Discos
El fin justifica los medios
Raúl González Arévalo
Agrippina es, después de Rinaldo, la ópera juvenil de Handel que goza de mayor estima y difusión. Sin embargo, a diferencia del primer título lírico inglés, el primero italiano no goza de tanta difusión en la discografía. O mejor dicho, no ha tenido tanta suerte. Dejando de lado la grabación pionera de McGegan, cuya mejor baza estaba en la presencia de Lisa Saffer y Drew Minter en el reparto (Harmonia Mundi 1992), hubo que esperar hasta el final del siglo XX para contar con un registro atendible, gracias a Gardiner, a la siempre poderosa Della Jones y a los implicados dramáticamente Derek Lee Ragin y Michael Chance (Philips 1997).
La lectura aburrida de Malgoire no se redime con la presencia de Véronique Gens y Philippe Jaroussky (Dynamic 2004). Desafortunadamente, cuando la batuta referencial de Jacobs se decidió a grabar la obra (Harmonia Mundi 2010) prescindió de la hipnótica protagonista con la que había paseado el título por los escenarios, Anna Caterina Antonacci, inexplicablemente sustituida por la más histriónica Alexandrina Pendatchanska, aunque Bejun Mehta sea un artista más completo, en mi opinión, que Lawrence Zazzo. Con este pequeño repaso –no exhaustivo– a la discografía quiero decir que aún había mucho que decir sobre Agrippina, no solo porque en esta ocasión se recurre a una edición crítica que presenta notables diferencias con los registros previos, sino también porque faltaba una versión referencial.
El nuevo lanzamiento de Erato es lo que más se le aproxima, a pesar de que en materia vocal personalmente hubiera preferido que la protagonista la hubiera encarnado la soberbia Ann Hallenberg, que ha rodado ampliamente el título y ha dado muestras de lo que es capaz con el genio de Halle (Ottone, re di Germania; Imeneo). A falta de la sueca, tenemos a una americana más publicitada, que con la emperatriz romana encuentra una de sus mejores creaciones discográficas recientes. A la espera de que alguien se decida a publicar su Semiramide rossiniana, con un Mozart alterno entre una decepcionante Donna Elvira y un gran Sesto, y con el estreno reciente de la contemporánea Great Scott de Heggie en un papel a medida, la mezzosoprano de Kansas firma una grandísima protagonista, absolutamente digna de ser tomada en consideración.
La Agrippina de DiDonato carece del poderío vocal de Della Jones, ya mencionada, o más recientemente de Patricia Bardon (Naxos 2016), pero la voz corre con facilidad, la coloratura es estupenda, mantiene la brillantez en el agudo (no exento de alguna dureza) y ha logrado dotar de mayor consistencia un grave que nunca fue su punto fuerte. Y aunque la portada hace temer una encarnación de diva sobreactuada a medio camino entre Hillary Clinton y Cruella de Vil, reconforta escuchar que mantiene intacto su sentido del estilo barroco (para muestra, In War and Peace), con un compromiso dramático sutil, basado en el juego del color del sonido en la misma medida en que usa la fuerza de la palabra y el fraseo. A la postre compone un personaje complejo y caleidoscópico. Resulta sinceramente inquieta en “Pensieri, voi mi tormentate”, gélida en “Non ho cor” y, sorprendentemente, más introvertida que extrovertida en “Ogni vento”, lo que revela una asimilación del personaje más allá de la mera exhibición vocal. Una Agrippina seductora, un personaje para el que el fin justifica los medios.
A su lado como Nerone Franco Fagioli está insuperable. A estas alturas el argentino cuenta con una galería discográfica que llevan camino de convertirlo en un intérprete de estatura histórica, de Vinci (Catone in Utica) y Hasse (Siroe, re di Persia; Artaserse) pasando por Pergolesi (Adriano in Siria) y Handel desde luego, en oratorio (Il trionfo del tempo e del disinganno), recital (Handel Arias) y ópera (Serse) con la misma orquesta y director que en esta ocasión. Uno no sabe ya que admirar más, si la extensión vocal, la coloratura prodigiosa o la inteligencia del intérprete, que acierta a componer un Nerón niñato, caprichoso, cínico y no demasiado inteligente. Para muestra, “Col saggio tuo consiglio” y “Come nube che fugge dal vento”. Inolvidable.
Elsa Benoît se está consolidado como un valor en auge y Poppea es desde luego una gran oportunidad aprovechada, aunque aún hay margen de mejora, como revela la opción de la versión menos virtuosa de “Se giunge un dispetto”. Por lo demás, la soprano exhibe una gran musicalidad, un canto de gran pureza, ortodoxo en la vocalidad y comprometido con el drama.
Más allá de los nombres consagrados o en ascenso, esta Agrippina ha sido una prueba de fuego para Jakub Józef Orliński, estrella mediática y promocionada por Erato, que en su debut discográfico parecía más apto para la música religiosa que para la ópera (Anima sacra). En su primera integral de una obra lírica hay que decir que supera notablemente el desafío. Sin llegar a la variedad expresiva de los recursos dramáticos desplegados por Filippo Mineccia, resiste bien la comparación con el resto de competidores de la discografía: el polaco ha sabido captar el carácter de Ottone, al que sienta bien el timbre cristalino, angelical, del contratenor. Pero más aún se aprecia la mejora de la técnica, como confirma la mayor pericia con la coloratura, de modo que en su camino desde la mercadotécnica al estrellato con fundamento progresa adecuadamente.
Del resto del elenco Luca Pisaroni compone un buen Claudio, creíble en su cometido; como secundario Andrea Mastroni es un lujo para Pallante, mientras que Carlo Vistoli es el mejor Narciso de toda la discografía. Por su parte, Marie-Nicole Lemieux es un lujo asiático como Giunone.
Al frente de todo Maxim Emelyanychev e Il Pomo d’Oro ofrecen otra prueba mayúscula de su talento. Al igual que ya hiciera con Serse, el ruso revela un olfato dramático certero, una dirección musical contrastada, matizada y, sobre todo, teatral. Handel es ciertamente uno de los mayores genios del teatro musical barroco, pero cuando encuentra una batuta que secunda sus intenciones el resultado es imbatible, algo posible gracias a una orquesta brillante y homogénea, espléndida en las casi cuatro horas del registro de principio a fin. En definitiva, una grabación imprescindible.
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