España - Castilla y León
Dos cuentos sin moraleja
Maruxa Baliñas

En su quinta edición, que no es una mayoría de edad pero por lo menos indica ya que un festival ha cuajado y no es 'flor de un día', el Festival Little Opera de Zamora ha tenido que adaptar lo que iba a ser una edición conmemorativa a un festival que ha conseguido conservar una de sus sus premisas básicas, la de la autenticidad, y sobre todo ha mantenido la música en vivo y en directo. Claro que la autenticidad de Little Opera se basa en el hecho de presentar las pequeñas óperas, u óperas de cámara, en sus versiones originales, con instrumentación completa y no las típicas reducciones para piano. Pero precisamente su inteligencia ha estado en comprender que los principios hay que mantenerlos mientras no sea más razonable y mejor renunciar a ellos, y que hacer óperas con piano es más auténtico que retransmitirlas digitalmente, entre otras cosas porque tendemos a olvidar que incluso las grandes óperas de Verdi o Wagner, o quien sea, fueron conocidas mayoritariamente desde el piano, sea gracias a las reducciones para canto y piano o piano solo, destinadas a su uso en los salones y domésticamente, como en recitales de virtuosismo, tanto de cantantes como de pianistas y otros instrumentistas.
En este programa doble se contó con un pianista especialmente apropiado para hacer este acompañamiento musical desde el piano. El australiano Duncan Gifford, establecido en España desde 1997, ha trabajado mucho como pianista acompañante, sobre todo de cantantes, en la Escuela Superior de Música Reina Sofía de Madrid y Escuela Superior de Canto de Madrid, donde es catedrático de repertorio con piano para voz desde 2019. En El secreto de Susana fue uno de los puntales de la representación ya que ni siquiera obvió el participar activamente en la representación escénica, y en algunas ocasiones corrigió errores de balance entre los dos protagonistas.
Porque la pareja Sonia de Munck y Javier Povedano no siempre funcionó adecuadamente. De Munck es una soprano con una extensa carrera, que domina el escenario, es muy musical y se sabe el papel, aunque en la ópera a ella le toque ser una joven recién casada que apenas se atreve a enfrentarse a su marido, el Conde. En cambio Povedano es un cantante todavía joven, con poca experiencia al cual le costaba imponerse vocalmente pero sobre todo escénicamente a su esposa, de modo que a veces su papel resultaba más cómico que auténtico, lo cual tampoco creo que fuera la intención de Ermanno Wolf-Ferrari (Venecia, 1876-1948). Es cierto que la historia de El secreto de Susana es poca cosa, pero plantea un problema que era muy real cuando se estrenó la obra en 1909 y lo sigue siendo en cierta medida: el paso del noviazgo y la luna de miel a la convivencia diaria no es tan dulce y romántica como se suele mostrar. En aquella época solía ser tras la ceremonia matrimonial, y sin conocerse demasiado, ahora suele ser una decisión consensuada, pero el hecho básico no cambia: cuando se acaba la novedad y llega la cotidianidad, los secretos -aunque sean pequeños y algo estúpidos, ¡Susana fuma!, ¡Gil es celoso!- se convierten en un problema mucho más grande.
Cosentino, una escenógrafa que me gusta siempre (aunque todavía no he tenido ocasión de verla en una ópera larga y de repertorio), planteó muy bien la producción, sin darle gran dramatismo pero tampoco tomándose a broma el tema. El atrezzo lógicamente era mínimo, algo de mobiliario -sofá y dos mesitas- y el piano en el escenario de modo que Gifford participara en la acción, pero suficiente para que hubiera algo de movimiento escénico. Aunque la mayor parte del movimiento estuvo a cargo del actor Aaron Martín, colaborador habitual de Cosentino, que hacía el papel de criado pero además se convirtió en coprotagonista por su omnipresencia en escena y su complicidad con Susana. Martín es un actor y mimo excelente, y una parte tan importante de la producción que es difícil valorarlo fuera del conjunto. A mí por momentos me resultaba excesivo y hubiera preferido una mayor interacción entre la pareja, sin la continua interferencia de Martín, mientras Xoán M. Carreira, que me acompañaba, considera que su actuación es lo que dio agilidad y dinamismo a la producción y que por lo tanto era imprescindible. En cualquier caso, su trabajo de pantomima encaja perfectamente con la época: en torno a 1910 Pierrot y la commedia dell'arte son un símbolo de modernidad, que aparece prácticamente en todas las modalidades artísticas y en todos los países.
De Le violoneux de J. Offenbach, que posiblemente era un estreno en España, sólo se puede lamentar que no fuera más extensa. Nuevamente el argumento es mínimo, más una escena que un autentico drama teatral, pero tiene algunas melodías preciosas, especialmente la ronda que da nombre a la ópera, 'Le violoneux du village' y que aparece en varias ocasiones con pequeños cambios a lo largo de la obra. Nuevamente la acción recae en la protagonista, Reinette, una chica muy decidida que tiene que resolver todos los problemas de su novio Pierre -que ha sido llamado a levas y no quiere ir- e incluso pedirle ella en matrimonio, ya que él es un eterno quejica, exageradamente miedoso, y con escasa o nula iniciativa. Offenbach no desarrolla apenas el personaje del padrino de Reinette, Mathieu el violinista, que por pequeñas alusiones en el texto se ve claramente que tiene una historia detrás que apenas llegamos a conocer y entender. Hijo de un rico del pueblo, ha perdido su fortuna injustamente y se gana la vida pobremente como violinista, pero cuando su violín se rompe se descubre una carta o testamento que demuestra que él es el propietario auténtico del castillo del pueblo. Sin embargo renuncia a hacer valer sus derechos porque prefiere disfrutar de su vida errante, del sol, y de su humilde carrera de violinista ambulante. Eso sí, después de conseguir los 2000 francos que Pierre necesita para librarse de ser llamado a filas y así poder casarse con Reinette.
Escénicamente, el montaje de Le violoneux resultó mejor que el de El secreto de Susana, que hubo que reformar bastante para adaptarse a las nuevas normas sanitarias, que lógicamente prohíben la cercanía entre los cantantes y el que canten uno frente al otro, lo que ciertamente dificulta un montaje basado en una escena de pareja en la intimidad del hogar. En cambio en Le violoneux, aunque existe una pareja de enamorados, lo que predomina es la acción, el desarrollo de los acontecimientos, los diferentes números musicales que sigue el esquema clásico de presentación, nudo y desenlace, y la unidad de tiempo y espacio.
Vocalmente otra vez fue la soprano la que más destacó del conjunto. Ruth González hizo una Reinette realmente graciosa en su desparpajo, aunque manteniendo siempre la elegancia por lo que en algún momento me recordó a Victoria de los Ángeles (con la que tiene incluso un cierto parecido físico), aunque la calidad de su voz y su técnica evidentemente no son comparables. Es una cantante joven y aún tiene mucho que mejorar, lo cual se añade a la necesidad de crear el personaje de Reinette del que prácticamente no tiene antecedentes, pero tuvo detalles prometedores y me gustaría escucharla más veces a ver qué tal se desarrolla. En cambio Miguel Ferrer (Pierre, el zapatero o más bien zuequero) no consiguió dominar su papel y aunque cumplió suficientemente no aprovechó bien las ocasiones que la pequeña ópera le ofrecía, cantó bien la canción 'Conscrit! Conscrit!', con que empieza la obra pero en su dúo posterior con Reinette ya fue ella la que se impuso y esa fue la tónica durante el resto de la obra. Isidro Anaya hizo bien su papel, que tampoco tenía ningún número destacado sino más bien intervenciones puntuales. Escénicamente muy bien. También en Le violoneux tuvo un papel destacado la actuación de Aaron Martín, como un testigo y un refuerzo de la acción, a menudo duplicando a Reinette, pero aquí su actuación tuvo mucho más sentido teatral y resultó una pieza importante de la representación.
El Teatro Principal de Zamora, donde se desarrollo el doble programa, es un teatro pequeño, a la italiana, que me resultó doblemente agradable porque fue mi primer teatro de ópera después del confinamiento. Las medidas de seguridad, desinfección, rutas de entrada y salida, localidades asignadas por los acomodadores, etc. nos requerirán un poco de práctica al principio y ciertamente resulta un poco triste ver el teatro tan vacío, pero la experiencia no es en absoluto tan latosa como imaginaba y la sensación de seguridad frente a un posible contagio fue grande.
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