, que se mueven en perfecta y absurda formación. Sentado en el teatro pensé en el padre de Clarissa de la novela, con su fé ciega en el emperador, y pensé en los Absburgo de la historia, en su miopía letal. Este Rosenkavalier, más allá de las tribulaciones amorosas del trío protagonista, me hizo pensar en los 40 millones de víctimas de la Primera Guerra Mundial y la naturaleza del poder.

El sábado me fui a dormir esperanzado de pensar que, si no soy vago y me entumezco intelectual y emocionalmente, estas ventanas por las que entrar en las óperas, los libros, los cuadros, y las películas, van a seguir apareciendo y van a ser nuevas. Que esas mismas producciones van a significar algo distinto. Que no voy al teatro, en fin, para descifrar a Guth ni a Carsen, sino para descifrarme a mí mismo.

Notas

Ian Kershaw, "To Hell and Back: Europe, 1914-1949", London: Penguin Random House, 2015, 592 pp. ISBN 978-0670024582. "Descenso a los infiernos: Europa 1914-1949", traducción española de Joan Rabasseda y Teofilo de Loyola, Madrid: Editorial Crítica, 2016, 792 pp. ISBN 978-8498929478

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