España - Galicia

¿Y la música?

Alfredo López-Vivié Palencia
jueves, 3 de diciembre de 2020
Aaron Siebert © 2020 by Consorcio de Santiago Aaron Siebert © 2020 by Consorcio de Santiago
Santiago de Compostela, jueves, 26 de noviembre de 2020. Auditorio de Galicia. Matthieu Arama, violín. Real Filharmonía de Galicia. Paul Daniel, director. Aaron Siebert: Memorias dun neno labrego; Einojuhani Rautavaara: Cantus arcticus, op. 61; Jean Sibelius: Concierto para violín en Re menor, op. 47
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“Qué niñez tan triste debió pasar Balbino”, me comentó una buena y sabia amiga al salir del concierto. Balbino es el niño protagonista de la novela de Xosé Neira Vilas en la que se inspira la pieza homónima del joven compositor gallego Aaron Siebert, que esta noche se estrenaba. Seguro que en la Galicia rural de los años cuarenta –en la que se sitúa la novela- un chaval campesino no tendría demasiados motivos de fiesta; y seguro que hoy tampoco. 

Pero tanto entonces como ahora un niño es un niño, y alguna sonrisa tiene que aparecer durante su infancia. No en la obra de Siebert: diez minutos del consabido adagio, escrito en un lenguaje plenamente tonal (lo cual me parece muy bien) y plenamente facilón (lo cual me parece menos bien), de ambiente melancólico y pretensiones cinematográficas (el autor también muestra inquietudes en ese terreno), que sirvió de preludio coherente al título de la función -Pájaros y orquesta-, por cuanto el tema inicial encomendado a los violonchelos constituye un recuerdo casi explícito a la célebre pieza ornitológica que popularizó en su día Pablo Casals.

Ciertamente hay muchas aves en el Cantus Arcticus de Rautavaara, que por algo la pieza se subtitula «Concierto para pájaros y orquesta». Y también mucha melancolía, al menos en parte a causa de la niebla que invade los lagos del Círculo Polar Ártico finés –como invade la Comarca del Deza, donde vivió Balbino-. Las dos flautas introducen el canto pajarero, que enseguida da paso a su reproducción multiplicada mediante grabación de los sonidos de los alados habitantes de aquellos parajes. La cosa tiene su gracia, porque cuando escribió esto en 1972 Rautavaara ya estaba de vuelta de vanguardismos extremos y supo combinar los sonidos de la naturaleza con los sonidos naturales de la orquesta. El resultado es una obra más que atractiva, gracias a un lenguaje tan hermoso como el vuelo de las aves, y gracias al delicado empleo de los efectos tímbricos. Nunca antes la había escuchado en vivo, pero no me equivoco si les digo que Paul Daniel y la Real Filharmonía de Galicia se sintieron a gusto, e hicieron que cada uno de los treinta asistentes nos sintiéramos como naturalistas contemplando el espectáculo con nuestros oídos.

Habida cuenta de que Paul Daniel es también director titular de la Orquesta Nacional de Burdeos-Aquitania, y que Matthieu Arama es su concertino, es lógico pensar que habría buen entendimiento entre batuta y solista a la hora de dar el Concierto de Sibelius. Más, si cabe, porque Daniel –como buen maestro británico- tiene querencia por este compositor. Y aún más cuando un servidor considera esta obra como la cumbre del género (después del Concierto de Brahms, claro está). Pues mi gozo en un pozo: no es que Daniel y Arama no se entendiesen, sino que transitaron la pieza por caminos diametralmente opuestos. Daniel acertó con el poderío sonoro que pide este concierto, y con sus contrastes extremos en texturas y en ambientes (otra cosa es que la orquesta sonase a veces un tanto deslavazada –quién sabe si por el hecho de tener que tocar todos a ras de suelo, Covid obliga-). Sin embargo Arama estaba en otras cosas: las dio todas –y eso es un mérito innegable-, pero todas iguales, tocando un Guarnerius de sonido grande pero carente de cualquier expresividad, en dinámicas testarudamente imperturbables, y con un fraseo poco imaginativo.

Karajan ensaya la Cuarta Sinfonía de Schumann

Posiblemente Arama no haya visto la célebre filmación que Henri Georges Clouzot hizo en 1965 del ensayo (o simulacro de ensayo) de Herbert von Karajan con la Sinfónica de Viena de la Cuarta Sinfonía de Schumann: hay un momento –durante la peliaguda transición al último movimiento- en el que el maestro para a la orquesta y les dice: “todo eso está muy bien, pero ahora hagan ustedes el favor de llenar las notas con música”.

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