Italia
Donizetti: la prehistoria
Jorge Binaghi

El tercer proyecto que se salvó de las limitaciones
impuestas por la pandemia fue el del título que el Festival propone cada año al
cumplirse los dos siglos de su estreno. Claro que en vez de en el bellísimo
pero pequeño en las condiciones actuales Teatro Sociale de la Città Alta tuvo lugar
en el reconquistado y rehabilitado Teatro Donizetti de la Città Bassa. Una ópera bufa
de esa época, la cuarta (para algunos tercera) del autor, no permitía abrigar
muchas expectativas, aunque al menos no hemos tenido, como en el caso del Enrico de Borgogna (sin duda más
interesante en lo musical) una ópera ‘semiseria’ o ‘heroica’ convertida casi en
su contrario.
Con mucho movimiento y algunos gags de efecto y en otros casos la inevitable ‘actualización’ que en estos casos se puede ver con simpatía sin advertir siempre cuál es el ‘valor añadido’ (término famoso que últimamente úsase para cualquier cosa), a no ser que, por ejemplo, en una pareja que va a hacerse una foto para casarse y no tiene nada que ver con la acción resulte que quien lleva los pantalones -metafóricamente, pero podrían haber aprovechado para que no lo fuera- es ella (con un carácter terrible), o que el rol muy secundario de Rosaura sea una vamp desesperada por casarse (muy bien interpretada por Claudia Urru, que canta muy pocas frases como para hacerse una idea). Pero para una obra que si vuelve a representarse alguna vez será probablemente aquí y dentro de un siglo o dos no vamos a pretender que se trate de Don Pasquale.
Un Festival es seguramente el único lugar para una exhumación de este tipo porque si hay quien se queja de Un giorno di regno de Verdi por impersonal y rossiniana (y algunos tantos a favor tiene), ¿qué diremos de esta obrita sin pretensiones, nacida al calor de circunstancias económicas y con un libreto de quien fuera luego más interesante como empresario de la Scala? Seguramente el mencionado Enrico resultaría mucho ‘mejor’, tomado como término de referencia.
Por supuesto que es una música grata, que sigue el modelo rossiniano (incluso con una mezzosoprano como protagonista femenina, y no una Falcon como las de Favorite o Dom Sébastien -es decir, óperas del final de la producción operística) y … poco más. Un hecho musical interesante es que el quinteto faltante de la partitura (no autógrafa) ha sido realizado para esta edición por Elio y Rocco Tanica con la participación de Enrico Melozzi, y con muy buena mano.
La orquesta Gli Originali, nacida aquí mismo, estuvo bien sin hacer maravillas, como adecuada fue la dirección de Montanari. El coro cumplió con su cometido.
Hubo cantantes ‘nuevos’ y otros ya conocidos. Entre estos
vi con placer a Capitanucci que -por lo visto convertido en bajobarítono bufo- se encontraba a sus anchas vocal y escénicamente como maestro pedante e
interesado. También la inefable Custer en una divertida personificación de la
abuela Anastasia que cantó muy bien su aria del segundo acto. El ‘pendant’ del
primero, el otro bajo (menos bufo al menos en cuanto a la voz), fue para mí una
novedad: no sé qué volumen tiene la voz o cuánto corre la de este otro
Montanari, pero la impresión (de nuevo, como en Belisario, no se trataba de un streaming en directo) es
positiva. Misseri es un tenor sin duda
capaz de cantar Rossini, con una voz no demasiado grata pero claramente tenoril
y un buen agudo -que exhibió sobre todo en su aria del segundo acto- aunque
todavía haya camino por hacer, y loables intenciones cómicas (mucho lo ayudó en
el primer acto su atuendo de turista playero).
Lo mejor en lo vocal, aunque tal vez deba corregir algo en la forma de emitir el sonido, vino de la joven, atractiva y desenvuelta protagonista de Petrone que ya cantó bien su aria de entrada, pero resultó aun más afortunada en la exigente aria con la que prácticamente concluye la obra. Aquí sí hubo algunos aplausos y bravos que mitigaron la sensación de aislamiento -y en esa medida de ‘sinsentido’- de un teatro cerrado pero ‘abierto’ sin su público.
Comentarios