Recensiones bibliográficas
Chalet Monet, casa-museo de Joan Sutherland y Richard Bonynge
Raúl González Arévalo
En la era de Instagram, los youtubers e influencers, un libro como Chalet Monet. Inside the home of Dame Joan Sutherland and Richard Bonynge es una auténtica rareza, casi una reliquia de un pasado reciente, en el que la tecnología y lo audiovisual no dominaban todo. Desde luego, no hay libro electrónico que pueda competir con su presentación lujosa –tapa dura y papel satinado– y el despliegue de 1.000 fotografías a lo largo de casi 350 páginas. Si además los beneficios se dedican al Programa de Becas de la Fundación Joan Sutherland-Richard Bonynge para jóvenes cantantes con talento –correspondiendo a las ayudas que ellos recibieron a principios de los 50 para trasladarse al Reino Unido desde su Australia natal– sobran los motivos de interés para adquirir el libro.
Los grandes ídolos, elevados a la categoría de mitos de la cultura popular, siempre han levantado la curiosidad del público. En el mundo de la ópera el punto de partida se puede situar en la edad de oro del bel canto, dominado por los castrados, con nombres como Farinelli o Caffarelli como ejemplos máximos. El Romanticismo del siglo XIX tuvo sus propios mitos, entre los que destaca por derecho propio María Malibrán, exponente supremo del dicho maldito Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver. El siglo XX también tiene nombres propios: Caruso, Callas, Pavarotti y Domingo fueron megaestrellas que superaron con mucho los límites de la ópera para alcanzar una categoría mediática al alcance de muy pocos.
Entre los grandes cantantes de la segunda mitad del Novecientos hay una figura que ciertamente fue conocida por su música y por ninguna otra cuestión, ni escándalos sentimentales, ni cancelaciones mediáticas, ni problemas fiscales ni acusaciones escabrosas: Joan Sutherland. Su talla histórica se acompaña de un legado discográfico impresionante, de una coherencia al alcance de muy pocos, tanto por la adecuación de la inmensa mayoría de sus elecciones como por la renuncia al crossover que figuras como Caballé, Pavarotti y Domingo sí han practicado, con resultados dudosos. Su fallecimiento el 10 de octubre de 2010 conmocionó el mundo de la lírica, justamente, y su figura fue objeto de múltiples obituarios y despedidas. Desde estas páginas también le rendí mi pequeño homenaje.
La figura musical de Joan Sutherland (1926-2010) y su talla histórica no solo no se pueden comprender, sino que solo fueron posible gracias al papel que tuvo en su carrera su marido, el director de orquesta Richard Bonynge (1930-). Una década después de la desaparición de la soprano australiana y con motivo de su 90 cumpleaños, su viudo abre las puertas de su hogar, el mítico Chalet Monet, meta de peregrinación y destino de muchas cartas de aficionados cual Graceland en Memphis.
Como él mismo explica en la introducción del volumen, cuando a Richard Bonynge le propusieron un libro conmemorativo sobre ambos desechó de inmediato la idea de un formato clásico, un campo cubierto por la biografía autorizada de Norma Major –esposa del ex primer ministro británico John Major, amigos de la familia– y la propia autobiografía de la cantante. De ahí la idea de abrir las puertas de su hogar, que no es uno cualquiera.
No cabe duda de que las casas expresan la personalidad de sus ocupantes, sus intereses y sus gustos. En este sentido, Chalet Monet es absolutamente representativa de la trayectoria vital y artística del tándem Sutherland-Bonynge, y en una grandísima medida, una creación del segundo, como la carrera de ella. Su interés va mucho más allá de la mera curiosidad de sus admiradores, pues la pasión coleccionista del director le ha llevado a hacerse con piezas de mobiliario de indudable valor. Junto con la colección de partituras por la que es famoso hay volúmenes; bocetos de vestuario y escenografía; retratos en todo tipo de soportes de cantantes desde el siglo XIX hasta nuestros días; porcelanas conmemorativas de óperas, intérpretes y bailarines, así como un amplísimo muestrario de fotografías, fundamentalmente profesionales, pero también familiares, y cuadros de los protagonistas. Está todo excelentemente recogido en un millar de fotografías, obra del conocido fotógrafo suizo Dominique Bersier, que harán las delicias de los admiradores de la pareja.
El volumen se articula como el catálogo de un museo por salas, estructurado como si fuera una ópera. La obertura incluye el prólogo de Marilyn Horne; la motivación del libro y el entorno de la casa: la localidad de Les Avants (Suiza) y cómo llegaron en los años 60. El primer acto se dedica a la vivienda propiamente dicha, de tres pisos, con temáticas concretas, en ocasiones con el nombre en francés. Así, la planta baja contiene la entrada, la habitación de dibujo, la sala de cartas, el comedor y la cocina, con capítulos dedicados a Maria Malibran y Jenny Lind. A nivel del jardín se encuentran el estudio de Bonynge y la biblioteca. En la primera planta se sitúa el apartamento de Joan Sutherland –la estancia más personal de las que salen–, la sala de música en la que ambos ensayaban y estudiaban, la habitación de invitados verde, y un capítulo sobre Nelly Melba. En la segunda planta está la habitación española, con objetos y mobiliario español y sudamericano.
El segundo acto lo ocupa el jardín de la propiedad –la jardinería era una de las pasiones de Joan Sutherland– mientras que el tercero se centra en las colecciones de Richard Boynge: dibujos y bocetos, pinturas, figurines, carteles teatrales y caricaturas de la australiana. El acto cuarto recoge lo relacionado con la actividad profesional: Franco Zeffirelli, amigo de familia y responsable escénico de la mítica Lucia de Covent Garden; recuerdos de la carrera de ambos y momentos especiales; por último, las portadas de las grabaciones y de las revistas musicales más prestigiosas. En el epílogo econtramos la familia (hijo, nietos, bisnietos), la tumba de Joan Sutherland, los premios y distinciones.
En los numerosos retratos de Joan Sutherland en sus papeles más conocidos los aficionados reconocerán las portadas de las grabaciones de Lucia di Lammermoor, La sonnambula, La traviata, Hamlet, I Masnadieri, o las fotos que acompañan las de Maria Stuarda, Lucrezia Borgia, Anna Bolena, Semiramide, Le roi de Lahore, Esclarmonde o Adriana Lecouvreur, todas en su discográfica de cabecera, Decca. Como curiosidad, se incluye un cuadro con Montserrat Caballé y Luciano Pavarotti, en la misma composición que la fotografía que acompaña la portada del disco, y que se desestimó para la publicación de la segunda Norma porque el italiano consideró que no le realzaba lo suficiente.
Desfilan muchas anécdotas, contadas de manera amena, en torno a la historia, la procedencia –adquisiciones, regalos– y la ocasión en la que muchas de las piezas fotografiadas ellos llegaron a manos de Sutherland y Bonynge. Algunas son conocidas para quienes conozcan sus biografías, por ejemplo las que están relacionadas con el estrellato alcanzado súbitamente tras la Lucia di Lammermoor en Covent Garden en 1959; otras implican famosos colegas de carrera como Marilyn Horne, que prologa con evidente afecto y admiración el libro; o se compartieron en compañía de amigos ilustres como Noël Coward, vecino de casa que facilitó la adquisición del Chalet Monet. También hay telegramas de ilustres colegas que fueron un referente en su formación en bel canto, como Amelita Galli-Curci, o con las que la prensa intentó establecer una rivalidad que no era real, como Maria Callas. Y un sinfín más que constituyen retazos de la intrahistoria de una pareja mítica de la ópera del siglo XX.
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