Recensiones bibliográficas

Hijos de Abraham

Los primeros cristianos, sus ritos y mitos

Juan Carlos Tellechea
viernes, 10 de abril de 2020
Die frühen Christen © 2019 by C. H. Beck Die frühen Christen © 2019 by C. H. Beck
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Desde la época de los primeros creyentes de Jesús de Nazaret se ha escuchado siempre una polifonía del cristianismo o tal vez una cacofonía, como algunos eruditos han pretendido sostener en diferentes épocas y hasta casi un siglo atrás, debido a la falta de homogeneidad de sus comunidades.

Ahora que está prohibido temporalmente para la inmensa mayoría de los fieles acudir personalmente a los oficios religiosos por la pandemia del coronavirus y a medida que se aproxima la semana de Pascua, llueven las lecturas sobre aquellos pretéritos tiempos tan diferentes a lo que hoy conocemos por Iglesia, cualquiera sea su profesión de fe y denominación (cismática o sectaria).

A nuestras manos acaba de llegar uno de esos libros que parecen escritos como para la eternidad y que carecen de fecha de vencimiento, Die frühen Christen. Von den Anfängen bis Konstantin* (Los primeros cristianos. Desde los comienzos hasta Constantino) del profesor de historia de la Antigüedad Harmut Leppin de la Universidad Johann Wolfgang von Goethe de Francfort del Meno, publicado por la editorial C. H. Beck de Múnich.

Si bien no hay ni pruebas físicas ni arqueológicas de aquel rabí (maestro) judío que predicaba de forma itinerante en Galilea y Judea en una época de expectativas mesiánicas hace dos mil años, los historiadores coinciden, basados en versiones no cristianas, en que éste existió, que habría nacido entre los años 2 y 7 aC, y que fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán.

También hay acuerdo en que Jesús de Nazaret debatió con otros judíos sobre la mejor manera de vivir de acuerdo a la voluntad de Dios, que participó en curaciones de fe (imposición de manos) y exorcismos, que relató parábolas soprendentes en sus prédicas, que reunió a seguidores (varones y mujeres por igual) en Galilea y que fue a Jerusalén, donde fue crucificado por soldados romanos duante el gobierno de Poncio Pilato (26–36 dC).

Todos esos relatos independientes demuestran que en la Antigüedad ni siquiera los opositores del cristianismo dudaban de la historicidad de Jesús de Nazaret, que comenzaría a ponerse en tela de juicio, sin base alguna, a finales del siglo XVIII, a lo largo del XIX y a principios del XX.

Leppin, premio Leibniz de la Universidad de Francfort, sostiene que el cristianismo primitivo, período de la historia anterior al Primer Concilio de Nicea (año 325) era polifónico, porque la mayoría de los cristianos de entonces tenían objetivos e ideas comunes sobre la dirección en la que debía desarrollarse la vida, en concreto, orientada hacia lo que denominaban la vida eterna.

A aquellos primeros cristianos les unía una melodía común. Es decir, la idea de que con el advenimiento de Jesús algo muy especial había ocurrido en el mundo. Continuaría siendo tema de permanentes controversias qué era él en realidad, si un extraordinario maestro, si el Mesías (el ungido) o si un hacedor de milagros con poderes especiales. Pero en lo que los primeros cristianos (judeocristianos) estaban totalmente de acuerdo -a diferencia de los demás judíos- es en que esa figura de Jesús de Nazaret era importante.

Ese período fermentativo se dividiría para los historiadores en dos fases, el período apostólico (siglo I) y el período preniceno (siglos II, III y comienzos del IV). Para el período posterior, en el que el cristianismo pasa a ser la religión oficial del Imperio Romano, se utilizan denominaciones como cristianismo bajoimperial y, más adelante, cristianismo medieval.

Lo que más impresiona de aquellos primeros cristianos es que eran personas no muy respetadas en la sociedad, que no eran ni extraordinariamente educadas ni ricas ni ejercían altos cargos, pero que representaban algo con una tremenda confianza en sí mismos; algo que a la mayoría de sus contemporáneos les resultaba extraño, curioso; algo que había surgido en la periferia del Imperio Romano, en Galilea y Judea, y que habría de transformar abrumadoramente hasta los cimientos a un enorme y aparentemente todopoderoso imperio. Cualquier coincidencia con algún acontecimiento posterior o actual de la historia no es pura casualidad.

Hay diversas explicaciones para ello, dependiendo de la fase histórica de que se trate. En la primera etapa parece importante señalar que, hasta donde se ha podido saber al día de hoy, los primeros seguidores de Cristo eran individuos que tenían cierto estatus social, pero sin oportunidades para ascender a las élites suprarregionales; a lo sumo, poseían escasas posibilidades para entrar en círculos elitistas locales, como por ejemplo en los ayuntamientos.

Profesando el cristianismo podían adornarse con el sentimiento de saber y haber reconocido algo que los miembros de la nobleza gobernante no sabían ni habían reconocido, lo que debió haberles dado mucha confianza en sí mismos y haberles parecido algo muy atractivo.

En las comunidades podían ganar un gran prestigio si sabían enseñar bien y proclamar de forma plausible el mensaje cristiano, de modo que había también razones sociohistóricas, como la elevación del estatus, que pueden explicar asimismo por qué el cristianismo era atrayente para muchas personas.

Hasta aquí la obertura del libro. A través de 512 páginas, el historiador -que no teólogo- se refiere en su obra a la movilidad que caracterizaba al cristianismo primitivo. El motivo era el acento puesto en la escatología de los comienzos, la esperanza en un regreso inminente de Cristo (la traducción al griego de Mesías).

Esa era la visión que debieron haber tenido los primeros prosélitos de Jesús; que él regresaría pronto, durante el período de sus vidas, y de que entonces sobrevendría el fin del mundo. Era esta una expectativa enormemente esperanzadora, dinamizante, revitalizante que algunos resolvieron llevar a todo el orbe.

En cualquier caso, los cristianos que esperaban el final en el futuro más o menos próximo no necesitaban ni edificios para construir iglesias, ni tampoco un obispo o un sacerdote sobre ellos. Sin embargo, lograrían establecerse en este mundo.

Leyendo este libro uno tiene la impresion de que aquel mundo cristiano era extremadamente diferente a lo que es el cristianismo hoy en día, por lo que se le percibe muy alejado a nuestro tiempo. Para Leppin, el cristiano de nuestros días no encontraría en absoluto su camino en aquellas primeras iglesias.

Algunos aspectos que caracterizan hoy a las comunidades de base católicas (Teología de la liberación) o a las congregaciones protestantes en América Latina y en África, como el escuchar a los pobres y sus reclamos o el predicar de forma individual, están probablemente más cerca de lo que practicaban las primeras comunidades cristianas que los estrictos oficios religiosos que se practican hoy en día.

Mas, sería algo ahistórico y hasta peligroso hablar de cristianismo primitivo como se hace reverencialmente en ciertos círculos cristianos, pensando que puede ser una guía espiritual de actualidad; peligroso, porque pueden tomarse como legítimas ciertas fantasías de los primeros cristianos y derivar de ellas normas dogmáticas. Esto sería posible en muchas circunstancias y ha pasado, en realidad, con temas que estaban separados de su contexto histórico.

Se debe tomar conciencia de que esos primitivos cristianos tenían una ética orientada individualmente a cada persona; que no pensaban en contextos sociales complejos. También la política se encontraba a mucha distancia de aquellos cristianos. La cosa iba en aquel entonces de cómo se comportaba cada individuo frente a su prójimo; hoy en las grandes comunidades cristianas se reflexiona sobre otros asuntos muy diferentes.

Lo que más asusta leyendo esta historia es el radicalismo absoluto que destacaba a los primeros cristianos en su fe. Un ejemplo particularmente impresionante es el de santa Perpetua y su esclava santa Felicidad) que se convertirá en mártir a principios del siglo III en Cartago.

Se trataba de una mujer rica y joven, casada, que tenía un bebé, y a quien su padre le rogaba que para seguir viviendo renegara del cristianismo y se mantuviera en el paganismo, lo que ella rechazaba, y hasta entregó su hijo para morir por Cristo. Dicho sea esto al margen, una preciosa rosa blanca creada en Francia en 1827 evoca también hoy a aquellas dos mujeres.

Esta es incluso una posición típicamente moderna, una postura firme, de clase media burguesa, orientada a la familia, que puede parecer debil, por supuesto, en comparación con aquella esperanza radical en el más allá y la confianza en que Dios proveerá, pero que se mantiene actual en determinados sectores.

El rol femenino

En las primera comunidades cristianas las mujeres ejercían el magisterio y su voz estaba dotada de autoridad, pero no ejercían el sacerdocio ni otras funciones reservadas a los hombres. También había testimonios de mujeres que habían ganado reconocimiento especial por su conducta, verbigracia, las viudas. En la sociedad romana se aguardaba que las viudas se volvieran a casar, especialmente cuando estaban aún en edad de procrear.

Muchas mujeres cristianas no seguían esta costumbre y por ende alcanzaron un prestigio extraordinario en las comunidades, y gozaban de espacios de acción especiales. Algunas mujeres incluso bautizaban y desempeñaban un papel destacado, pero esto no debe confundirse con un concepto moderno de emancipación. Uno de los mayores elogios para las mujeres de entonces era el de que podían comportarse como un hombre, pero no gozaban de una igualdad de derechos frente a él.

Hay también indicios de que las mujeres tuvieron funciones diaconales; y testimonios aislados de que había mujeres que distribuían el sacramento de la comunión. Sin embargo, estos eran fenómenos marginales, aunque cabe advertir que los textos que se conocen hasta ahora han pasado por el filtro de una iglesia que privilegió mucho a los hombres, por lo que ciertos escritos bien pudieron haber sido eliminados a lo largo de los tiempos.

No hay respuesta posible ante la dificil cuestión de qué resultado podría alcanzarse hoy si se tomara como modelo al primitivo cristianismo, ya que lo que ocurrió en aquellos pretéritos tiempos dependía de las personas que en sus respectivas circunstancias y situaciones formaron aquellas comunidades. Pero lo que se podría decir hoy sin temor a errores es que los primeros cristianos enfatizaron mucho en que la idoneidad para cualquier función que fuera no dependía de ninguna característica externa, como la riqueza o el género, sino de si el individuo (hombre o mujer) estaba o no inspirado por Dios.

El proceso de jerrquización

A finales del siglo I y luego en el II comienza un proceso de jerarquización entre los primeros cristianos, según indicios examinados por los historiadores modernos. En aquel tiempo ya se comenzaba a hablar del surgimiento de la tríada obispo, sacerdote, diácono. Lo que no se sabe aún es cuán típicas eran esas iglesias que existieron en el siglo II y en el III en gran número. Pero también había otras comunidades que no necesitaban de una jerarquía y que se organizaban de manera muy carismática.

Un obispo autorizaba a ser reconocido por la comunidad, es decir, a ser elegido, lo que podía hacerse por aclamación, y que además lo reconocieran otros, lo que luego se reflejaría en la consagración de más obispos.

Pero la palabra obispo podía tener diferentes significados entre los primeros cristianos. Podía haber sido más de carácter administrativo. Hay un testimonio temprano que habla solo de una elección de un obispo. Es decir, hay dificultades para los investigadores que tienen una palabra que creen conocer muy bien, pongamos por caso obispo, pero que puede tener significados muy diferentes para las fuentas estudiadas.

Para Leppin, la diversidad de debates actualmente sobre la curia romana y los obispos en la iglesia se arrastan desde tiempos inmemoriales. Posiblemente esto se deba a que el episcopado fue muy contradictorio y ambivalente al principio por lo que sus efectos se siguen reflejando en los debates que subsisten hasta hoy.

Otro de los puntos que permitiría explicar la diversidad del cristianismo primitivo es el de la gnosis, entendida como el conocimiento absoluto e intuitivo, especialmente de la divinidad, que pretendían alcanzar los gnósticos, seguidores del gnosticismo, la doctrina filosófica y religiosa de los primeros siglos de la Iglesia, mezcla de la cristiana con creencias judaicas y orientales, que se dividió en varias sectas y que propugnaba tener un conocimiento intuitivo y misterioso de las cosas divinas.

El espectro gnóstico

En su libro, el historiador de la Universidad de Francfort no trata la gnosis en general, sino un espectro gnóstico referido a grupos que suponían que había cierto conocimiento exclusivo como base de la verdadera fe, La mayoría de los cristianos asumieron que la verdad era accesible para todos. Los gnósticos tenían una comprensión más exclusiva y, a menudo, esto se combinaba con largas historias sobre cómo se creó el mundo y cómo iría a desarrollarse.

En esos relatos aparecen nombres, conocidos en otros lugares por contextos mitológicos. La sabiduría de una persona presentada en algunos textos, jugaba un papel importante, pero incluso dentro de la gnosis había una gran variedad de opiniones diferentes. El punto crucial para el autor era el carácter elitario dentro del cristianismo que se ve nuevamente con mucha fuerza en la historia social.

El historiador prefiere no utilizar el término sectario para definir a estos grupos, por considerarlo demasiado normativo. Quizás un teólogo lo podría emplear con mayor comodidad, pero para un historiador esas sectas representaban una parte del mundo que se entendía a sí mismo como cristiano.

El espectro gnóstico pretendía reconocer cómo los Hombres vienen a Dios y cómo esto se deriva de muchas historias pretéritas sobre el mundo, así como de que las almas pudieron haber estado con Dios en el pasado, de que habrían recorrido el mundo y de que tendrían que liberarse nuevamente de todo lo terrenal. Estas u otras historias de este tipo que hicieron posible la creencia de que había un camino seguro hacia Dios.

Como historiador, Leppin parece disfrutar, en primer lugar, de cada testimonio del pensamiento de la Antigüedad. Lo interesante de los textos gnósticos es la inmensa imaginación que mostraban sobre la historia del mundo, las luchas de las que hablaba, los peculiares nombres que aparecían en ellos. Lo emocionante del asunto es que se experimenta allí un mundo imaginario completamente diferente, apenas conocido por textos cristianos u otros, y de muy dificil transmisión, en seminarios académicos, admite el propio Leppin.

Son textos que nadie entiende, porque los cristianos que eligieron el espectro gnóstico -también hubo judíos y otros grupos que tenían ideas similares- afirmaban cosas que debían haber impresionado a muchas personas; o bien por la certeza que decían tener, o bien por el orgullo que mostraban sobre lo que sabían en comparación con otros cristianos. Estos tenían que lidiar mucho más fuertemente con la vida cotidiana, así como con el conocimiento, y sus propias dudas eran más fuertemente reflexivas en la práctica de la fe.

El pensamiento gnóstico florecería nuevamente entre los cátaros en la Alta Edad Media, seguidores de una de las varias sectas consideradas heréticas que se extendieron por Europa entre los siglos XI y XIII, que rechazaban la carne como propia del mal y negaban, por tanto, la divinidad de Cristo por su condición humana, propugnando la pureza y la vida ascética. Pero los opositores se impusiron.

Por un lado, por esa clara separación entre el bien y el mal, ese dualismo que no sería tan convincente a largo plazo. Además, las comunidades gnósticas eran de naturaleza más pequeña y menos poderosas que las parroquias dirigidas por un obispo que se preocupaba mucho más por mantener una organización ágil, que tenía una caja de dinero a disposición y que podía estabilizar a las comunidades de una manera completamente diferente.

El ascenso político del cristianismo

En cuanto a la relación entre el Estado y los primeros cristianos, el hecho de que una secta judía se convirtiera en la religión oficial del Imperio Romano unos siglos más tarde no estaba aparentemente en el DNA cristiano, sino que habría que verlo más bien como un accidente histórico, según Leppin.

Los primeros cristianos habían pensado muy poco sobre cómo debería ser un orden político. Sin embargo, por lo que se sabe hasta hoy, decidieron relativamente pronto que debían pagar impuestos al Estado y que debían servirlo fielmente, aunque la mayoría rechazaba, por otra parte, prestar servicio militar o ejercer funciones públicas, porque estaban asociadas con las víctimas de los sacrificios en honor a los dioses paganos.

Se negaron asimismo a rendir honores divinos al emperador, ya que reconocían a un solo Dios y habían soportado persecuciones por ello. Esto es, tenían una posición leal al Estado romano, pero éste les era completamente ajeno. Como el emperador romano era al mismo tiempo sacerdote, era impensable para los cristianos que un emperador romano pudiera ser también cristiano.

Pero entonces ocurre algo inimaginable. Constantino, quien ya poseía ciertos conocimientos del cristianismo, proclamó en honor a Cristo su victoria en la famosa batalla del Puente Milvio en la que conquistaría Roma en 312. Según diversas versiones tradicionales, habría tenido un sueño, una visión de que Dios lo había respaldado en esa victoria.

Es decir, este Dios cristiano sería visto por él como un dios antiguo normal, como Júpiter o como Marte, que ayudan a un hombre a lograr una victoria militar. Tales ideas existían en el Antiguo Testamento, del que los cristianos se habían apropiado, pero eran completamente ajenas a los cristianos del Nuevo Testamento.

Este acontecimiento es visto por Lappin más como un accidente que lleva a Constantino a apoyar a los cristianos. Luego -y esto es lo más emocionante- lo lleva a exponerse a la lógica de los cristianos; la lógica que los cristianos enfatizan tan fuertemente, que tienen una creencia exclusiva, que tienen conciencia de sí mismos, que discuten sobre asuntos de fe y, por lo tanto, que presumen tareas completamente nuevas del emperador.

Esto significa que el ascenso del cristianismo en épocas de Constantino no puede describirse simplemente como un acto imperial, sino un acto imperial fue el desencadenante que dió más tarde oportunidades al cristianismo y que ciertos cristianos supieron cómo usar. Habría sido el emperador quien movió a su madre, Helena, a convertirse al cristianismo y no a la inversa como se ha sostenido hasta ahora.

La polifonía del cristianismo se mantendría también entonces en el camino hacia una religión estatal. Esto es, sería el papel a desempeñar en el mundo de los obispos que se desarrollaría más tarde. Un senador pagano diría unos 60 años después de Constantino que le gustaría ser obispo de Roma, porque tendría muchas riquezas y más posibilidades de acción, lo que significaría que para entonces estar al frente de un episcopado ya se había transformado en un puesto muy atractivo.

Aplicando los criterios de los cristianos estrictos, que todavía existían en aquellos momentos, diríamos que en general esta evolución fue bastante dañina. Hubo muchas personas que también se resistieron a este desarrollo; había muchas minorías cristianas. Eso significaba que la polifonía o la cacofonía, según se la quiera definir, se habría de preservar, pese al fuerte apoyo del cristianismo por parte del Estado.

Esto significaba también que el cristianismo podría ser siempre criticado con argumentos cristianos, lo que contribuiría seguramente a la dinamización del cristianismo y además a que el cristianismo no se hundiera cuando sucumbió el Imperio Romano de Occidente .

Los cristianos podían explicar entonces que no dependían del Imperio Romano. Con la noción de que formaban una iglesia de personas creyentes que no actuaban como una institución, sino que se basaban únicamente en la fe, podían esperar también que, siendo incluso una minoría, el cristianismo verdadero pudiera continuar viviendo. Ese es uno de las grandes logros intelectuales de Agustín, quien pensó y repensó el asunto, y que si bien no fue el primero, lo desarrollaría de forma especialmente consecuente.

Lo que enseña este enfoque sobre la polifonía en el cristianismo primitivo en aquella fase de la historia es que una religión bien estructurada y organizada no está supeditada afirmar que sabe exactamente cómo comportarse o conducirse ante Dios, sino que si es una religión viva y dinámica puede hacer ofertas muy diferentes sin perjudicarse a sí misma. Y allí siguen estando.

Notas

LEPPIN, Hartmut, "Die frühen Christen. Von den Anfängen bis Konstantin", Munchen: C. F. Beck, 2018, 512 pp con 21 ilustraciones. ISBN 978-3-406-72510-4

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