España - Andalucía
La ROSS, a la espera
José-Luis López López
Para quienes no tienen información exacta al respecto, diremos, brevemente, que en el edificio del Teatro de la Maestranza “cohabitan” dos estructuras administrativas diferentes: el ‘Teatro’ (oficialmente, 'Consorcio'), y la 'Orquesta', 'Sinfónica' (o Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, ROSS). El Teatro tiene, desde principios de 2019, Director General (equivalente a Gerente); la ROSS, en estos momentos, carece de Gerente, y, con la rescisión del contrato de John Axelrod, a finales de la presente temporada, se quedará también sin director musical, necesario para programar la Temporada de Conciertos 2020-2021. Está convocado, con urgencia, el concurso para esta Gerencia (que, a su vez, habrá de proponer al nuevo director musical, tras las oportunas consultas). Así estamos: el público, pero, sobre todo, los profesores de la Orquesta, que, en esta situación, deben seguir haciendo su trabajo.
Y lo hacen admirablemente, desde su primer concierto en enero de 1991. El “padre” de su alta calidad, sostenida durante treinta años, es, sin ninguna duda, su primer director musical: el maestro croata Vjekoslav Šutej (fallecido en 2009), que permaneció al frente de la misma hasta 1996. Con la fuerza y la energía que lo caracterizaban, dirigió la selección artística de los instrumentistas de la naciente Sinfónica, en unas pruebas que se celebraron en esta ciudad en agosto de 1990: de ellas resultó una formación de 103 profesores de 19 nacionalidades diferentes (que han llegado a superar la veintena), de los que muchos se han hecho ciudadanos españoles. Šutej, pues, es el auténtico diseñador de la Orquesta: la mayoría de los músicos continúan y, aunque ya hemos presenciado algunas jubilaciones, el grupo inicial es el 'núcleo' principal de la ROSS, al que se han agregado, en estos años, algunos otros miembros de similar valía.
Quienes intervinieron en este sexto concierto de Abono, entre 85 y 90, tuvieron que hacer frente a un programa -como todos los de la temporada 2019-2020, elaborado por Axelrod- con tres obras rusas y una israelita, dirigido por Benjamin Yusupov (1962), y con dos solistas: los jóvenes hermanos (gemelos) Daniel y Alexander Gurfinkel (1992), clarinetistas.
La obra más llamativa era Images of the Soul / Imágenes del alma, Concierto para dos clarinetes y orquesta, compuesta en 2010 por Yusupov (hoy también director, como hemos dicho), interpretada en segundo lugar, y estreno en España. Por muy premiado que esté el autor, esta extensa obra (30 minutos) en cuatro movimientos, anunciados -igual que el título- en inglés y castellano, tiene poco de innovadora. No es una partitura incorrecta para quienes se conformen con un trabajo aderezado sin mayor trascendencia, pero nada más. Lo más 'interesante' es el primer movimiento, llamado Echoic Ruminations / Rumias onomatopéyicas (sic: “rumia”, según el Diccionario de la Lengua Española es “acción y efecto de rumiar”), amenazante, obstinado, oscuro, con detalles teatrales (uno de los clarinetes empieza tocando fuera de escena, y entra en ella posteriormente). Pero hasta ahí llegó el -relativo- interés de la pieza. Los tres movimientos restantes (2, Murmullos y conmoción. 3, Quietud potente. 4, Exuberantes ritmos del alma) son una mezcla inconsistente, que oscila entre una fiesta klezmer, un adagio blandengue y un batiburrillo rítmico.
En resumen: mucho ruido y pocas nueces, con una alocada variedad rítmica y dinámica que, por lo menos, sirvió de diversión a la Orquesta. Dado que hay que reconocer que la ROSS no sabe tocar mal, le echen lo que le echen, la verdad es que ejecutó con toda solvencia estas Imágenes (lástima que no tuvieran delante una música de más enjundia y relevancia). Y también es cierto que se lucieron, a placer, los dos hermanos clarinetistas. Aunque en la “propina” que vino después, ellos mismos se encargaron de tirar piedras sobre su propio tejado, al tocar un interminable y tedioso popurrí (con resonancias variadas: judías, fílmicas, populares…) del musical, estrenado en Broadway en 1964, El violinista en el tejado de Jerry Bock.
Al inicio de la velada había sonado Una noche en el Monte Pelado de Musorgski, en la versión orquestal más habitual, la de Rimski-Korsakov, que la ROSS interpretó “sin despeinarse”, de modo más bien frío y bastante plano, pese a la energía que desplegó el menudo, saltarín y gesticulante director. No parece que se le pueda pedir mucho más a la Sinfónica en la situación en que se encuentra. Pero en la “bacanal de verbena” en que consistió la obra de Yusupov, con amplia y exuberante participación de todas las familias instrumentales, especialmente la percusión, y exageradas dinámicas, los profesores decidieron sacudirse el sopor y poner en juego todas sus habilidades. Y, como hemos señalado, llevaron a cabo una excelente interpretación, junto con los dos solistas, de una obra que, evidentemente, no se lo merecía.
Y, tras el intermedio, la Orquesta decidió, definitivamente, “presentar sus credenciales” con el Capricho italiano de Chaikovski, obra desprovista de pretensiones, aunque rica melódica y rítmicamente, escrita con la intención principal de agradar a los oyentes. Los profesores (que conocen la pieza de memoria) se la tomaron como un divertimento: para el público y para ellos. Disfrutaron y se exhibieron los diversos solistas. Como despedida, el Capricho español de Rimski-Korsakov, aproximadamente más o menos de lo mismo; corrió peor fortuna: los profesores daban la impresión de estar ya aburridos de tanta mediocridad, y se limitaron a una decorosa perfección; sólo destacó el concertino Paçalin Zef Pavaci. Y eso fue todo. La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla necesita un nuevo y buen director musical que la haga seguir avanzando; y lo necesita ya.
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