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Don Giovanni abre y cierra (de momento) la nueva temporada del Liceu

Jorge Binaghi
miércoles, 18 de noviembre de 2020
Loy, Don Giovanni © 2020 by A. Bofill Loy, Don Giovanni © 2020 by A. Bofill
Barcelona, miércoles, 28 de octubre de 2020. Gran Teatre del Liceu. Don Giovanni, 29 de octubre de 1787, Teatro Nacional de Praga. Libreto de L. Da Ponte y música de W. A. Mozart. Puesta en escena: Christof Loy (repositor: Axel Weidauer). Escenografía: Johannes Leiacker. Vestuario: Ursula Renzenbrink. Luces: Olaf Winter. Intérpretes: Christopher Maltman (Don Giovanni), Adam Palka (El Comendador), Miah Persson (Doña Ana), Véronique Gens (Doña Elvira), Ben Bliss (Don Octavio), Luca Pisaroni (Leporello), Sara Blanch y Toni Marsol (Masetto). Orquesta y coro del Teatro (preparado por Conxita García). Dirección musical: Josep Pons
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A La clemenza di Tito le correspondió el ‘honor’ de haber sido la última ópera (aún con representaciones pendientes) de la pasada temporada del Liceu interrumpida de golpe por el (¿primer?) confinamiento. Esperemos que Mozart no se haya vuelto gafe para la lírica en la Ciudad Condal puesto que la primera ópera escenificada con que se declaró oficialmente abierta la nueva temporada fue este Don Giovanni sobre el cual bajó, en esta fecha que comento, otra vez el telón y cuando quedaban también más funciones (ahora se transmitirá en streaming el 8 de noviembre, día previsto para la última representación).

Tras un concierto lírico de campanillas pero con piano y un Trovatore en forma de concierto al que asistí pero con una entrada ‘normal’ (del que lo único destacable fue el debut de Gustavo Dudamel como director de ópera en su primer contacto con la obra de Verdi y, sobre todo, el monumental Conde de Luna encarnado por Ludovic Tézier) en este título debía ‘normalizarse’ (si lo normal es vender menos de la mitad del aforo y cargar todo el tiempo con la irritante mascarilla) la actividad. Y en cambio … no es posible saber cuándo se reanudará ni en qué condiciones (de nada valió que el Teatro hiciera el esfuerzo -y el público, alguno de cuyos integrantes se supone que aún trabaja- adelantando la función). Como al parecer estas actividades (subsumibles para algunos bajo la rúbrica ‘ocio’, donde nos enteramos de que una ópera de Mozart y una discoteca, en ambientes notoriamente distintos por las medidas de prevención tomadas y por la respuesta de los asistentes) son ‘no esenciales’, cerrojazo y a otra cosa.

Ni siquiera cabe comentar la situación de desprotección en que quedan los artistas: que cambien de oficio como dijo cierto ministro inglés mimetizado con la disparatada conducción (¿) de su país. Total, reconvertirse en auxiliar informático es fácil para un bailarín y los puestos de ese tipo los están esperando con las puertas de las empresas abiertas de par en par. Uno no logra entender cómo semejantes burros llegan al poder (claro que si miramos en casa en dirección de Madrid…) y se mantienen en él sin dimitir e incluso logrando nuevos consensos ‘democráticos’ (el cerdo no es el culpable sino quien le da de comer).

Y pasemos a esta representación. Uno trata de entenderlo todo en estas circunstancias, pero desde que vi el anuncio de la temporada me pregunté por qué otra vez esta ópera (una maravilla ciertamente) a escasos tres años de su última representación también con una nueva producción prestada, con el mismo director y una de las cantantes en un rol distinto, y otra en el mismo que ya había cantado hace tiempo. Para más inri se ofreció una especie de versión de Praga (supongo que por más breve) con la supresión del concertante final (que los críticos aún discuten si tuvo lugar o no), de la gran aria de Elvira (y hasta ahí vamos con coherencia), pero si la supresión del dúo ‘Per queste tue manine’ es normal, que yo sepa el aria nueva para el tenor fue en Viena ‘Dalla sua pace’ mientras que la más larga y difícil ‘Il mio tesoro’ ya estaba en Praga. Y en general, aquel reparto, no exento de reparos, resultó superior al actual, así como la dirección del mismo maestro fue menos monolítica, lenta y definitivamente sombría, como si estuviéramos frente a una ópera seria, cosa que seguro este título no es. Buena la labor de la orquesta y ajustado el coro en su escasa intervención.

Seguramente lo mejor vino del protagonista. Maltman es un cantante importante, con técnica, estilo y excelente capacidad actoral. Que aquí tanto el amo como el sirviente sean maduros fue interesante y bien servido por ambos. Tal vez la voz al haber adquirido tal consistencia y volumen haya perdido un poco de agilidad, pero fueron contados los momentos en que se notó. Pisaroni hizo un muy buen Leporello en lo escénico y bueno en lo vocal aunque lo mejor estuvo en el segundo acto. Durante casi todo el primero, y eso incluye su importante aria, el timbre era clarísimo, más que el de Don Juan, y para mí sigue siendo un misterio que se defina como bajobarítono (incluso al principio de su carrera lo definían ‘bajo’).

Persson es mejor Doña Ana que lo que fue en la última edición como Elvira, pero si bien es buena cantante y artista, y fue muy aplaudida, bajó agudos en su primera aria, sonó siempre metálica en ese sector del registro, y sus agilidades no fueron nunca un modelo de precisión. Gens, que había encarnado a Elvira hace años, volvió a hacerlo y, beneficiada por el color más oscuro de la voz con el paso del tiempo y sin el peso de su gran aria, resultó más interesante que entonces aunque no creo que falten Elviras que aún no hayan pasado por el Liceu. Bliss, ganador hace cinco años de algunos premios importantes del Viñas, volvió a impresionarme como entonces, o mejor dicho no me impresionó. Canta bien pero es tan desangelado en su canto como en su actuación (tiene como excusa para lo último que Don Octavio es probablemente el personaje menos interesante de todas las grandes óperas de Mozart) y su técnica ‘a la inglesa’ lo pone al abrigo de problemas, pero lo hace absolutamente impersonal.

Palka es un hombre joven y de voz importante, pero debería revisar la emisión del agudo, que es francamente mala y me hizo recordar lo peor de algunos bajos del Este de Europa de medios importantes pero afinación y/o impostación errática. Se movió bien, pero para Comendador muy joven.

La pareja de aldeanos no fue la prevista gracias a este molesto virus. Con cuatro horas se hicieron cargo de las respectivas partes Blanch y Marsol. El estuvo bien y con mucho aplomo, que fue lo que le faltó a ella, normalmente tan pizpireta: el apuntador se merecería un aplauso. Luego de ‘Batti batti’ salió un momento del escenario para volver con la partitura en la mano: fue tal vez poco grato de ver, pero necesario. Incluso la voz sonaba más pequeña y con menos brillo que el habitual (de todos modos se llevó su buena ración de aplausos). Es cierto que gracias a ambos se pudo llegar a ver esta función. Había mucho público, pero aunque en el Teatro se negaba la posibilidad del cierre, la misma estaba en el aire y eso afectaba el ánimo de varios espectadores y con razón. Al final los peores presagios se confirmaron. Un turista de esos que viajan por ver óperas, conciertos, ballets y etc. manifestaba su esperanza en la lucha política para lograr ver algo en otros teatros de España. Hasta ahora lleva razón. Cada uno piense lo que quiera.

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