Recensiones bibliográficas
Perspectivas sobre Donald TrumpLa verdad y la mentira siempre juntas en Estados Unidos
Juan Carlos Tellechea
Hace un par de semanas atrás Estados Unidos conmemoraba en plena pandemia de coronavirus y polarización del país el 244º de su Declaratoria de la Independencia, el 4 de julio de 1776; aquella en la que los padres de la patria, sublevados contra el poder de Inglaterra y reunidos en Filadelfia, proclamaban, entre otros puntos:
Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; (…)
Una mentira entre tantas otras y una polarización como la que atenaza al país desde sus comienzos, sostiene la renombrada historiadora estadounidense Jill Lepore, profesora de la Universidad de Harvard en su nuevo libro These Truths. A History of the United States (traducido al alemán: Diese Wahrheiten. Die Geschichte der Vereinigten Staaten von Amerika (Esas verdades. La historia de los Estados Unidos de América) de la editorial C. H. Beck de Múnich.
En su estudio de 1.120 páginas, Lepore relata la historia de los Estados Unidos en amplios arcos desde Cristóbal Colón hasta Donald Trump, fascinando con sus primeros planos y detalles minuciosamente expuestos. Lingüísticamente, su interpretación es tan vívida, rápida e intensa que uno pasa las páginas con sumo gusto y maneja la enorme abundancia de material en una perspectiva que apunta directamente a nuestro tiempo.
La historiadora trabaja con contrastes. Verbigracia, el relato sobre los padres fundadores no solo está acompañado por las historias de sus esclavos, sino también por las ideas y los destinos de sus esposas y hermanas; porque incluso para la mitad femenina de los estadounidenses, las verdades, aparentemente tan simples, de igualdad y libertad eran una falacia pura.
Su relato, de suma actualidad, abarca desde la primera expedición colombina y la conquista española hasta la victoria electoral de Donald Trump. Lepore aborda la colonización del país y la lucha de los colonos europeos contra la población original indígena; el comienzo y la expansión del comercio de esclavos africanos y de la cruenta guerra civil, en torno a la cuestión de la esclavitud, que se cobró cientos de miles de víctimas; la industrialización y la modernización desde el avance triunfal del liberalismo hasta la lamentable orientación en dos direcciones contrapuestas que divide a la nación estadounidense de hoy.
Por supuesto, el libro gana en tensión a través de la constante combinación de diferentes perspectivas. Pero detrás del método hay más que un cálculo dramatúrgico: Lepore deja claro en su estilo narrativo cuánto afecta la historia a aquellas personas que solo aparecen esporádicamente en las fuentes, y cuán fuertemente estos actores supuestamente silenciosos a su vez afectan la historia.
Sin embargo, este estado de cosas no es nuevo, según la tesis central de Lepore. Desde el comienzo de su historia, con los primeros balbuceos de algo parecido a una comunidad, la nación estadounidense ha estado profundamente dividida en torno a estas verdades que Thomas Jefferson postulara en un borrador de la Declaración de Independencia de 1776:
que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.
Estas verdades a medias son la base de cualquier orden democrático, y Estados Unidos las ha instituido, pero no implementado cabalmente, porque si no no se entiende cómo ese país pudo haber basado su prosperidad en la explotación despiadada de los esclavos de origen africano y cómo los derechos iguales e inalienables entre las personas solo han sido otorgados a los blancos durante siglos y no a los afroamericanos.
El sistema bipartidista estadounidense, que se desarrolló en gran medida a fines del siglo XVIII, se estructuraba en gran medida en torno al tema cada vez más controvertido de la propiedad de esclavos. Lepore da relativamente poco espacio a los conflictos sociales dentro de los estratos blancos de la población.
Uno puede criticar esta sintetización, pero ayuda a ver que los problemas estadounidenses diferían significativamente de los europeos. La industrialización y el trabajo en las fábricas también causaron distorsiones en los Estados Unidos, por supuesto, aunque esto no resultó en una amplia lucha de clases. En lugar de una utopía socialista, la idea de un país con una naturaleza grande y amplia se hizo popular en los Estados Unidos, como un lugar para retirarse del mundo de las máquinas y como una forma de moverse hacia el oeste y comenzar algo nuevo.
Por lo tanto, el oeste era, en la jerga de la época, una válvula de escape para reducir la presión acumulada. Sin embargo, fue la expansión lo que finalmente condujo a la explosión, porque en cada área ganada, surgiría de nuevo la vieja cuestión, de si mantener o no la esclavitud.
Cuando esa disputa llegaba a Nebraska, se fundaría en 1854 en la pequeña localida de Ripon (estado de Wisconsin) el Partido Republicano que haría campaña contra la esclavitud con Abraham Lincoln. Esta disidencia fue la base de la secesión de los Estados del sur y, en última instancia, también de la guerra civil, que causó más de 600.000 muertes entre 1861 y 1865.
Tras la abolición de la esclavitud, la libertad y la igualdad de ninguna manera estaban garantizadas para los afroamericanos, y las leyes de segregación racial crearon nuevos sistemas de discriminación. Aceptar aquellas verdades fundamentales fue y es hasta el día de hoy un proceso complicado.
Se hace cada vez más difícil reconocer las verdades como tales. En su obra, Lepore no solo proporciona la génesis de las ideas políticas, sus interpretaciones y efectos. También describe el funcionamiento muy concreto de la democracia estadounidense, que con el tiempo se ha vuelto cada vez más compleja de organizar, aunque también más fácil de manipular.
A más tardar, cuando se les otorgó a las mujeres el derecho al voto en 1920, los políticos se enfrentaron a una población a la que se procuraba entender con métodos científicos (encuestas de opinión) y nuevos canales de información (radio). Al mismo tiempo, aparecieron asesores políticos que se especializaron en ganar votantes, como si fueran consumidores, a través de claros mensajes. Los críticos pronto hablarían de fábricas de mentiras, y Lepore señala que después de una década, las relaciones públicas y la radio ya habían sumido a los estadounidenses en la incertidumbre sobre lo que era verdad.
Además de influir en la masa, su segmentación también se convertiría en un problema. En el período de postguerra, los consultores políticos trabajarían en agudizar los perfiles de cada uno de los grupos de clientes y contribuirían con este cálculo a introducir cambios fundamentales. Fue en la década de 1970 que los republicanos se alejaron de las aspiraciones de las mujeres progresistas, con la esperanza, alimentada por aquellos asesores, de que esto les haría ganar el favor de la clase media tradicionalmente blanca que los demócratas habían comenzado a descuidar a favor de otros grupos.
Esta atomización es realmente increíble. Durante siglos, los estadounidenses han luchado para superar sus políticas de identidad avant la lettre e involucrar en la comunidad a todas las personas, y no solo a los hombres blancos. Para Jill Lepore esto debería ser siempre así y se dirige a todo el espectro de la sociedad por igual: mujeres, hombres, blancos, afroamericanos, indígenas, homosexuales, estadistas en una grandiosa historia.
Jill Lepore, miembro del equipo de redacción de la renombrada revista New Yorker, se abstiene de cuestionar en profundidad el sistema capitalista en sí mismo y su injusticia social congénita, limitándose a rastrear los debates y las luchas entre los partidarios y opositores de la esclavitud para apelar repetidamente a las escenas de la miseria que vive la población afroamericana y de su lucha por la liberación. Narra también la historia del movimiento feminista, desde sus inicios en el siglo XVIII hasta el fallido intento de Hillary Clinton de convertirse en la primera presidenta de los Estados Unidos.
Pero en todo el libro no hay ni un atisbo de enfocar la historia de forma crítica al sistema y sus contradicciones ni de cuestionar la falta de progreso en la emancipación ni de enfocar las relaciones cómplices entre buenos y malos actores en esa realidad social. Los principales defensores de la abolición de la esclavitud eran también amos de esclavos. Las primeras feministas estaban asimismo convencidas de la superioridad de la raza blana y del poder destructivo del judaísmo. Los más destacados representantes del Movimiento por los Derechos civiles de los afroamericanos en la década de 1960 eran despreciables sexistas.
Raramente formula Jill Lepore juicios morales. Prefiere presentar meramente las contradicciones que atraviesan a lo largo de los siglos esa lucha por alcanzar la libertad y la igualdad proclamadas en aquella falacia inicial, pero sin cuestionarlas. La historiadora muestra, sin ocultar su optimismo, cómo siempre ha habido personas, grupos, comunidades que emprendieron de nuevo una y otra vez esa lucha, basándose en aquellas verdades que forman el núcleo de la Constitución de su país.
Ella se califica a sí misma de patriota, una postura que el filósofo alemán Jürgen Habermas, profesor invitado de varias universidades estadounidenses, tildaría una vez en la década de 1980 de patriotismo constitucional. Este término es a menudo objeto de burlas por su debilidad y escasa fuerza vinculante en nuestros nuevos tiempos de pensamiento identitario ante las sociedades divididas y polarizadas como la estadounidense.
Para Lepore, sin embargo, esta idea ilusa sería la única forma de patriotismo concebible en vista de la presente crisis que padece Estados Unidos en diversos frentes: el racismo, la injusticia social, la impotencia ante la pandemia del COVID-19, la guerra comercial con China, el notorio debilitamiento económico; solo la reflexión sobre la igualdad de las personas y la presión no coactiva del mejor argumento mantendría vivo el entendimiento que podría mantener eventualmente unida a la sociedad en todas sus disputas. ¡La esperanza es lo último que se pierde!
El patetismo de esta convicción contribuye esencialmente al apasionado impulso de su relato historiográfico. El libro iba a concluir originalmente al término del segundo mandato del presidente Barack Obama, pero entonces Lepore comprendió que no podría perdonarse tamaña incisión con la revolución de signo negativo que ha significado y significa la pésima administración de Donald Trump y sus legendarios tuiteos de fake news. Al final de la obra, la historiadora no tiene más remedio que reconocer lo dificil que será en la actual situación de la opinión pública y de la democracia de Estados Unidos mantener la fe en sus poderes autocurativos, antes de que el imperio sucumba definitivamente, con imprevisibles consecuencias mundiales.
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