Reino Unido
Ópera en tiempos de COVID (II): Última cena en la Grange Park Opera
Agustín Blanco Bazán

“¡Oh Peste, loor a tu reino!” Con esta alabanza ha pasado a la posteridad la obrita Un banquete en tiempos de peste de Pushkin. Fue musicalizada como ópera por César Cui en 1901. Y por el joven compositor británico Alex Woolf (1995) en este mortífero 2020, con un libreto basado en Pushkin escrito por David Poutney. Escrito y compuesto un poco a las apuradas, y en medio de los encierros de esta isla tristemente encarcelada por el Covid y el Brexit. Pero es precisamente a través de improvisaciones de último momento que saltan talentos artísticos genuinos. El libreto es ágil y ocurrente, y la música, una original y efectiva condensación que abarca desde lirismo puccinianos y fraseo modulado al estilo de Benjamin Britten hasta un cabaretismo reminiscente de Kurt Weill y Leonard Bernstein. Frente a las restricciones sanitarias actuales y como alternativa a tímidas funciones con poco público al estilo Glyndebourne, la Grange Park decidió seguir viviendo a través de este estreno absoluto transmitido en su sitio web. Y con la atracción de un elenco que incluyó a algunos de los mejores cantantes británicos en la actualidad.
La obra se divide en dos partes: Llegada (34 minutos, grabada el 7 de octubre) y Partida (45 minutos, grabada una semana después). Llegada de doce personajes que escapan de la peste sabiendo que van a morir por ella, y partida hacia esta muerte anunciada con sardónico humor negro bien al principio y a lo largo del banquete servido en la larga mesa que sirve de decorado único. La llegada más agresiva es la de la moto de Antoine, un playboy interpretado por Simon Keenlyside con convencido desparpajo. Su momento estelar llega cuando le toca encabezar un arrebatador brindis junto a Elena, la señora finolis con quién desaparecerá poco después. Claire Booth la interpreta con convicción y con un momento de histrionismo cuando reaparece para anunciar que Antoine ha muerto haciendo el amor, como corresponde a su dignidad de playboy.
Todos los personajes tienen un aria en este divertimento cantado, cuyo elemento de dramaturgia más notable es, creo, el escalofriante contraste entre la comicidad amarga de los condenados y los momentáneos silencios que precipitan sobre todos ellos la inminencia de un final inexorable. Los fragmentos al estilo Puccini quedan reservados, claro está, a la pareja de recién casados que a diferencia de los demás no tendrán tiempo de desarrollar el cinismo necesario para reírse de la muerte. También Lidochka, la hija de la cocinera, morirá como una pucciniana que no ha tenido tiempo de probar el amor para después reírse de él.
El final: todos muertos salvo la abuela que permanece viva para el eterno milagro teatral de la resurrección de todos los personajes. La obra concluye con una cacofónica y prolongada carcajada, tal vez más siniestra que la misma muerte.
Pero el gran número, el que tiene garantizado un lugar de privilegio en los recitales de cualquier cantante que quiera arrebatar a sus audiencias, corresponde a la adivina aquí interpretada con irresistible vena cabaretística por la Adivina de Susan Bullock. Los demás personajes le ayudan a subirse a la mesa para cantar y bailar estos cuplés jazzísticos donde cuenta como ella ha podido predecir todo, desde el Titanic hasta la muerte de Diana y Dodi, incluyendo el Brexit, la caída de Margareth Tatcher, el casamiento de Guillermo y Kate y en doble alusión al hermano de aquel y la novela famosa, “el final de Harry Potter.” Y en el único toque de optimismo de la obra nos predice que el virus seguirá hasta el 2021.
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