250 aniversario de Ludwig van Beethoven
Beethoven y el agua fresca de las fuentes
Juan Carlos Tellechea
Ludwig van Beethoven era un madrugador impenitente y distribuía muy ordenadamente las actividades durante el día. Se levantaba a eso de las 5 o las 6 de la mañana, trabajaba hasta el mediodía en su casa, donde siempre se lo podía encontrar, hasta que desaparecía para ir a comer a un restaurante (siempre a horas diferentes), encontrarse con alguien, tomar café en algún otro local, leer los diarios, anotar las novedades en materia de libros, pero también las innovaciones técnicas e inventos (como el de una nueva máquina para hacer café que le llamaba mucho la atención).
Por la tarde acudía a algún concierto o al teatro o a la ópera y a eso de las 10 de la noche se iba de nuevo a la cama, describe la musicóloga Julia Ronge, conservadora de las colecciones que guarda la Casa natal de Beethoven en Bonn, en el catálogo de la exposición que tuvo lugar a finales de 2019 en la Bundeskunsthalle de esa ciudad federal alemana publicado por la editorial Wienand, de Colonia.
Uno podría pensar que Beethoven trabajaba solamente por la mañana, pero la sensación es errónea, porque si bien tenía fases en las que se sentaba ante su escritorio para crear o escribir concentradamente en horas matutinas, cuando salía de su casa llevaba siempre consigo un cuadernillo en el que anotaba todas las ideas que se le iban ocurriendo y que guardaba plegado en alguno de sus bolsillos.
Las inspiraciones le llegaban como relámpagos desde el infinito. Desde muy joven tenía la costumbre de dejar por escrito a modo de bosquejo buena parte de su quehacer compositivo que él mismo denominaba laboratorium artificiosum. […] en lo que a mi respecta, tú mi querido cielo, mi reino está en el aire, a menudo como el viento, así remolinean los sonidos, así remolinea con frecuencia también el alma, escribiría Beethoven el 13 de febrero de 1814 a su amigo y alumno, el conde, violonchelista y empresario teatral hüngaro Franz Brunsvick de Korompa.
Pese a todo, el compositor preparaba su trabajo concienzudamente, empezando por el material e instrumental de escritura. En sus últimos años Beethoven utilizaba plumas de acero para escribir, pero la mayor parte del tiempo lo hacía con las tradicionales plumas de ganso apropiadamente recortadas. Como Beethoven no tenía buena mano para las tareas artesanales delegaba en sus amigos, principalmente en Nikolaus Zmeskall, eso de sacarle punta a las plumas. Nicht außerordentlicher sondern Ordentlicher gewöhnlicher Federnmeister, wir erwarten wieder ein Außenordentliches Produkt ihrere Federnschwing-Kraft*, le pediría tanto a Tobias Haslinger como a su sobrino Karl.
Beethoven utilizaba papel industrial; adquiría o bien grandes pliegos o bien cuadernos de hojas rayadas que preparaba para su utilización. Antes de escribir una pieza de gran porte, como una sinfonía, trazaba líneas con una regla, dividiendo cada página en tres grandes compases, los que podía subdividir, según las necesidades, durante la escritura.
Cuando la composición en cuestión iba unida a algún texto, Beethoven reflexionaba intensamente sobre las palabras y escribía las indicaciones correspondientes donde las estrofas debían ir acentuadas para determinar corectamente el ritmo de los versos. Si se trataba de textos en otras lenguas, verbigracia la misa en latín, el compositor buscaba en los diccionarios el significado de las palabras.
Según la obra de que se tratara, Beethoven consultaba piezas similares de otros compositores o libros especializados en la Biblioteca Imperial, abierta al público en general, o en bibliotecas privadas. Así por ejemplo, buscaría y encontraría literatura secundaria sobre música hebrea en 1826 para planear la musicalización del texto de un oratorio sobre Saúl.
Mientras podía oír, Beethoven se valía del apoyo del piano para componer, como numerosos otros colegas suyos, mientras canturreaba. Beim Komponieren probierte Beethoven oft am Klavier, bis es ihm recht war, und sang dazu*, evocaría el virtuoso pianista, compositor y pedagogo Carl Czerny, alumno aventajado de Beethoven, para quien tocaría la parte solista de la Sinfonía número 5 cuando fue interpretada por primera vez el 11 de febrero de 1812 en Viena.
Cuando la sordera estaba ya avanzada, anotaría Czerny en su libro Anecdoten und Notizen über Beethoven:
Da Beethoven gewohnt war, alles mit Hilfe des Claviers zu componiren u manche Stelle unzählige mal zu probieren, so kann man sich denken, welchen Einfluß es hatte, als seine Gehörlosigkeit ihm dieses unmöglich machte. Daher der unbequeme Claviersatz in seinen letzten Sonaten, daher die Härten in der Harmonie, und, wie Beethoven selbst vertraulich gestand, daher der Mangel an fliessendem Zusammenhang u das Verlassen der ältern Form*.
En definitiva, Beethoven se vió obligado a adaptar su forma de trabajo y sus condiciones de vida en general, para que el ojo pudiera captar lo que el oído ya no podía controlar.
El hecho de que especialmente la Sinfonía número 9 se encontraba en su concepto general y no en su lenguaje musical, al contrario que sus últimas sonatas y sus últimos cuartetos para cuerda, era lógico, porque la magna obra estaba dirigida a un público amplio y debía permanecer inteligible, afirma el musicólogo y director de orquesta Jan Caeyers en su biografía Beethoven. Der einsame Revolutionär (Beethoven. El revolucionario solitario) publicado por la editorial C. H. Beck de Múnich. Grandes dificultades le planteaba el último movimiento, pero cuando pudo desenredar el nudo quedó en condiciones de concluir de forma relativamente rápida la sinfonía.
El desempeño de Beethoven es tanto más impresionante cuando uno tiene en cuenta los problemas que lo distraían y obstaculizaban en aquel momento, no solo por los denodados esfuerzos desplegados para vender en lo posible con rentabilidad su Missa solemnis, sino por los nuevos problemas de salud que lo acuciaban. En sus cartas y conversaciones el compositor menciona los problemas digestivos que lo atormentaban.
En abril de 1823 se quejaba de problemas de visión de modo que su médico, Karl von Smetana, le aconsejaría cuidar urgentemente la vista, porque si no no podría escribir una nota más sobre el pentagrama. A todas luces Smetana temía que Beethoven pudiera quedar ciego. Hasta marzo de 1824 los ojos le causaban mucha preocupación al compositor; solo podía trabajar pocas horas al día; tenía dolores y no soportaba la luz solar; le advertían permanentemte de que no se restregara los ojos cuando sentía picor. En 1825 parecía mejorar, pero en enero de 1826 volvieron los síntomas. Lamentablemente, de la evolución posterior no se sabe nada más.
Esa circunstancia, de que el compositor de la Novena no solo padecía de sordera, sino de que también estaba casi ciego es casi desconocida para la mayoría. En la percepción general, así como en su importancia para el propio afectado, los problemas de visión pasaban a un segundo plano frente a los de audición; lo que era comprensible, porque la paulatina pérdida del oído habría tenido tal grado de influencia sobre la vida y la labor de Beethoven que hubieran afectado su identidad y nuestra imagen de él.
Ciertamente, la vista le causaba a menudo muchos problemas. Desde muy joven se había percatado de que era miope y de que necesitaba gafas de mucho aumento y/o binoculares para ver de lejos. Más tarde necesitaría anteojos de lectura. A través de los apuntes de sus conversaciones asentadas en aquellos cuardenillos mencionados al comienzo se sabe de que acudía regularmente a especialistas oftalmólogos y a ópticos.
En 1923 padecía no solo de problemas de visión, sino de enfermedades oculares. Por los diferentes síntomas que acusaba: alta sensibilidad a la luz solar, dolores en los ojos y enturbiamiento de la vista, los expertos no excluyen de que se tratara de uveítis, la inflamación más habitual en la región intermedia del ojo. Durante largo tiempo la uveítis era considerada una dolencia idiopática, es decir la medicina no conocía entonces ni sus causas ni sus relaciones con otras enfermedades. Entretanto se sabe que puede haber una conexión directa entre la uveítis y la diabetes mellitus. En algunos casos un mal tratamiento de la diabetes puede conducir a la citada inflamación de la región intermedia del ojo.
Esto arroja nueva luz sobre el historial clínico de Beethoven. El consumo exagerado de alcohol daña no solo el hígado, sino que conduce a una inflamación crónica del páncreas que a su vez tiene como consecuencia un dramático descenso de la producción de insulina, provocando una diabetes mellitus tipo 2. La hipótesis sobre este complejo cuadro clínico de Beethoven se vió apoyada posteriormente por el concluyente informe médico de la autopsia que se practicó un día después de su fallecimiento.
Desde que el emperador Francisco II fundara en 1796 el Museo de Patología y Anatomía se había puesto de moda dejarse practicar autopsias. Los resultados de las investigaciones eran guardados en un archivo. También Beethoven había pedido que se estudiaran póstumamente las verdaderas causas de su sordera y de sus otras enfermedades. El preciso informe de la autopsia que elaboró el joven facultativo Johannes Wagner junto con el médico de cabecera de Beethoven, Andreas Wawruch, responde muchas de esas cuestiones.
El hígado de Beethoven se había reducido a la mitad del volumen normal y presentaba un aspecto correoso; el páncreas se había agrandado y endurecido. Esclarecedora era sobre todo una avanzada necrosis de las papilas renales, de decisiva importancia en la última fase de la vida de Beethoven. Esta degeneración de las papilas renales por muerte de sus células es rara, pero a su grupo de riesgo pertenecen evidentemente las personas adictas al alcohol y los diabéticos.
La inflamación de los ojos era solo una de las dolencias que apuntaban a un mal funcionamiento del páncreas. También otros síntomas que padeció Beethoven a lo largo de su vida pueden caer dentro de ese cuadro clínico: los ataques de gota cada vez más frecuentes, la lenta cicatrización de las heridas por las punciones del peritoneo en las postreras semanas antes de morir, la preocupante pérdida de peso en 1825 a pesar de mantener un apetito normal, los dolores de espalda a la altura de la cintura. A comienzos del siglo XIX no se sabía mucho sobre las interrelaciones de esos síntomas ni tampoco el papel fatal que puede desempeñar el excesivo consumo de alcohol.
Esporádicamente los médicos trataban de influenciar a Beethoven para que bebiera con moderación. En el verano de 1807 su médico de entonces, Johann Schmidt, le había recomendado que anduviera con cuidado, que trabajara menos, que durmiera, que comiera bien y que bebiera poco. El intento más radical lo emprendería, sin embargo, el Dr. Anton Braunhofer a comienzos de 1825. El galeno era un partidario convencido de la escuela de medicina de Viena, cuyos métodos podríamos describirlos hoy como orientados hacia la naturopatía. Entre sus principios figuraba el de activar las propias fuerzas de curación del cuerpo mediante el reposo físico.
Braunhofer le prescribió una dieta estricta; le prohibió tomar café, té, vino y condimentos. Por la mañana podía beber una taza de chocolate, pero durante el resto del día debía contentarse con una sopa (sin condimentos), huevos pasados por agua (sin pimienta) y un par de vasos de leche de almendras. Beethoven se resistía a ello y protestaba; había leído que un médico inglés de nombre Brown sostenía la tesis de que algunas enfermedades se producen no por exceso, sino por falta de estímulos y que podían ser combatidas con fuertes estimulantes.
Pero, Braunhofer se mantuvo firme aún cuando Beethoven lo amenazaba con cambiar de médico. Ni siquiera le permitía beber vino blanco diluído con agua. El médico tuvo éxito; tras un par de semanas de abstinencia Beethoven ya se sentía mejor, pudo regresar a su vida normal y reemprender su trabajo. Como expresión de agradecimiento, el compositor le dedicaría al sabio doctor Braunhofer el tercer movimiento (Molto Adagio) del Cuarteto de cuerdas número 15 en la menor op 132 (el penúltimo de sus 16 cuartetos de cuerda), titulándolo Heiliger Dankgesang eines Genesenden an die Gottheit, in der lydischen Tonart*. No debe extrañar de que Beethoven se sintiera aliviado, sobre todo por el final del martirio que tuvo que padecer por la severa dieta y abstinencia de alcohol.
El fuerte daño que le causara a su salud esa adicción al alcohol está fuera de toda discusión. Sin embargo, tras su muerte se ha tratado por todos los medios de negar o de banalizar su consumo de alcohol. Así, por ejemplo, se ha afirmado que raramente bebía más de una botella de vino (ya toda una exageración) con sus comidas. La anécdota sobre la apuesta que mantuvo con el director George Smart y que perdió Beethoven -ningún escarnio ante la genuina reputación de gran bebedor del británico- era aparentemente una prueba del escaso aguante que tenía Beethoven para la bebida.
Anton Schindler, abogado (del bufete que asistía legalmente a Beethoven), músico, compositor, secretario y biógrafo del genio de Bonn, fue por supuesto quien rechazaría terminantemente el informe del Dr. Wawruch, tras la autopsia, y lo atacaría por los tratamientos aplicados. En ese informe, publicado en la Wiener Zeitschrift für Kunst, Literatur, Theater und Mode después de la muerte de Wawruch en 1842, se aduce que Beethoven no solo en la última fase de su vida bebía considerables cantidades de bebidas alcohólicas de todas las calidades y orígenes.
Como el médico de cabecera certificaba que el eximio maestro tenía una marcada adicción al alcohol, Schindler intentaría en las últimas ediciones de su poco confiable biografía descalificar al facultativo, afirmando que Wawruch no conocía bien a Beethoven y que éste solo lo había consultado en algunas oportunidades, porque otros médicos eran inalcanzables en esos momentos. Para empeorar aún más las cosas y creyendo a pie juntillas que así no cabrían más dudas ni surgirían más malentendidos sobre la costumbre de beber del compositor, Schindler afirmaría por último en su libro que la bebida preferida de Beethoven era el agua fresca de las fuentes. ¡Bueno, Don Antón, está muy bien, pero no exagere!
Notas
1. No es extraordinario, sino maestro de plumas ordinario, esperamos un producto extraordinario de su habilidad como afilador de plumas
2. Beethoven solía componer haciendo pruebas al piano hasta que le gustaba y lo cantaba.
3. Beethoven componía con la ayuda del piano que utilizaba constantemente para hacer todo tipo de pruebas, llegado un momento su sordera hizo imposible seguir trabajando de esta manera y es sencillo entender las consecuencias. Ahí residen las causas del incómodo movimiento del piano en sus últimas sonatas, de las crecientes complicaciones armónicas y, como confesó el propio Beethoven, de la falta de fluidez y del abandono de las formas antiguas.
4. Canción sagrada de agradecimiento a la deidad, de un convaleciente, en clave de Lidia.
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