Artes visuales y exposiciones

... y la luz se hizo sobre el lienzo

Juan Carlos Tellechea
lunes, 23 de marzo de 2020
Monet. Orte © 2020 by Prestel Verlag Monet. Orte © 2020 by Prestel Verlag
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El Museo Barberini de Potsdam permanece cerrado al público hasta el 19 de abril por las medidas de prevención y lucha contra el coronavirus, pero su sobresaliente exposición con obras de Claude Monet (desde el 22 de febrero al 1 de junio) puede visitarse íntegramente y de forma virtual desde cualquier parte del mundo.

La muestra, titulada Monet. Orte [Monet. Lugares], la mayor dedicada en Alemania exclusivamente a este pintor y a todas sus fases creativas, reúne 130 de sus luminosos cuadros y se realiza en cooperación con el Denver Art Museum de Estados Unidos. El comisario de la exhibición Daniel Zamani y la pedagoga del Museo Barberini, Andrea Schmidt, guían a los visitantes en cada etapa de este viaje con el fundador del impresionismo.

El catálogo de casi 280 páginas y 266 ilustraciones con artículos, entre otros, de Angelica Daneo y Christoph Heinrich, conservadora jefe y director, respectivamente, del Denver Art Museumes, así como de Ortrud Westheider, directora del Museo Barberini, de Michael Philipp, conservador principal de esta institución, y del mismo comisario Daniel Zamani fue publicado por Prestel Verlag de Múnich.

El cuadro de Monet Impression, soleil levant (Impresión, sol naciente) de 1872, mostrando una escena neblinosa en el puerto de El Havre, en la desembocadura del Sena, y celosamente atesorado hoy en el Museo Marmottan Monet de París, daría su nombre al movimiento de los impresionistas, en un principio utilizado despectivamente por los críticos de arte franceses y después adoptado por los propios artistas.

La travesía en el Museo Barberini arranca en la Ciudad Luz, donde nació Monet en 1840, y llega hasta Giverny, donde murió en 1926, pasando por Londres (donde se refugió durante la guerra franco-prusiana cuando tenía 30 años), la Belle-Ile de Bretaña, la costa de Normandía, la costa del Mediterráneo, Países Bajos, Venecia y Vétheuil, entre otros sitios. Los lugares peculiares, la luz y los fenómenos atmosféricos eran los principales motivos que buscaba Monet para llevarlos al lienzo.

Treinta y cuatro de los cuadros aqui mostrados pertenecen al coleccionista y multimillonario Hasso Plattner, cofundador en 1972 de la empresa SAP de software informático. Plattner es propietario asimismo del Museo Barberini, cuyo histórico edificio en estilo clasicista-barroco inspirado en un palacio del mismo nombre en Roma, reconstruiría completamente entre 2013 y 2016 para abrirlo en 2017 al público.

Cuando se inventaron los colores al óleo en tubos en la década de 1840 ya no habia ninguna razón para que los pintores permanecieran bajo techo, en sus estudios, y así fue que Monet se convertiría en uno de los precursores de la pintura en medio de la naturaleza, al aire libre, a cielo abierto, buscando siempre el carácter extraordinario e inconfundible de cada lugar y de sus magníficos colores.

Mientras la sucia niebla de Londres, espesa como una sopa de arvejas, ahogaba a sus habitantes, para Monet, instalado allí con su caballete portátil en 1870, sería éste , y con razón, el escenario de una sensibilidad estética única e irrepetible percibida con gran fruición.

Por supuesto, ha habido inconducentes discusiones entre los expertos sobre cuál fue el porcentaje de lo que pintó à plein-air y cuánto en su estudio, basándose en fotografías tomadas en la capital británica. Pero, sin lugar a dudas, lo importante fue el resultado de aquella experiencia y no su proceso.

El viento también debió haber desempeñado algún papel en aquellas circunstancias, ya que expertos restauradores encontrarían rastros de flores, de semillas y de hojas de árboles en las capas de pintura vertidas por Monet.

Más tarde construiría él asimismo un gran estudio en Giverny, donde tenía un jardín acuático con nenúfares, para que las imágenes de estas ninfáceas le sirvieran de modelo para las grandes obras que pueden verse hoy en París.

Monet sería el único de su corriente pictórica que, desde un principio y hasta el final, se mantendría como un impresionista acendrado . Lo que más fascina de este creador es cómo cambia su estilo de una imagen a otra, de un motivo a otro, de una impresión a otra. No hay una pincelada única, es siempre diferente y con su lenguaje habría de trasladar al espectador la atmósfera que estaba presenciando en cada momento, en cada minuto determinado; ya sea en la tranquilidad de un romántico canal en Venecia y sus antiguas fachadas o en la escarpada costa de Normandía. Monet trazaría la aureola de cada lugar que pintaba de forma tan deliberada como obsesiva.

El novelista Émile Zola, quien apoyaba decisivamente a los impresionistas, diría en 1868, al aire libre, Monet preferiría un parque inglés a un trozo de bosque, porque tiene un afecto especial por la naturaleza a la que la mano del hombre le ha dado un vestido moderno. De los almiares de trigo cerca de su casa pintaría una veintena entre 1890 y 1891.

En sus últimos trabajos, antes de quedar casi ciego en 1921 y tras la operación de cataratas en 1923 que le permitió ver de nuevo, sus pinceladas eran más visibles y el diseño de la superficie de sus cuadros rico en texturas. Más atractivas áun se tornan sus obras cuando se miran con detención esas complejas estructuras de color y el emocionante juego de luces y sombras de los exuberantes paisajes o de las brillantes aguas de sus marinas. Monet se convertiría así, y sin pretenderlo expresamente, en el pionero de los expresionistas abstractos como Jackson Pollock.

Muchos de los cuadros de Monet se encuentran precisamente en Estados Unidos, donde gracias a su comerciante en arte Durand-Ruel y sus contactos con la American Art Association se le abriría por primer vez y con gran éxito comercial ese mercado en 1886. A la sazón tenía 50 años de edad y ocho hijos que alimentar en su casa, seis de ellos de su segunda esposa, Alice. El reconocimiento oficial al otro lado del Atlántico ayudaría además a desarrollar el mercado del arte impresionista en la propia Francia en la década de 1890.

Aunque los lienzos de Monet se volverían cada vez más abstractos en el curso de su evolución, siempre se basarían en la observación y se mantendrían orientados a la realidad. Una y otra vez Monet se referíría a su necesidad de sumergirse primero en un paisaje para desarrollar un sentimiento especial por ese lugar antes de plasmarlo sobre la tela. Contrariamente a la opinión generalizada de que el impresionismo captura solo una impresión espontánea, Monet procedía, por el contrario, de manera decidida y metódica ante su entorno natural.

Solo sé que hago todo lo que puedo con respecto a la naturaleza, para reproducir lo que siento, diría Monet en 1912 para describir su lucha interior cuando pintaba. En ese proceso y en ese momento preciso (…) Siento que las reglas básicas de la pintura, si existen, se olvidan por completo, agregaría.

El artista viajaba todo el tiempo, desde el Mediterráneo, con sus brillantes colores y aguas luminosas, hasta la costa atlántica, dramáticamente oscurecida, y las escarpadas islas de Bretaña. Utilizaba el ferrocarril, y la estación de Saint Lazare era para Monet no solo un motivo para celebrar la industrialización en Francia, sino una puerta de entrada al mundo abierto fuera de París.

La exposición de Potsdam, a unos 20 minutos en automóvil de Berlín, muestra cómo buscaba el pintor el momento auténtico, la esencia del lugar en un instante fugaz. Monet pintaba obsesivamente para capturar los cambios de luz durante el día, ya fuera en un campo soleado o en la bruma sobre el Támesis.

En el Hotel Savoy, donde se hospedaba durante su estancia en Londres, había instalado varios caballetes en el balcón a derecha e izquierda para registrar esos cambios de luminosidad al amanecer y al atardecer. Quería presenciar esa sinfonía de colores en la que la niebla, el vapor y el humo de un tren representaban poéticamente ante sus ojos las diferentes gradaciones tornasoladas del agua condensada.

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