España - Madrid
De Arriaga a Piaf: fulgores de danza en la noche madrileña
Germán García Tomás

La Compañía Nacional de Danza ha inaugurado los Veranos de la Villa de Madrid con el mismo espectáculo que había presentado tan sólo unos días antes en el marco incomparable del Teatro del Generalife dentro del 69º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Frente a la pandemia que lo ha paralizado todo, el certamen estival madrileño ha apostado de lleno por la cultura con todas las garantías sanitarias, como la conocida obligatoriedad de mascarillas y la disposición de geles hidroalcohólicos. Con el objetivo de amenizar la actividad cultural de la capital española durante el mes de agosto, el director artístico del festival, Ángel Murcia, ha diseñado una variada programación de danza, teatro, circo, conciertos y zarzuela que se ha trasladado de forma íntegra a los muros del Conde Duque, como era tradición durante años, y en cuyo Patio Central se ha ofrecido este retorno a Madrid de la Compañía Nacional de Danza dirigida por Joaquín de Luz, que como es sabido, aún a día de hoy, sigue careciendo de sede fija al igual que el Ballet Nacional de España.
Cuatro coreografías conforman este espectáculo que nos propone un emocionante recorrido desde los más ortodoxos postulados de la danza clásica hasta el lenguaje más contemporáneo. La pareja de bailarines formada por Ana Calderón y Yanier Gómez protagonizan la primera de ellas y la más longeva de las presentadas, pues fue estrenada en los Teatros del Canal en 2014. Festival de las flores en Genzano, firmada por toda una autoridad del ballet en el siglo XIX como es August Bournonville, cuenta con la elegante música de Matthias Strebinger (1807-1874) y aquí con unos preciosos figurines de Santo Loquasto. Esta primera toma de contacto sirve para mostrar la ligereza de un movimiento puro y un virtuosismo equilibrado a través de pasos a dos de gran brillantez y ambos bailarines demuestran su resistencia, tanto las exigentes piruetas y saltos de Gómez como las puntas y arabescos de Calderón, si bien se requeriría un mayor trabajo físico del bailarín a la hora de equilibrar las posiciones de su compañera.
Un gran contraste nos llega a continuación de la mano de Love Fear Loss, un viaje por la vida íntima de la cantante francesa Edith Piaf, cuyas notas de inolvidables temas melancólicos como La vie en rose, Himne à l’amour y otros debidos a ilustres representantes de la chanson française como Jacques Brel (Ne me quitte pas) y Charles Dumont (Mon Dieu), resucita con elocuencia y alto voltaje el piano del maestro Óliver Díaz, situado en la esquina izquierda y al fondo del escenario desnudo. Mientras, en primer término tres parejas de baile desarrollan los sentimientos del título que nos quiere evocar la coreografía de Ricardo Amarante. Unos estilizados Haruhi Otani y Ángel García Molinero muestran sus movimientos siempre amables y acompasados en la primera parte, la del Amor, y la coreografía alcanza auténtico desgarro y confrontación en la parte central del Miedo (con unos entregadísimos Giada Rossi, de especial dramatismo en sus hermosas evoluciones, y Alessandro Riga). En otro registro al de su deliciosa Clara de Cascanueces, Cristina Casa exhibe en la Pérdida junto a Toby William Mallitt el ansia de liberación y la consumación del drama amoroso de la Piaf en un movimiento de expresión palpitante.
En tercer lugar, se nos ofrece A Suite of Dances, la coreografía de Jerome Robbins, mítico creador junto a Leonard Bernstein de West Side Story, sobre las suites para chelo solo de Johann Sebastian Bach que hace suya el director de la Compañía Nacional, Joaquín de Luz, todo un bis a bis con la violonchelista madrileña Iris Azquinezer. Resulta imposible desvincular los movimientos del bailarín, una amalgama de flexibilidad, extroversión, virtuosismo y cierta rusticidad, del discurso de Azquinezer, que penetra con intensidad y técnica impecable en las Suites bachianas, a las que se ha consagrado en exclusiva como intérprete comprometida, dedicando a ellas sus dos primeros discos en solitario. Ambos artistas compenetran sus respectivos lenguajes con una expresión natural asombrosa, demostrando sobre la escena una admiración mutua que es toda una delicia presenciar en el presente emplazamiento, pues este diálogo íntimo no podría ofrecerse mejor que bajo las estrellas de una tranquila noche veraniega, ya sea granadina o madrileña, principalmente ventosa el último día de función en esta coreografía.
Por último, con Arriaga, propuesta de ballet estrenada como la anterior en Granada el 22 de julio pasado, llega un plato fuerte dedicado al malogrado compositor vasco de principios del siglo XIX Juan Crisóstomo de Arriaga, fallecido con apenas 20 años. Es la coreografía más ambiciosa de esta tetralogía propuesta por la Compañía Nacional de Danza, una agrupación que vuelve a asombrarnos a la hora de demostrar que se mueve con entera facilidad y versatilidad por lenguajes expresivos radicalmente opuestos, aunque la aquí diseñada por Mar Aguiló, Pino Alosa y Joaquín de Luz, cuyos figurines de Andrea Pimentel proveen de telas de gasa amplias a los bailarines, parte de movimientos que podríamos clasificar de neoclásicos, para ir evolucionando progresivamente hacia expresiones hieráticas y hasta convulsivas, jugando con los espacios y las distancias, según demandan las formas de los cuartetos de cuerda que sirven de base para el diseño coreográfico.
A pesar de esas líneas angulosas, con poses algo forzadas visualmente, la coreografía aprovecha al máximo la belleza de una música de cámara de estilo rococó (grabada exquisitamente por el Cuarteto Oscar Esplá de Asisa) que destaca por la transparencia de la línea melódica y que parece encresparse por momentos, como plasman esos enfrentamientos e intercambios que vemos en el escenario entre los bailarines, integrantes de una sensacional compañía que pone el broche de oro a su participación de cinco funciones en Madrid para homenajear expresamente a los sanitarios que lo han dado todo en la lucha contra el coronavirus. Y es que, como los profesionales médicos, en Arriaga la compañía concluye su actuación moviéndose en hilera y fuertemente unida, haciendo piña frente a las impuestas distancias de seguridad.
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