Recensiones bibliográficas

Perspectivas sobre Donald Trump

Joe Biden, la compleja tarea de restaurar la confianza

Juan Carlos Tellechea
martes, 10 de noviembre de 2020
Geschichte der USA © 2020 by Kohlhammer Geschichte der USA © 2020 by Kohlhammer
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La mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos están hartos de las mentiras y del caos en la Casa Blanca. Pero se necesitarán muchos años para limpiar el montón de escombros dejado por Donald Trump y poner al país de nuevo en orden. Será ahora Joseph Biden (hijo), quien prestará juramento el próximo 20 de enero de 2021, a las 12 horas (de Washington), como 46º presidente de los Estados Unidos de América, el encargado de emprender la engorrosa tarea de restaurar la confianza perdida y unir nuevamente a la ciudadanía. Será además una fecha histórica, porque por primera vez asumirá también la vicepresidencia del país una mujer, Kamala Harris, nacida en una familia de inmigrantes, de madre india tamil y padre jamaicano.

A principios del siglo XXI, Estados Unidos de América es la única superpotencia que queda en un mundo cada vez más confuso, afirma el catedrático de historia Volker Depkat, de la Universidad de Regensburg, en su libro Geschichte der USA (Historia de los Estados Unidos de América)*, publicado por la editorial Kohlhammer, de Stuttgart.

La democracia de Estados Unidos, fundada sobre una base revolucionaria, aún no se ha completado, y si bien no ha avanzado siempre en línea recta hasta convertirse en una superpotencia hegemónica mundial, fue y sigue siendo pionera en muchos campos de nuestro mundo moderno, subraya el catedrático especializado en estudios estadounidenses.

No hay nada que odie más Donald Trump que perder y...¡ha perdido! Pasará a la historia como uno de los 11 presidentes norteamericanos que solo cumplieron un solo mandato y que buscaron la reelección sin conseguirla, entre ellos George Bush (padre) y Jimmy Carter, lo que demuestra cuán extraordinaria es la elección de un presidente de los Estados Unidos.

También es doloroso para el narcisista Trump que Joe Biden haya ganado, principalmente porque su nombre no es el de él, Donald Trump. El demócrata no tiene un carisma especial y no es portador de esperanzas como Bill Clinton o Barack Obama. El mentiroso, racista e ignorante Trump llamó maliciosamente a su oponente sleepy Joe, calificándolo además del peor candidato de la historia de la política.

Casi todos los líderes mundiales, incluída la canciller alemana Angela Merkel, han felicitado ya a Joe Biden por su victoria electoral; el único que no lo ha hecho, que insiste en su negacionismo, como un niño malcriado, majadero y caprichoso, (al menos hasta el instante de escribir estas líneas) es el perdedor (loser) Donald Trump; lo que es sintomático y muestra a las claras su enferma personalidad.

Esta elección no fue una decisión entre diferentes posiciones o direcciones políticas. Fue un referéndum sobre el presidente. Con una participación electoral récord, una pequeña mayoría de los estadounidenses ha expresado que ya están hartos de las mentiras, la vulgaridad y la incompetencia en la Casa Blanca. Esa mayoría está agotada por la histeria que domina la política estadounidense y ha decidido poner fin a la era Trump.

Trump, el presidente más impopular en la historia de los Estados Unidos

Biden reunió en esta elección presidencial una mayoría de votos (75,2 millones) y de compromisarios electorales (290). Hace cuatro años, Trump logró entrar en la Casa Blanca sin mayoría de votos (solo con un mayor número de compromisarios electorales). Desde entonces, nunca ha intentado dirigirse a quienes lo rechazaron. En cambio, ha intensificado la polarización con sus políticas para una minoría y ha desestabilizado el país, provocando el caos constantemente. Trump ha sido más impopular que cualquiera de sus predecesores: como primer presidente en la historia de las encuestas de opinión, nunca pudo obtener la aprobación de más del 50 por ciento de los estadounidenses. La derrota es, por lo tanto, una consecuencia lógica.

También sería un error justificar este hecho solo por la pandemia del COVID-19. El virus destruyó la buena situación económica y, con ella, la historia de éxito más importante de Trump. Pero Biden ha estado liderando las encuestas durante más de un año, incluso cuando su candidatura cayó en picado debido al pobre desempeño en las primeras primarias y Trump al mismo tiempo alcanzaba una plusmarca en las cifras económicas. Tampoco es coincidencia que hace año y medio el jefe de estado norteamericano intentara forzar una campaña de desprestigio contra su más probable oponente, presionando al presidente de Ucrania. El propio Trump conocía ya el peligro que representaba Biden desde mucho tiempo antes.

El hecho de que se mude a la Casa Blanca como presidente en el tercer intento es la culminación de una carrera de décadas para nada sencilla. Biden ya había probado por primera vez hace más de treinta años, quizás por eso, a menudo, parecía como si estuviera fuera de este tiempo en la larga campaña electoral 2019/2020. Se nota su vejez. Pero Biden, un multilateralista por convicción, es consciente de ello. Se ha referido a sí mismo como un candidato para la transición y eso es una ventaja en estos momentos. Frente a la pandemia desenfrenada, una profunda crisis económica con millones de desempleados, una alianza transatlántica dañada y una peligrosa división político partidaria del país, no es el momento para reformas disruptivas o experimentaciones políticas. Estados Unidos necesita, en cambio, nuevamente estabilidad y confiabilidad en la Casa Blanca.

Hay confianza en Biden para restaurar la confianza, así de sencillo. Se formó políticamente en el Senado, donde la capacidad de alcanzar un consenso y la cooperación no partidista se daban por sentadas hasta hace unos años. También es un pragmático y no un ideólogo. Difícilmente podrá llenar las trincheras que se han abierto en los últimos años. Pero tal vez pueda volver a crear una base para el diálogo, sin el cual el proceso de recuperación es inútil. Esta elección ha dejado terriblemente en claro que los partidarios de los dos campos políticos viven geográfica, cultural y medialmente en mundos paralelos que apenas se superponen. Durante la campaña electoral, Biden prometió ser el presidente de todos, incluyendo a los que no lo eligieran.

No se avizora un fin del trumpismo

Sin embargo, ambas partes tienen que arremangarse y echar una mano. Pese a la reconquista de la Casa Blanca, la elección fue decepcionante para los demócratas, en general. La ansiada oleada azul ni siquiera llegó a ser una onda. La toma del control en el Senado probablemente no tendrá éxito. Eso convertirá a Biden en el primer presidente demócrata en casi 140 años sin mayoría en ambas cámaras del Congreso, lo que le limitará enormemente su margen de maniobra y le reventará todos los sueños de introducir reformas progresistas de gran alcance. El resultado será un bloqueo permanente o la ardua búsqueda de compromisos. Los enormes desafíos hacen que esto último sea imperativo. Biden tiene práctica y conoce a los influyentes senadores republicanos gracias a años de colaboración. La cuestión sobre si su propio partido tiene la capacidad para hacerlo está aún abierta.

Más importante aún será saber qué conclusiones sacarán los republicanos de las elecciones. Por dolorosa que sea la pérdida de la Casa Blanca, al partido le fue muy por encima de las expectativas. Esto también es gracias a Trump, quien ha desarrollado un poder de movilización sin precedentes para el GOP (Grand Old Party), el Viejo Gran Partido.

Bajo su mandato, los republicanos han cambiado fundamentalmente en términos de contenido y de personas. El resultado del martes hace poco probable un rápido regreso a las fuerzas moderadamente conservadoras que apoyan al estado. Más bien, los numerosos trumpistas del partido se verán confirmados en su postura. Éstos, y quizás el propio Trump en segundo plano, pueden seguir marcando el rumbo a mediano plazo. Ello hará que el consenso bipartidista sea extremadamente difícil. Dos interesantes libros de reciente aparición analizan el futuro del partido Republicano, Why We're Polarized, de Ezra Klein, y Divided We Fall, de David French.

Trump llegó al poder para romper el orden existente. Lo ha hecho, en su propio partido (usurpándolo), en Estados Unidos, y en todo el mundo. Desescombrar llevará muchos años, si es que es posible lograrlo. Biden se enfrenta a varias crisis agudas mientras aborda el daño que Trump ha hecho a la imagen de Estados Unidos y a sus instituciones. Inicialmente, su atención se centrará por completo en el interior, probablemente para decepción de Europa, que anhela un resurgimiento de la importantísima relación transatlántica. Sin embargo, esta elección es una señal más allá de las fronteras estadounidenses. Fortalecerá la democracia liberal cuando el país más poderoso del mundo, geopolítica y económicamente hablando, con su gran resplandor, ya no estará gobernado por un demagogo autoritario.

Biden es un constructor de puentes, y muchas veces se han subestimado sus habilidades.

No fue por casualidad que el ex vicepresidente de 77 años que ha estado en la política durante décadas y es respetado por muchos, se convirtiera en el candidato del partido Demócrata. La decisión fue consciente para él, sabedor de que es un constructor de puentes con experiencia, y alguien con quien el mayor número de votantes puede estar de acuerdo, dentro y fuera de un partido muy heterogéneo como el suyo.

Ante la pandemia, el deseo de normalidad, de concentrarse en lo esencial, se ha vuelto aún mayor en los Estados Unidos y en todo el mundo. Joe Biden es el hombre perfecto para esta tarea, pese a su edad y a su finura retórica. Quizás su mayor habilidad es que puede escuchar, y que se las arregla para reunir lo mejor, lo más graneado a su alrededor. No todos los líderes son capaces de soportar a buenas personas en su entorno que posiblemente puedan eclipsarlo.

Joe Biden no rehuye este riesgo, al contrario: lo utiliza a su favor; como es el caso de la sabia decisión de elegir a Kamala Harris como candidata a la vicepresidencia. El partido Demócrata no ha estado muy unido en las últimas épocas, tal vez hasta demasiado tiempo irreconciliablemente dividido en sus diversas alas; un hecho que tampoco debiera olvidarse. De ahí que Biden haya resultado ser una buena elección interna.

Habrá que ver ahora qué hará con este apoyo y cuán constructivamente actuará frente aun partido Republicano humillado. Pero la conformación de un gabinete en el que puedan encontrarse experiencias y visiones de futuro, así como una amplia gama de posiciones políticas, es una idea emocionantte. Es de suponeer que Biden procure integrar en su gabinete ministerial a un repúblicano moderado.

Su pretensión de volver a unir al país es más que una simple frase retórica. Al igual de que la decencia y la moralidad deben volver a convertirsse en las pautas de la fuura acción política. Sin embargo, hay una cuestión que muchos se formulaban en estos días previos a las elecciones: ¿quiere el país estar realmente unido? Tras cuatro años de Trump, Estados Unidos tiene ahora la oportunidad de encaminarse de forma diferente hacia el futuro, solo le falta implementar esa voluntad expresada en las urnas.

Institucional y culturalmente, el racismo todavía está profundamente arraigado en la sociedad estadounidense, señala el profesor Volker Depkat de la Universidad de Regensburgo en recientes entrevistas de prensa. Pero en Estados Unidos ya no solo existe la confrontación entre blancos y negros, sino que ahora también se trata de pobres contra ricos. La sociedad estadounidense siempre ha funcionado sobre la base de que la gente al menos creía que el progreso era posible. Estados Unidos siempre fue optimista sobre el futuro, eso ha desaparecido por el momento. Solo se escucha repetidamente la palabra crisis, crisis, crisis. En el terrible discurso de inauguración de Trump de 2016: no había ni rastros de esperanza, era una alocución totalmente antiestadounidense.

El golfista Trump tiene su ático en Manthattan, donde vive como un multimillonario, aunque su situación económica y financiera real sea, por el momento, una incógnita ocultada celosamente, como uno de los mayores secretos de estado (es probable que el acreedor más importante sea el Deutsche Bank con varios centenares de millones de dólares en rojo, pero la institución crediticia alemana también guarda silencio). Su situación es muy complicada, porque sin la protección de la Casa Blanca puede perder también su inmunidad y verse enfrentado a una treintena de procesos penales por diversos presuntos delitos en el estado de Nueva York, entre ellos el de evasión fiscal. Por esa razón, el periódico New York Times vaticina que Trump se decidirá por residir finalmente en el estado de Florida cuando se convenza de que debe abandonar su guarida actual.

Sus seguidores más leales (entre ellos los latinos) a los que engaña e hipnotiza cuando difama a Biden, están entre las personas con las que tiene menos conexión social y que creen a pie juntillas que él es un exitoso empresario. Esta es otra paradoja de la sociedad estadounidense, porque ¿qué puede ver en Trump un trabajador que acaba de perder su empleo en la fábrica?, se pregunta el catedrático Volker Depkat. Esta es la contradicción que debe desaparecer lo antes posible cuando Trump sea desahuciado de la Casa Blanca.

Notas

1. Volker Depkat, "Geschichte der USA", Stuttgart: Kohlhammer, 2016, 373 seiten. ISBN 978-3-17-018797-9

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