España - Andalucía

Entrañable velada familiar

José-Luis López López
jueves, 27 de febrero de 2020
Carlos Álvarez © 2020 by Lyric Art Carlos Álvarez © 2020 by Lyric Art
Sevilla, viernes, 14 de febrero de 2020. Teatro de la Maestranza. Recital lírico. Carlos Álvarez, barítono; Berna Perles, soprano; Rubén Fernández Aguirre, piano. Programa: Miquel Ortega, Romance de la luna, luna; Memento; y Canción del jinete (F. García Lorca). Joaquín Turina, Tres poemas, op. 81: Olas gigantes, Tu pupila es azul, y Besa el aura (G. A. Bécquer). Miquel Ortega, Amor oculto (Manuel del Palacio), Canción del mariquita (F. García Lorca), y Mi corazón no puede con la carga (M. Hernández). Joaquín Turina, De Poema en forma de canciones, op. 19: Nunca olvida, Los dos miedos, y Cantares (R. de Campoamor). Camille Saint-Saëns, El desdichado (dúo de origen anónimo). Federico Moreno Torroba: ‘En mi tierra extremeña’, dúo de Luisa Fernanda y Vidal de ‘Luisa Fernanda’. Francisco Alonso: ‘Agua que río abajo marchó’, romanza de Rafael de ‘La Calesera’. Ruperto Chapí: Por qué de mis ojos, dúo de Mari Pepa y Felipe  de ‘La Revoltosa’. Pablo Sorozábal: ‘Que sepa to er mundo’, romanza de Reyes  de ‘Entre Sevilla y Triana’. Reveriano Soutullo y Juan Vert: ‘Ten pena de mis dolores’, dúo de Aurora y Germán de ‘La del soto del parral’
0,0004588

No nos cabe duda de que el centro y origen de este recital tiene nombre propio: Carlos Álvarez Rodríguez (Málaga, 1966). El gran barítono, en la primera línea de la lírica española y mundial, sufrió un obligado alejamiento durante casi cuatro años de los escenarios, por culpa de una displasia en una cuerda vocal, diagnosticada en 2008, que le hizo pasar por el quirófano varias veces. Afortunadamente, se ha recuperado (tal como lo escuchamos, parece que perfectamente). Su dolencia (la displasia, sin llegar a ser considerada un cáncer, tiene una sintomatología semejante) no se debió al abuso de un repertorio inadecuado para sus posibilidades ni a un mal empleo de la técnica vocal: simplemente, es una lesión que puede aparecer en cualquier persona, aunque en un cantante es mucho más llamativa, pues afecta a su actividad esencial. Él mismo ha confesado posteriormente que, en ese período, pensó que nunca volvería a cantar (aunque también ha declarado, ya repuesto, que esa etapa de descanso forzado “me ha hecho reflexionar”). El caso es que “regresó”, en mayo de 2011, al Teatro Arriaga de Bilbao (con muchísimas precauciones; aunque siempre ha sido muy cauto en ese aspecto -no podemos dejar de recordar aquí el exquisito cuidado que puso siempre en la elección de todos sus papeles el inmenso tenor Alfredo Kraus- ahora, lógicamente, reduplica su atención en ese sentido).

Carlos Álvarez, además de confesarse “socialdemócrata convencido”, es y ha sido siempre una persona de carácter amigable y generoso. Ha vuelto a un amplio repertorio operístico (también de zarzuela, aunque menos de lo que desearían sus seguidores), e, incluso (aunque no se considera un “liederista”) cultiva la canción de concierto y hasta, si se tercia, la copla popular. Pero su generosidad y sentido de la amistad, que siempre han existido, se han acrecentado tras la dura experiencia sufrida. Y esto se refleja nítidamente en el presente recital. En primer lugar, con relación a sus dos acompañantes en el escenario: la soprano Berna Perles y el pianista Rubén Fernández Aguirre.

La joven Berna, también malagueña, es, ya, mucho más que una promesa de la lírica en España, Europa e Hispanoamérica. Desde que ganó, en 2016, el prestigioso Certamen de Nuevas Voces de Sevilla (en el que también han triunfado Leonor Bonilla, Natalia Labourdette, Megan Barrera…), su progresión ha sido constante. Pese a su juventud, madre de dos pequeñuelos, niña y niño, su voz esplendida, de registro homogéneo y temperamental (aunque debe mejorar la inteligibilidad de su zona aguda), ha llamado la atención de C. Álvarez, que se ha convertido en uno de sus mejores valedores.

En cuanto a Fernández Aguirre (Baracaldo, 1974) también padre de dos hijos, vasco universal (“el nacionalismo separa; la música une”), tiene una cualidad artística que no se aprecia suficientemente, sobre todo en nuestro país: es, no pianista solista, sino, inequívocamente, con vocación plena, pianista acompañante. Es decir, de la “estirpe” de Gerald Moore, Geoffrey Parsson, Helmut Deutsch y Graham Johnson, o, en España, Félix Lavilla y Miguel Zanetti. Sobre él se ha escrito: “Si a Fernández Aguirre se le compara con el inmenso Miguel Zanetti es porque su piano respeta, guía y cuida al cantante, sí, pero, al mismo tiempo, no deja de crear, en comunión perfecta con el canto”. Él mismo lo manifiesta: “soy un pianista enamorado de la voz”. Y Mariola Cantarero afirma siempre que Rubén es el pianista más “cantante” que conoce. Para conseguir cumplir con sus más profundos deseos, se marchó, aun contra las presiones de los que lo empujaban a ser un gran “pianista” como los “de toda la vida”, a Viena (con David Lutz) y Múnich (con Donald Sulzen), que le garantizaban su formación como pianista acompañante. Lo que si siguió fielmente fue el sabio consejo de Lavilla: que trabajase con muchos cantantes distintos porque “enriquece mucho tener que adaptarse a cada uno”. Y ha acompañado a más de un centenar. Por citar solo a algunos muy cercanos, Ainhoa Arteta, María Bayo, José Bros, Mariola Cantarero, Nancy Fabiola Herrera, María José Montiel, Ismael Jordi…, y, naturalmente, Carlos Álvarez, con el que mantiene una antigua y honda complicidad, que lo ha hecho acompañarlo y “respirar” artísticamente con él en numerosas ocasiones.

He aquí el “triángulo” de amistades en el que se basa este recital: Carlos, Berna, Rubén. Pero, realmente, se trata de una figura geométrica incompleta, porque sólo incluye a los protagonistas presentes físicamente en el escenario. Falta un cuarto personaje, igualmente imprescindible, para completar el “cuadrado mágico”: está también en el recital, aunque no física, sino “espiritualmente”, porque su música suena en seis de las canciones de la primera parte, Miquel Ortega i Soler (Barcelona, 1963), compositor y director de orquesta (especialmente apreciado en el campo operístico). Solo tres años mayor que Álvarez, es, igualmente, otro “amigo del alma” del barítono, que lo considera su “compositor de cámara”. Tanto es así que Ortega, que además es un enamorado de la obra de Federico García Lorca (ha escrito en 2007 una ópera, La casa de Bernarda Alba), reside, no sabemos si habitualmente, pero sí con frecuencia, en Málaga.

Y, con estos mimbres, tenemos ya explicada la “trama” del recital, al menos en la primera parte. En ella, aparece otro compositor, Joaquín Turina (además del “invitado” Camille Saint-Saëns, con una canción en castellano; aunque hay también una versión francesa del mismo), y cinco poetas, todos españoles (F. García Lorca, G. A. Bécquer, el poco conocido Manuel del Palacio, M. Hernández y R. de Campoamor). De casi ninguno es necesario contar la biografía.

Solo daremos unas breves indicaciones para los dos nombres menos frecuentados por los lectores: Miquel Ortega, como compositor, sigue la “estela” musical de J. Turina y M. de Falla (aunque “coetáneo” nuestro, no es un “contemporáneo” propiamente dicho, en el sentido de “innovador” o “vanguardista”, ni siquiera levemente; tiene, eso sí, facilidad para la melodía y se inserta plenamente en la tonalidad; pero nos tememos que, en el plano compositivo, no va a entrar en la gran Historia de la música española). En cuanto a Manuel del Palacio y Simó (Lérida -entonces se escribía así-1831 - Madrid, 1906), hoy prácticamente olvidado, tuvo notoriedad en su tiempo, como periodista y poeta satírico, aunque escribió alguna poesía seria, por ejemplo, el soneto Amor oculto, musicado -ignoramos qué méritos especiales vio en ese poema- por Miquel Ortega.

La primera parte del recital (y, como veremos, la segunda, y también las “propinas”) siguió una estructura simétrica y sencilla en su desarrollo: Álvarez, tres canciones; Perles, otras tres; de nuevo tres Carlos; y tres más Berna; para concluir con el dúo de ambos en la canción de Saint-Saëns. Siempre con Fernández Aguirre al piano como perfecto acompañante.

Carlos estuvo espléndido en sus dos “entregas” con música de Ortega: una exhibición de emoción, técnica y vocalización. En la primera tríada, Lorca: Romance de la luna, luna, nº 1 de Romancero gitano; Memento, “Viñetas flamencas” nº 6 de Poema del cante jondo; Canción del jinete, “Andaluzas” nº 5 de Canciones (el genial poeta escribió dos poemas con el mismo título -y con el mismo tema-, pero en dos momentos temporales distintos: esta, que comienza con “Córdoba lejana y sola”; y otra, la “Andaluza nº 1”, cuyo estribillo repite, tres veces, “Caballito negro. / ¿Dónde llevas tu jinete muerto?”, musicalizada y cantada por Paco Ibáñez en un doble CD grabado directamente en el Olympia de París: o sea, antes -la nº 5- y después -la nº 1- de la muerte del jinete). Su segunda entrega constó del soneto ya aludido de Manuel del Palacio; de la graciosa Canción del mariquita, “Juegos” nº 6 de Canciones de García Lorca; y del soneto Mi corazón no puede con la carga de M. Hernández, nº 13 de El rayo que no cesa.

A Berna Perles le correspondieron dos “ternas” con música de J. Turina. Aparte de que no son las piezas más brillantes del compositor sevillano, defendió adecuadamente, con un registro introspectivo, los Tres poemas Op. 81 (sobre tres de las Rimas de Bécquer: la LII, Olas gigantes; la XIII, Tu pupila es azul; y la IX, Besa el aura); y muy entusiasta, aunque menos brillantemente, las tres piezas extraídas de Poemas en forma de canciones Op. 19 (sobre versos de R. de Campoamor: Nunca olvida, Dolora XXIV; Los dos miedos; y Cantares).

Concluyó la primera parte con el dúo El desdichado, de Saint-Saëns, no demasiado interesante, en el que de nuevo pudimos comprobar la maestría de Álvarez, apoyando y resaltando la parte de Berna Perles (como “curiosidad” histórica, diremos que esta especie de bolero, de origen popular anónimo, lo escribió el compositor francés, para mezzo y soprano, en 1871, y lo dedicó a Marianne y Claudie Viardot, hijas de Pauline y nietas de Manuel García).

Tras el intermedio, cumplidos los afectuosos afanes de Álvarez (promocionar la música de su gran amigo Miquel Ortega, impulsar aún más la carrera de Berna Perles, y propiciar un programa netamente español), que agradaron al público, aunque no con enorme entusiasmo, la segunda parte tuvo una dimensión mucho más tradicional: dúos y romanzas de conocidas zarzuelas. Se repitió la distribución equitativa entre Carlos y Berna, del siguiente modo: dúo-romanza de barítono-dúo-romanza de soprano-dúo. Bien como solistas, bien en diálogo, ambos pudieron lucirse aquí en la doble faceta de cantantes y de actores, que, aunque a veces produjo ciertas disfunciones (sobre todo respecto al equilibrio canoro de los volúmenes y las alturas), fue, en general, bien resuelta, y magníficamente recibida por los espectadores (a ello ayudaron, claro está, los números musicales elegidos). No debemos olvidar, aunque nos repitamos, la excelente labor de Fernández Aguirre (como en todo el recital): habitualmente, dúos y romanzas se interpretan con orquesta; pero aquí el pianista se hizo cargo, con la mayor solvencia, del acompañamiento instrumental, que fue, no solo suficiente, sino sobrado.

Con la tónica general que hemos señalado, se sucedieron las intervenciones vocal-actorales: dúo de Luisa Fernanda y Vidal “En mi tierra extremeña”, de Luisa Fernanda; romanza de Rafael “Agua que río abajo marchó”, de La Calesera; dúo de Felipe y Mari Pepa “¿Por qué de mis ojos los tuyos retiras?”, de La Revoltosa; romanza de Reyes “Que sepa tó er mundo”, de Entre Sevilla y Triana; y dúo de Aurora y Germán “Ten pena de mis dolores”, de La del soto del parral.

Con eso concluyó el programa anunciado. Pero los espectadores querían más, y, obviamente, los artistas tenían ganas de complacer. Por eso, tras la consabida ceremonia de los abundantes aplausos, llegaron las “propinas” (como sabemos, nunca improvisadas; siempre se preparan, aunque no se anuncien en las notas). Y aquí se produjo una nueva “vuelta de tuerca”: con el mismo formato, y un Fernández Aguirre que dio el “do de pecho” al piano, ni más ni menos que dos coplas. De las de siempre, de las atesoradas en la memoria colectiva. Berna, con un mantón que depositó amorosamente sobre sus hombros Álvarez, acometió uno de los iconos de la canción popular: Y sin embargo te quiero de la inolvidable trinidad artística Quintero, León y Quiroga. En verdad, fue el máximo momento de gloria de la malagueña, que emuló la mejor escuela de las y los cantantes de coplas, antiguos y modernos, con una seriedad, dignidad y naturalidad portentosas, que enloquecieron, ahora sí, a los asistentes… Y, para no quedarse atrás, la siguió y confirmó un Carlos Álvarez en plenitud de recursos y facultades con Ojos verdes de Quiroga, León y Valverde… Finalmente, llegó la amorosa despedida: de regreso a la zarzuela, el dúo de Paloma y Lamparilla “Una mujer que quiere”, de El barberillo de Lavapiés. Como decimos en el título, una entrañable velada familiar. Un canto al amor y a la amistad, sencillo (en el mejor sentido) y feliz.

Comentarios
Para escribir un comentario debes identificarte o registrarte.