Opinión
Ciudadanos y el lobby canario
Javier Moreno
Las denuncias que durante las últimas semanas ha llevado a cabo el partido político Ciudadanos sobre los desmanes económicos en la
(OFGC) son dignas de aplauso en cuanto cumplen con su cometido de partido de la oposición. No lo son tanto, sin embargo, en cuanto esas denuncias adolecen de una estrechez que impide una visión de conjunto de lo que durante demasiados años de su historia ha sido un chiringuito para la satisfacción de los intereses de un lobby particular. El caso es que Ciudadanos no puede, ni quiere, generalizar una crítica que acabaría salpicando a quienes alientan estas denuncias.Ciudadanos denuncia la alegría presupuestaria con la que se conduce el director musical de la Orquesta,
, así como unas actitudes que, en un informe encargado por el propio Cabildo de Gran Canaria, entidad pública titular de la Orquesta, son constitutivas de acoso laboral. Cierto es que, con esos criterios de lo que es un acoso, casi todos los directores de orquesta terminarían en la calle. Tampoco es que deba disgustar la idea de poner al día las maneras de los divos, son casi todos hombres, que se suben al podio.Se censura de Chichon, entre otras actitudes, pasar al cobro de la orquesta facturas de difícil justificación, por montantes que coinciden, casi mecánicamente, con los impuestos que se derivan de sus actuaciones como director de la orquesta. Asimismo, se le señalan sus extraordinarios gastos en la contratación de músicos extras para completar la ya de por sí extensa plantilla de la formación canaria. Además, se indican sus relaciones con una empresa de representación de artistas lituana, que nutre buena parte de eso que en la jerga musical se llama “invitados”.
Las denuncias son, por lo general, muy razonables y están bastante bien documentadas. Sin embargo, Ciudadanos insiste interesada y erróneamente en vincularlas con la gestión del presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales, del partido político Nueva Canarias, como responsable último de la gestión de la Orquesta. Da la impresión, escuchando al portavoz de Ciudadanos, Ruymán Santana, de que todos los males de esa Orquesta hubiesen sido obra de Morales, cuando la realidad es que la situación de la OFGC no difiere gran cosa de lo que era cuando, hace cinco años, Morales asumió la presidencia del Cabildo. Si acaso hay que culpar a Morales de algo es de continuar el modus operandi de los que estuvieron antes que él. Por eso, a algunos le sorprende más el griterío de Ciudadanos al airear los trapos sucios de la orquesta, por aquello de lo novedoso y lo que puede salpicar a unos y a otros, que las denuncias mismas, que son un tópico en el bagaje de la OFGC.
El sustituto de Halffter
Baste recordar que Karel Mark Chichon sustituyó a Pedro Halffter al frente de la Filarmónica de Gran Canaria, y baste recordar que, como Antonio Morales ha puesto de relieve en una reciente rueda de prensa, Halffter llegó a la dirección de la orquesta de la mano del presidente del PP de Canarias, José Manuel Soria, el del dinero en Panamá, y que llegó tan solo porque su familia era muy cercana al Partido Popular. No sería demasiado extravagante vincular el deseo de Soria por dar el salto a la política nacional con el estrechamiento de relaciones con algunas de las familias más influyentes en los cenáculos conservadores de la capital de España.
Bastaría además comprobar y contrastar cuáles fueron los gastos de Halffter, su política de contratación de músicos extraordinarios o sus debilidades por algunas empresas de contratación de artistas, incluida la que lo representaba a él mismo. Habría que sumar sus extravagantes giras con la orquesta por Asia y Centroeuropa, giras que los contribuyentes grancanarios tenían que pagar a precios desorbitados. El saldo, probablemente, sería por el estilo del de Karel Mark Chichon, pues ese es el sino de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria.
Y es que contratar a destajo a músicos e intérpretes de determinadas oficinas de representación de artistas con las que se tiene, o se quiere tener, buenas relaciones, llenar las orquestas de músicos extras para cumplir con delirios wagnerianos o mahlerianos, o inflar de facturas la estancia al frente de la titularidad de una orquesta, no son más que las señas de identidad de la OFGC y, probablemente, de no pocas de las orquestas españolas y del resto del mundo. Al fin y al cabo manejan dinero público, es decir, ese dinero del que, piensan algunos, no hay que dar cuenta a nadie.
El lobby musical
La diferencia sustancial en el caso actual de la OFGC hay que buscarla en la mala relación de Antonio Morales con el grupo Prensa Ibérica, que en Canarias está muy relacionado con la órbita de Coalición Canaria, y con lo que el propio Morales denomina el “lobby musical” de las islas, una pandilla nucleada en torno a la figura del ex ministro socialista Jerónimo Saavedra y el crítico musical y ex consejero delegado de Prensa Ibérica, Guillermo García-Alcalde. Se trata de dos personajes acostumbrados a decidir hasta el último detalle de la vida cultural de las islas y que, en el caso de la OFGC, han quedado fuera de combate tras la llegada de Morales al poder.
Juntos, Saavedra y García-Alcalde, fueron los valedores de Halffter al frente de la OFGC, y dieron el visto bueno a una gestión que solo cabe calificar de nefasta económica y musicalmente, consiguiendo un desprestigio y un desarraigo de la OFGC que muy difícilmente Antonio Morales puede superar. Lo mismo hicieron con el Festival de Música de Canarias, con el teatro Pérez Galdós y con otras muchas instituciones que malograron con sus delirios de grandeza y su escaso interés por el gasto responsable del dinero de todos.
Bien haría Ciudadanos en incorporar sus denuncias a un marco más general que ponga encima de la mesa el asunto de qué intereses privados manejan la cultura institucional en Gran Canaria, con qué fines la manejan y cuánto le cuesta eso a los contribuyentes. Al menos algo así ayudaría a disipar la sospecha de que la tarea de Ruymán Santana no se limita a la de prestar el logo de Ciudadanos a la infame tarea de dar una pátina de relevancia política a lo que no es más que una pataleta de un lobby avejentado y venido a menos.
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