Discos
Un acierto
Josep Mª. Rota

La oferta de Sony de cajas con integrales de compositores, solistas o directores es abundante, atractiva y a unos precios realmente asequibles. Afincado en los Estados Unidos, Bruno Walter grabó para Columbia Records, entre 1941 y 1961, el grueso del repertorio sinfónico germano, de Mozart a Mahler, pasando por Beethoven, Wagner, Bruckner y Brahms. Y la mayoría, por partida doble. Columbia los grabó y comercializó, especialmente los de la última época, “ad maiorem Bruno Walter gloriam”, pues no solo el nombre del maestro sino también su imagen acostumbra a presidir la portada de la carpeta del disco.
Sony ha tenido el acierto de sacarlo al mercado en una muy atractiva presentación. Tanto el disco compacto como la carpeta reproducen los originales. El disco reproduce el microsurco original y la galleta, también original, la de la cara A. El agujero, naturalmente, es el apropiado para los lectores de CD. La carpeta, de cartón reforzado, también reproduce los originales en la portada, la contraportada y el lomo. La contraportada, con interesantísimos ensayos y notas, del mismo Walter, de John McClure, etc., hay que leerla con lupa. Y no es una hipérbole. El lomo de la carpeta contiene, además, el número del disco, del 1 al 77, en este caso. La caja tiene el mismo formato que las ediciones dedicadas a George Szell o Leonard Bernstein. Por suerte, estas cajas Sony tienen un aspecto y un tamaño muy acertado, a diferencia de los cubos típicos, como el de Abbado, o el baúl de Bernstein, de Deutsche Grammophon, que no hay donde ponerlo. El precio, o los precios, porque he visto varios antes y después de que yo comprara mi caja, es muy atractivo. El contenido es sumamente interesante. Ahí está el gran repertorio, servido por uno de sus mayores intérpretes.
Pero esta edición conmemorativa no tiene solo un interés arqueológico, que sin duda lo tiene; tiene también un gran interés musical. Las grabaciones se dividen claramente en dos periodos, antes y después del infarto que sufrió el maestro a principios de 1957. En la primera etapa, la orquesta es casi siempre la Philharmonic-Symphony Orchestra of New York, que es como se llamaba entonces la New York Philharmonic. Por razones contractuales y mercantiles, en algunos registros de esa época Walter dirige la Columbia Symphony Orchestra, una orquesta de bolo formada con el exclusivo objetivo de grabar discos. Dicha orquesta estaba formada igualmente por músicos de la New York Philharmonic, de la Metropolitan Opera y de la NBC Symphony Orchestra. La “Pastoral” de Beethoven y la “Inacabada” de Schubert se grabaron con The Philadelphia Orchestra. Para el recital mozartiano de Ezio Pinza, la escogida fue la Metropolitan Opera Orchestra.
Después del infarto y con Bruno Walter residiendo en Beverly Hills, la orquesta fue casi siempre la Columbia Symphony Orchestra. A pesar de tener el mismo nombre, esta orquesta californiana no tenía nada que ver con su hermana neoyorquina, pues estaba formada principalmente por músicos titulares de Los Angeles Philharmonic, pero también de diversas orquestas de estudios cinematográficos de Hollywood. Se ha dicho siempre que la Columbia Orchestra del Oeste es inferior a la homónima de Nueva York; y que ambas son asimismo inferiores a la New York Philharmonic. No comparto esa opinión. Ninguna desmerece a otra. Es más, la New York Philharmonic tampoco está tan por encima de ellas ni al nivel de las mejores orquestas germanas. En mi modesta opinión, la cuestión está en que en los registros anteriores al infarto, es decir, en Nueva York, Walter tenía más garra; después del infarto, en Hollywood, la batuta del maestro es más blanda. Dicho así, groso modo, con muchísimas y variadas excepciones.
El grueso de los registros se lo llevan Mozart, Beethoven, Brahms y Mahler. Y son lo mejor de la edición. Su Beethoven es modélico, contundente, sin fisuras. ¡Cómo suena la cuerda grave, qué arranques, qué progresión! Hay dos ciclos de sinfonías enteros, en mono y estéreo. De la “Heroica” y de la Quinta se ofrecen hasta tres versiones. A cual mejor. Al lado de la aclamada Séptima, quisiera destacar las sinfonías 1, 2, 4 y 8, a menudo menoscabadas. Beethoven en estado puro. El gran Beethoven. La “Pastoral” de The Philadelphia Orchestra es adecuadamente bucólica. Excluyo de la excelencia una Novena de Nueva York gafada desde el principio, con un coro mediocre1. La Novena grabada en Hollywood, con Emilia Cundari, Nell Rankin, Albert da Costa y William Wilderman, sí es satisfactoria. ¿Lo mejor de lo mejor? Las oberturas Coriolano, Egmont, Leonora III y una infrecuente Leonora II. Apabullante. ¿Por qué no grabó más óperas, este gran hombre de foso?
De Brahms también se ofrecen dos ciclos sinfónicos, de Nueva York y Hollywood, respectivamente. Lo más destacado es la impronta que imprime Walter, la caracterización individual, en que cada sinfonía tiene su personalidad. Si los dos ciclos sinfónicos de Brahms son muy buenos, el Ein deutsches Requiem, en el que sobresalen Irmgard Seefried y George London, es excelente. En el mismo nivel de excelencia cabe colocar la Alt-Rhapsodie y el Schicksalslied. ¡Con qué belleza suenan los versos de Goethe y Hölderlin en la voz de Mildred Miller! Igual que en el caso de Beethoven, aquí también resultan imponentes las oberturas Trágica y Académica, junto con las Variaciones Haydn, bajo la batuta de Bruno Walter.
Su Mozart es robusto, directo, sin languidez, lejos de las visiones pretendidamente historicistas. En una época en la que Mozart era tenido en menor consideración que Beethoven o Brahms, Walter demuestra un amor por su obra, no solo en las grandes sinfonías finales, sino también en pequeñas joyas como la Música masónica. A su Réquiem, con grandes solistas (Seefried, Simoneau), le falta un punto de unción. The Westminster Choir sigue desmereciendo. Además de oberturas de óperas, se ofrecen recitales de Lily Pons, Ezio Pinza, Eleanor Steber y George London. Pinza canta las arias de Osmin y Sarastro en italiano, como era costumbre. Más curioso es el caso de Pons, que canta en italiano el aria de Konstanze y en francés las arias de Die Königin der Nacht, Cherubino y Blonde2. Steber sí canta en italiano o alemán cuando corresponde. London canta todas las arias de Le nozze di Figaro del Conde, Bartolo y Fígaro y tres arias de concierto. Un verdader placer escuchar a los cuatro.
En las obras concertantes de Beethoven, Brahms y Mozart, aparecen solistas de primer nivel, como Rudolf Serkin, Zino Francescatti, Pierre Fournier, Nathan Milstein, Isaac Stern y Joseph Szigeti. Bruno Walter es para nada un mero acompañante o maestro concertador. Su impulso está presente en todas ellas. Quisiera destacar el Doble concierto de Brahms, con Zino Francescatti y Pierre Fournier. Me ha gustado tanto más ahora como la primera vez que lo escuché en LP (CBS Masterworks).
Del Mahler de Bruno Walter, su asistente, amigo y confidente, sorprende que no lo grabara todo. Faltan las Sinfonías 3ª, 6ª, 7ª y 8ª. Lo que hay es de referencia, incluso dos Titán, una mono y otra estéreo, para poder comparar. Si las solistas de la Resurrección no aportan nada especial (incluido, una vez más el Coro Westminster), la presencia de Dési Halban sí añade interés a una Cuarta de 19453. Me han causado una honda impresión Das Lied von der Erde y Lieder eines fahrenden Gesellen, con Ernst Häfliger y Mildred Miller, una vez más, de solistas4. ¡Qué sentimiento, qué profundidad, qué belleza exhalada en cada verso!
No puedo decir lo mismo de su Bruckner. ¿Será cierto el aforismo que dice que los directores mahlerianos (Bernstein, Horenstein) no lo son brucknerianos y viceversa (Jochum, Celibidache)? Aquí se ofrecen una Cuarta, dos Séptimas (sin platillazo) y una Novena. Buen sonido estéreo, sin embargo. Menos satisfactorio aun es el Te Deum, con los mismos intérpretes de la Novena de Beethoven (Yeend, Lipton, Lloyd, Harrell y el inevitable Westminster Choir). Las intervenciones del coro resultan confusas, ya sea per se o por la toma de sonido (o ambas cosas).
El resto es muy variado. Las cuatro sinfonías de Haydn son versiones robustas, a la Mozart. Las Sinfonías 8 y 9 de Dvořák tienen realmente vida. ¡Qué lástima que no grabara más! En cambio, El Moldava, de 1941, no fluye. Tampoco levantan el vuelo Don Juan y Tod und Verklärung5. ¿Pasará lo mismo que con Bruckner? Sí es potente su Schubert, con las Sinfonías 5, 8 y 9, todas por partida doble, junto con la selección de Rosamunde. Magníficos conciertos de violín y piano de Mendelssohn y Schumann. De este último, además una enérgica “Renana” y una gema discográfica: Dichterliebe y Frauenliebe und-leben en la voz de Lotte Lehmann con el mismísimo Bruno Walter al piano6. Los dos discos dedicados a Wagner producen verdadero enfado. ¿Por qué tan poco? ¿Por qué solo fragmentos orquestales? ¿Por qué no grabó nada con Eleanor Steber, George London o, incluso, con Lotte Lehmann? ¡Qué ocasión perdida! Lanzados al mercado diversas veces (CBS Masterworks, Sony L’essentiel), siguen siendo un imprescindible.
Con el disco de valses de Johann Strauss se demuestra que los grandes directores del “gran repertorio”, sesudos, ariscos, aristocráticos o megalómanos (Kleiber, Knappertsbusch, Krauss o Karajan) han sido los grandes también en este repertorio. Finalmente, la Sinfonía 1 de Samuel Barber, que suena rarísima al lado de la Octava de Dvořák, y la Obertura de Iphigenia en Áulide, contundente y vital, grabada en directo en el Carnegie Hall junto con la Séptima de Bruckner. La edición se completa con una serie de discos hablados, ensayos y entrevistas. A pesar de ser interesantísimos, resultan lo más arqueológico, de otra época (no digo centuria o milenio por ser una perogrullada).
El libro de doscientas páginas se divide en tres partes. Hasta la página 45, contiene un ensayo de Erik Ryding, en las tres lenguas al uso, sobre Bruno Walter, con abundantes fotografías. La parte central del libro está dedicada a la información sobre cada uno de los discos: pistas, duración, fechas, lugares, matrices e ingenieros. No solo se reproduce la carpeta original del disco, sino también la de los discos que se han editado junto con otros para aprovechar el espacio; también se reproducen portadas de ediciones en 78 rpm. De vez en cuando se intercalan fotos de los intérpretes, comentarios sobre los registros y documentos varios, como contratos, telegramas o diarios de sesiones de grabación. La tercera parte del libro, utilísima, por cierto, contiene diversos índices, por autores, por fechas y por casas discográficas, de los discos de Bruno Walter. A precio más que atractivo, imprescindible.
Notas
1.- Walter no quedó contento con el balance entre orquesta y voces (Irma González, Elena Nikolaidi, Raoul Jobin y Mack Harrell) y volvió a grabar el cuarto movimiento (con Frances Yeend, Martha Lipton, David Lloyd y el mismo Marck Harrell). El libro publica un par de telegramas intercambiados entre Bruno Walter y Eleanor Steber, la soprano elegida para grabar la sinfonía. Lamentablemente, los intereses mercantiles prevalecieron sobre los artísticos y Steber no grabó. Con la segunda 'Novena' en Hollywood también hubo problemas. Bruno Walter no estaba contento con ninguna agrupación coral de la Costa Oeste; así pues, luego de grabar en Hollywood los tres primeros movimientos, se volvió a Nueva York y grabó el cuarto movimiento con el Westminster Symphonic Choir. A pesar de que la orquesta lleva el mismo nombre, Columbia Symphony Orchestra, los músicos eran otros. Les aseguro que no se nota la diferencia.
2.- Alice-Joséphine Pons, francesa naturalizada estadounidense, era hija de padres catalanes. Ezio Pinza fue uno de los cantantes favoritos de Bruno Walter. El supuesto romance de Ezio Pinza con la hija de Bruno Walter, Gretel, provocó que el marido de ella, el arquitecto y director de cine Robert Neppach, la matara y luego se suicidara. La mujer de Bruno Walter entró en profunda depresión y murió unos años después. Bruno Walter jamás se perdonó que fuera él quien presentó a Ezio Pinza a su hija Gretel.
3.- La soprano austríaca Désirée Louise von Halban era hija de la también soprano Selma Kurz, favorita del público vienés cuando Gustav Mahler era el director de la Wiener Hofoper.
4.- No se ofrece en la edición el registro de los Kindertotenlieder que Bruno Walter grabara con Kathleen Ferrier y los Wiener Philharmoniker para HMV y que Columbia también comercializó, como cara B del LP del Te Deum de Bruckner, primero, y luego en otras ediciones. En la filial Odyssey Records venía como complemento de la sinfonía nº 3.
5.- Cuando Bruno Walter se vio obligado a retirarse del concierto del 20 marzo de 1933 con los Berliner Philharmoniker por culpa de las amenazas de disturbios anunciados por Josef Goebbels, fue Richard Strauss quien lo sustituyó en el pupitre de director. “El compositor de Ein Heldenleben (Una vida de héroe) no tuvo reparos en sustituir a un colega apartado a la fuerza” recordó luego Bruno Walter.
6.- Charlotte Lehmann había fijado su residencia en Santa Bárbara, California, muchos años atrás. Con Bruno Walter ya había colaborado no solo en el teatro o el disco (memorable Die Walküre) sino también en recital.
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