Discos
Las otras estrellas barrocas
Raúl González Arévalo
La de contralto es la voz femenina más escasa. Con cierta frecuencia son mezzos las que asumen sus papeles, a veces forzando el registro grave, a veces sin tener las cartas en regla, de modo que cuando aparece una de verdad se cotiza mucho, de Marian Anderson y Kathleen Ferrer a Ewa Podles o, precisamente, Natalie Stutzmann.
En el pasado también hubo intérpretes famosas, ligadas a grandes compositores, como Marietta Marcolini y Rossini, o Rosmunda Pisaroni, musa del Cisne de Pesaro y de Meyerbeer. Pero fue sobre todo en el Barroco donde su voz fue particularmente requerida y apreciada. Es famosa la relación entre Vivaldi y Anna Girò.
También Handel recurrió con frecuencia a esta voz, con intérpretes tan renombradas como Maria Caterina Negri o Francesca Bertolli, que también trabajó con Porpora y Bononcini. Tan importante fue su papel que sin duda rivalizaban con los castrados como estrellas barrocas. La importancia que tuvieron la confirma el enorme repertorio que han legado; su pericia la revela la dificultad técnica y expresiva de los papeles, del Bradamante o el Polinesso handelianos a los protagónicos de la Semiramide de Porpora o la Griselda de Bononcini.
Sus nombres y muchos otros (nombrados siguiendo la tradición barroca: la Dotti, la D’Ambreville-Perroni, la Vanini-Boschi, la Mucci, la Pieri, la Tesi, la Robinson, la Vico, la Starhemberg, la Marchesini, la Bagnolesi, la Fabri) recorren y vertebran el fabuloso recital puesto en pie por Natalie Stutzmann, de una manera que recuerda inevitablemente la estructura del mítico The Art of the Prima Donna de Joan Sutherland para Decca (1960).
El programa, como es habitual en este repertorio, contiene varias primicias mundiales: un aria de Griselda de Bononcini (ya es hora de que se le dedique una integral desde la selección encabezada por Joan Sutherland para Decca en 1966), la Sinfonía del III acto del Alessandro Severo de Lotti, un aria del Euristeo de Caldara, otra de la Statira de Porpora y también de La fede tradita e vendicata de Gasparini.
Un aspecto muy interesante del programa es que explota la versatilidad dieciochesca en la que las mujeres tan pronto encarnaban papeles femeninos (Irene, Ericlea, Vitellia, Semiramide, Griselda, Erginda, Asteria, Statira) como roles masculinos (Polinesso, Goffredo, Farnace, Ramise), pasando por todos los afectos barrocos tipificados en el código operístico de la época. Lo explican perfectamente las notas de Suzanne Aspden, acompañadas de retratos y caricaturas de las intérpretes históricas evocadas.
Natalie Stutzmann luce las armas que la han hecho famosa: timbre oscuro y aterciopelado, instrumento homogéneo con graves plenos aunque ligeramente velados, una buena coloratura que nunca avasalla al oyente y un enfoque dramático que busca la expresividad lejos del histrionismo y la sobreactuación. Los números están sabiamente presentados, de modo que el contraste y la variedad garantizan la ausencia de monotonía, también por las piezas instrumentales: Stutzmann no solo canta sino que también dirige su propia formación, Orfeo 55, lo que la convirtió en la primera mujer que dirigía una orquesta y cantaba a la vez. Desafortunadamente, en abril de 2019, al poco de grabar este disco, la directora anunció el cese de actividades de la formación por falta de apoyo financiero, de modo que el recital se convierte a un tiempo en testamento artístico. La despedida lleva la marca de la casa: brillantez sin exhibicionismos. Esperemos que la contralto francesa siga grabando para su sello exclusivo porque sus propuestas siempre son interesantes.
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