Alemania
Fazil Say, un pianista contestatario
Juan Carlos Tellechea
Pese a sus notorias diferencias de temperamento, la orquesta Academy of St Martin in the Fields, que está cumpliendo 62 años en la presente temporada, y el pianista Fazil Say mantienen entre si una muy estrecha comunicación, como lo han vuelto a demostrar en este maravilloso concierto del ciclo Faszination Klassik, magníficamente organizado por Heinersdorff Konzerte, Klassik für Düsseldorf, en la gran sala auditorio de la Tonhalle de esta ciudad a orillas del Rin.
Para el enérgico, espontáneo e inconformista Say, un conocido contestario que acaba de cumplir 50 años (el pasado 14 de enero), expresarse como compositor es tan importante como tocar el piano, y lo hace con una convicción que imbuye por partida doble a su entorno. Tanto a los disciplinados músicos de la Academy of St Martin in the Fields, dirigidos con gran precisión por Tomo Keller, su primer violinista, como a la atenta audiencia. Con todos ellos mantiene el solista un dialogo muy íntimo, intenso y sincero, y en consecuencia logra que el público se compenetre hondamente con la interpretación.
Cuando tiene una mano libre en el Concierto para piano número 12 en la mayor de Mozart, Fazil Say nos invita a admirar al genio de Salzburgo. Pareciera hablarle a ese joven de 26 años que escribiera la pieza aquel otoño de 1782 y persuadirlo para que vuelva a expresar a los espectadores todo lo que siente. Al mismo tiempo, mira a la platea como diciéndole: ¡¿Lo ven, lo ven...no es maravilloso?!
Aunque Say ya tiene bastante rutina, siempre consigue recrear esa sana atmósfera de ingenua alegría que infundía Mozart con su música, como si estuviera descubriendo su belleza natural por primera vez. Así es como traslada ipso facto esta emoción a la sala. Ejecuta el concierto con esa alegría infantil que siente todo adulto cuando de pronto se encuentra en una gran juguetería y disfruta de todas las maravillas que allí se le ofrecen. A no dudarlo, Wolfgang Amadé Mozart es el genio universal del milenio, cuya obra representa a la humanidad entera.
Como compositor, Fazil Say está profundamente arraigado en la música tradicional de su tierra, al igual que un creador de jazz en la suya. El pianista se siente sumamente atraído por atravesar constantemente fronteras y, como pocos contemporáneos, llega a desarrollar puntualizaciones sensuales, rítmicamente poderosas y, por lo tanto, inmediatamente atractivas para la curiosidad de los oyentes. Así, en el primer movimiento (White Dove, Black Clouds) de su Concierto para piano número 2 (Silk Road) los traspone a otro universo con su piano preparado.
La Ruta de la Seda, una especie de poema sinfónico con medios folclóricos, compuesto por Say en 1994 cuando estudiaba en Berlín, describe el trayecto desde el canto meditativo del Tíbet, a través del sonido del sitar del norte de la India y el idílico paisaje pastoril de la Mesopotamia hasta llegar a las nostálgicas canciones populares de la Anatolia. Un grupo de instrumentos de cuerda tocados con gran energía y un gong son suficientes para acompañarnos en ese largo periplo sonoro.
El piano se desdobla en múltiples personalidades, tras ser adaptado con un escantillón metálico, clavos y grueso cartón. Así logra el compositor y ejecutante convertirse sucesivamente en solista de piano (con acordes disonantes, sonora fuerza de pedales y flageolets), percusionista, intérprete de sitar e incluso imitar la flauta de un pastor cuando toca suavemente las cuerdas metálicas con las yemas de los dedos.
Hasta los súbitos silencios alcanzan una vibración que deja sin aliento al espectador. La fascinación es completa...¡genial!!! Las ovaciones no se hicieron esperar y fueron atronadoras, durante largos y largos minutos; el público se puso de pie para aclamar a Fazil Say.
El concierto había comenzado con Little Music una pieza de 12 minutos compuesta en 1946 por Michael Tippett, muy tierna, apolínea (Prelude), con suaves fugas (Fugue), agilidad (Air) y alegres movimientos exteriores (Finale).
Con su característico sonido de cuerdas, la Academy of St Martin in the Fields brinda aquí una composición ideal que trasunta el ferviente anhelo de paz, de un mundo mejor, después de la destrucción causada por doquier durante la Segunda Guerra Mundial (1939 - 1945), y que deja a la sala con un gustillo a saborear más de este bella música.
El Divertimento para orquesta de cuerdas (1939) de Béla Bartók, al cierre del recital, es una composición completamente diferente, escrita en la idílica Suiza poco antes de la emigración del compositor a Estados Unidos. El folclore húngaro, e incluso gitano, queda atrapado aquí en el vórtice de las más trágicas premoniciones.
En el tercer movimiento (Allegro assai – Più mosso – vivacissimo), la orquesta alcanza una intensidad introspectiva máxima, una participación emocional que supuestamente interesaría menos a los británicos y más a los centroeuropeos, y que, sin embargo, tras el Brexit, podría señalizar el futuro de este colectivo inglés tan tradicional y de tanta tradición si se lo propusiera y lo encarara con decisión y coraje. A los bises, y enmarcado por atronadoras ovaciones, un fragmento del Playful pizzicato de la Simple Symphony (1934) para orquesta de cuerdas de Benjamin Britten (1913 - 1976).
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