España - Madrid

Una espectacular 'Sílfide' despide al Royal Danish Ballet en el Real de Madrid

Elna Matamoros
lunes, 17 de junio de 2002
Madrid, domingo, 9 de junio de 2002. Teatro Real. 'Conservatoire': música de Holger Simon Paulli, coreografía de August Bournonville, y 'La Sílfide': música de Herman S. Lovenskiold, coreografía de August Bournonville. Royal Danish Ballet. Frank Andersen, director artístico. Orquesta Sinfónica de Madrid. Henrik Vagn Christensen, director musical. Ocupación: 99%.
0,0001452 Las últimas actuaciones del Royal Danish en el Teatro Real de Madrid han presentado una gran afluencia de público, superando con creces las expectativas de los primeros días; ¿habrán sido las excelentes críticas que han ido sumando a lo largo de los días? Apostamos por la eficacia del 'boca a boca' de la profesión, porque es cierto que los que se dedican a esto de la danza se fían bastante poco del criterio de los que escriben, y eso que en esta ocasión no han tenido más remedio que rendirse a la evidencia y estar todos de acuerdo. El Royal Danish Ballet ha llegado como una tormenta de arena que asola el desierto y deja a los supervivientes entre confundidos y admirados por estar aún en pie.Pasaron los días y los distintos elencos que interpretaban los dos ballets presentados –Conservatoire y La Sílfide– mejoraban en cada actuación. Los profesionales de la danza han hecho lo que no se veía en Madrid hacía años: acudir a varias funciones para ver a todos los intérpretes de la compañía, lo que da una idea del interés que el RDB ha despertado.La última noche de la compañía en Madrid, en contra de todo pronóstico (al día siguiente comenzaban las vacaciones oficiales, de ocho semanas, de los bailarines), el RDB llevó a cabo una de las mejores representaciones de su estancia en la capital. En Conservatoire, el francés Jean-Lucien Massot se metió en la piel del 'Maestro de danza' rodeado de Silja Schandorff (preciosa 'Sílfide' de otras noches) y la americana Caroline Cavallo, impecable como siempre en sus ejecuciones. Una vez más, el ambiente de esta producción creó la atmósfera perfecta a las diabluras técnicas que nos aguardaban; la única 'pega' (por llamarlo de alguna manera) del ballet es la desesperante naturalidad -como debe ser, por otra parte- con que es interpretado por los espléndidos bailarines del RDB, que no arranca del público ni el más inocente ímpetu de aplauso, mientras los expertos se quedan con las manos sudorosas aferradas al programa de mano. Habría que hacer un pase previo, con luz de sala, en forma de conferencia explicativa para que los ciudadanos de a pie (y no tan a pie) captaran la riqueza coreográfica de este Conservatoire y todo el intríngulis que encierra detrás de los empolvados tutús y las perfectas mallas, porque no saben lo que se pierden.Pero el gran momento de la noche estaba aún por llegar. La Sílfide iba a elevar la temperatura de la sala en varios grados, hasta alcanzar ese punto que sólo se experimenta en momentos puntuales, cuando el público respira de forma conjunta y no se oye una tos ni un cruce de piernas (y con lo incómodas que son algunas localidades, tiene mucho mérito). Ya en el primer acto se advertía que algo excelente iba a suceder, cuando al levantarse el telón vimos la bella estampa de Gudrun Bojesen a los pies de la butaca en la que Thomas Lund aparentaba dormir. La escena enmarcaba toda la magia que hemos añorado en tantas ocasiones viendo este ballet; cuando 'James' se levantó persiguiendo al jovial espíritu, el movimiento de su falda auguraba que el personaje no tenía secretos para Lund, como poco después comprobaríamos. Durante el primer y breve diálogo de comienzo, la calidad de Bojesen saltaba a los ojos del espectador por los hermosísimos pas de bourrés y la preciosa elasticidad de su salto; y si en lo técnico nuestra 'Sílfide' no tocaba el suelo, en lo interpretativo se mostraba más irreal aún, con un movimiento de torso y una calidad en la colocación de brazos, hombros y cuello que rayaba lo fantasmagórico. Enmarcados por el resto de la compañía, entre los que es obligado destacar a Morten Eggert como 'Gurn', Diana Cuni como 'Effy', y sobre todo Lis Jeppesen en el papel de la maquiavélica 'Madge', bordaron un primer acto en el que no hubo cabida para imprevistos, pero en el que la acción se desarrollaba fresca y natural.Con el segundo acto, la magia llegó al clímax técnico y artístico. Seguros de sus posibilidades, compenetrados al máximo y dando rienda suelta a la interpretación del momento, los dos bailarines se entregaron al 'James' y la 'Sílfide' que llevaban puestos. Bojesen, exquisita y con una musicalidad extraordinaria, y Lund, lleno de matices, sobrio y varonil, con la explosión vital que requiere su papel, dejaron atrás el exigente 'paso a dos' del bosque con el público en el bolsillo. Ayudados por la genial Jeppesen, llegaron a la escena final absolutamente inmersos en la acción y ofrecieron una de las mejores muertes de la 'Sílfide' y caída de 'James' que se han visto. Fue un espectáculo redondo, de esos que suceden de vez en cuando y sin saber muy bien los motivos que lo hicieron diferente a otras noches, pero que se recuerdan siempre.La Orquesta Sinfónica de Madrid ha cumplido más que con creces a lo largo de todas las representaciones, ayudada por el buen juicio del RDB, que se ha traído al director de casa (en este caso, al danés Henrik Vagn Christensen). En el caso de los ballets de Bournonville, es una exigencia como cualquier otra la presencia de un director conocedor de la obra en profundidad; no porque las músicas de los contemporáneos daneses del coreógrafo presenten demasiadas complicaciones, sino porque estas piezas requieren unos tempi tan particulares y específicos que la menor oscilación las convierte en imposibles de ejecutar.Estas representaciones han sido un auténtico privilegio para el público del Real, que está pidiendo a gritos la presencia habitual de compañías clásicas en su programación, así como unos precios más asequibles para estos espectáculos, tal y como sucede en los demás teatros que combinan en su programación ópera y danza. Si además la despedida del RDB nos deja un sabor de boca como éste y nos percatamos de que en toda la temporada próxima no veremos una sola punta sobre el escenario, la verdad es que se nos saltan las lágrimas.
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